PD
El verano sigue siendo bastante desolador –y no por las sequías– para quienes no tuvimos la oportunidad de irnos a ninguna costa con ningún chongo en sunga. Para quienes el único destino ha sido nuestra ciudad de origen con nuestras familias y sus vicios, el verano más vale que pase rápido.
El otro día llegaba a mi barrio de noche y me crucé con un grupito de pibes que andaban vagueando por las calles y me agarró un poco de miedo. Por un momento me dije: “¡Oh no, el enano fascista me sorprendió!”. Luego recordé por qué. De chico siempre que había una barrita en la esquina me daba un miedo feroz, porque al verme solo me boludeaban por maricón, me seguían hasta el almacén o hasta la parada de colectivo y me gritaban “mariquita”, me gastaban por cómo me movía y decían cosas de mi cola. En más de una fiestita de cumpleaños el que empezaba el rito machista era el papá del cumpleañero de turno. Hacía gestos muy parecidos a los de Gianola cuando suele caracterizar a un gay estereotipado.
También recuerdo en los micros, ya de preadolescente, que esos mismos mayores aprovechaban cualquier empujón para manosearme la cola. Hoy es un piropo que me aplaudan el culo, pero en aquella época era desagradable tener atrás a un señor grande con cara de degenerado que se bajara y me siguiera hasta la puerta de mi casa diciéndome que no pasaría nada.
Visito a mi madrina y mientras prepara unos mates le grita “¡Sos nenita!” a su nieto de tres años que le acaba de sacar la muñeca a la hermana mayor para jugar. “¡Mariconazo, dejá esa muñeca!”, y el mate que no me baja de la garganta. Ya no me es grata la visita a mis seres ¿queridos? Mi vecino Oscar, a quien le he perdido el rastro, era castigado a arrodillarse en sacos de maíz por su notorio amaneramiento. No estoy hablando del siglo XIX, sólo hace más de 15 años. Oscar era el sobrino preferido de mi madrina, la de los mates. El único chongo en sunga que podíamos ver en aquella época en nuestro barrio era a alguno de nuestros viejos golpeando a alguna de nuestras madres. Y después se me enojan cuando algún osado me propone sexo sadomasoquista y me acusa de cagón por no querer probar.
Creo que me hice feminista desde muy pendejo. Todas mis amigas y confidentes fueron mujeres. Desde mi vieja hasta mis profesoras en la escuela de curas, a la que me habían mandado para aprender un oficio.
Tan fascista puede ser esta ciudad que el único chat para conocer gente “te banea” (te saca) si llegás a ponerte un nick que dé las mínimas señales de que buscás gente de tu mismo sexo. Así es que tenés que buscar cuidadosamente por toda la lista a quien puede estar haciéndote un guiño de ojo. Eso sí: si insistís tanto en tu búsqueda, podés encontrarte con algún internauta que asegura saber donde estás para ir a darte una paliza... ¡por puto!
Pero todo no es tan malo, che. Mis días los paso entre el tomo I de Historia de la sexualidad, de Michel Foucault, y los viernes el suple Soy. Por lo menos estas lecturas me ayudan a mantenerme despierto entre tanto fundamentalismo biologicista y machista.
SOY PUTO Y FEMINISTA
¡ARRIBA LXS QUE LUCHAN!
Cristian Prieto
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