Viernes, 2 de enero de 2009 | Hoy
OUT
Por Sergio García (Sersh)
Mi primer contacto visual con una travesti fue a los 8 años. En ese entonces vivía en barrio Atalaya, partido de La Matanza. Mi hermana me pidió que la acompañe a cortarse el pelo con “La Martín”, un peluquero que se había mudado hacía poco tiempo al barrio. Aquello fue un esfuerzo terrible para no reírnos a carcajadas de sus mariconadas; sin embargo, en poco tiempo me acostumbré a ir a cortarme el pelo y escuchar a La Martín con sus amigas hablar de chongos y colocaciones y ver cómo hincaban las pincitas de depilar en sus mentones. Fue mi peluquero por varios años y yo disfrutaba mucho al entrar en la casilla donde todo lo que veía era extremadamente seductor, la fascinación había desplazado a la comedia. Mientras tanto yo comenzaba a experimentar mis primeros juegos sexuales con un compañerito del secundario, hoy en día hombre casado y con hijo. Pasaron los años y un día me encontraba haciendo un trabajo social dedicado a unos pibes medio malandras del barrio, la idea era estar con ellos durante la noche en un fogón armado en un baldío donde se tomaba algún tetra, se cantaba, se charlaba un poco sobre la realidad de los pibes o sus perspectivas. En pleno fogón, mientras yo tocaba un tema de Pastoral en la guitarra, vi aparecer a Martín secundada por una borrachísima Vanesa, otra trava amiga suya. Me quedé pálido pensando en la idea de que Martín me reconociera y me saludara en público. Vi el grado de respeto y reconocimiento que tenía el Capo Malandra con La Martín, hizo que un pibe se corriera del costado del fuego para que ambas se sentaran. Supongo que ella, cuando pasó al lado mío, vio mi cara adolescente de terror y, con muchísima sutileza, me guiñó un ojo; con ese gesto ella me decía que no me preocupara, que estaba todo bien, que me iba a cuidar. Creo que ese mismo día comprendí que yo era puto y que, en parte, ciertas cosas de Martín iban a estar por siempre en mí, a pesar de no haber hablado nunca de mi sexualidad con ella. Porque viví en un barrio donde convivía con tortas, con travas, con héteros. Porque de alguna manera yo soy un poco ellxs también, porque pensarme como puto, y no como gay, me permitió que hoy en día pueda seguir disfrutando de un fogón o de una mariconada o ambas cosas a la vez, porque en el fondo quisiera ser tan valiente como La Martín, para caminar tan segura con tacos por la calle de tierra o bien saber ganarse el respeto de un chongo de barrio, que te ofrezca el mejor asiento al costadito del fuego.
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