Viernes, 23 de enero de 2009 | Hoy
LUX VA > A UNA QUINTA NUDISTA
Hartx de que se le impriman en la piel los cables que cruzan sobre la pelopincho en pleno centro, Lux huye hacia una quinta donde el único traje necesario es la piel desnuda. Lástima que no lx hayan dejado tocarse siquiera sus propias partes.
¡Ay, cuánta razón tenía Proust cuando decía que el verdadero viaje se hace en la memoria! Más allá de que en mi caso no fue una magdalena mojada en el té, ni siquiera el mate derramado sobre los bizcochitos, sino el olor a humedad que esta mañana encontré al abrir, luego de varios días, la mochila símil Vuitton que llevé a Mar del Plata. Y ahí nomás se me vino el recuerdo de los días felices en La Feliz como una de esas olas que rompen en las escolleras y te salpican hasta la última de las trenzas de hilo que unx insiste en hacerse verano tras verano. Recuerdos que no por recientes son menos conmovedores, resignadx como estoy a chapotear otra vez en la pelopincho que la hija del portero tiene en la terraza. Pero bueno, para qué engañarnos: se me terminaron las vacaciones y ya estoy como Crónica TV, contando los 365 días que faltan para el verano próximo. Una cuenta regresiva que se parece bastante a la de lxs presidiarixs que apenas si pueden tomar sol a través de los barrotes de su ventanuco. ¿Les quedarán a ellxs las marcas de la reja? Porque a mí se me notan los cables de luz, el alambre de tender la ropa y hasta la mano de la hija del portero... Por eso la invitación de mi amiga Mireya para ir a una quinta en Pilar me llegó como enviada por el Espíritu Santo. “Es una quinta nudista gay”, me dijo, para más datos. Y yo, que hasta ese día había conservado como gemas preciosas los granitos de arena que se le habían quedado pegados al bronceador, volví a preparar los bártulos cual vacacionista con síndrome de abstinencia que espera una dosis de turismo de fin de semana. Mi amiga, que vive en Zárate, prefirió que nos encontráramos allí directamente. Y entre tomarme desde Plaza Italia el 57 o el Pilar Express, me incliné por la segunda opción, creyendo que era casi como elegir entre La Lujanera y el Orient Express, sin saber que en realidad eran dos servicios de la misma línea. Pero el asunto era llegar, y yo llegué. Y allí estaba Mireya esperando en la puerta de acceso, con la bikini que le reventaba de las ganas de desnudarse, tan europea en sus costumbres, aunque sea oriunda de Carapachay. Golpeamos las manos y nos abrimos paso a través del jardín, y enseguida divisamos la casa de tejas rojas, la pileta, las reposeras y a cuatro sexagenarios con pinta de gringos que estaban tomando sol como Dios los trajo al mundo con las sungas colgadas de los apoyabrazos. Ahí mismo las promesas de cuerpos esculturales y de sexo grupal entre los yuyos que me había hecho Mireya comenzaron a hacer agua. ¡Y yo que me había hecho la película porno! Pagamos los 30 pesos de la entrada, saludamos a lxs presentes en general y, cual sirena urgida por no perder la humectación de su parte de pez, me zambullí sin percatarme que debajo del agua iba nadando (¿o navegando?) lo que mientras caía me pareció un bebé de ballena blanca. Así de gordo era el buen cuerpo que me rescató de las profundidades hídricas, semiinconsciente por semejante susto. Y no hubo con el pasar de las horas de tan soleada tarde otra cosa para chupar que la bombilla del mate. Apenas el sonido calmo del viento en la fronda y el bocinazo impertinente de algún que otro camión en la Panamericana.
La quinta queda en Salguero 2750,
La Lonja, Pilar.
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