En secreto, en silencio, en la intimidad del cuarto propio pero sobre todo desde la pantalla gigante de Internet, va leudando un subgénero pornográfico dedicado especialmente a mujeres que se excitan con mujeres. A contrapelo del porno tradicional, de las advertencias de una parte del feminismo y de la resistencia de muchas espectadoras, cada vez hay más realizadoras lesbianas dispuestas a calentar el ambiente. Ellas lo hacen para ellas y para las que las quieran ver.
› Por Yuderkys Espinosa Miñoso
Hace unos días Luci (41) me contó que había encontrado en el messenger a Emi (39), una amiga común, que le había pasado un link para acceder a Playboy codificado gratis por Internet. Emi, según Luci, no podía ocultar su emoción de haber conseguido ese acceso gratuito. Ella es de esas amigas que andan con nosotras las feministas sin dejarse arropar totalmente por la ideología. Luci me contó que en cuanto Emi le pasó el link tampoco lo dudó y fue a visitar la página, no sin antes asegurarse de estar a solas en la casa y con ropa lo suficientemente cómoda. No pude sino recordar la época, por allá a mediados de los ‘80, cuando mi papá –siempre adepto a las nuevas tecnologías– había sido uno de los primeros en el barrio en instalar la TV por cable y yo tuve acceso ilimitado –a escondidas de mis progenitores, por supuesto– a varios canales porno que en esa época estaban incluidos en la programación básica. En ese entonces yo no era feminista ni tampoco lesbiana, pero recordé que aun así, luego de unos minutos suficientes para empujar la calentura, mi imaginación comenzaba a volar sola despegándose de las repetitivas y aburridas imágenes. ¿Cuánto habría cambiado el contenido y la estética de Playboy? Antes de ir a verlo por mí misma le pregunté a Lu: “Oye, ¿y qué tal? ¿Te gustó?” “Y... maso –me dijo–. Vos sabés, él entra y saca, como siempre.”
La charla con Luci me dejó intrigada sobre la relación de las lesbianas con la pornografía. Así que días después aproveché una reunión para poner el tema. Sorprendida descubrí que mis amigas más jóvenes decían no consumir ningún producto pornográfico –¿la lozanía y vitalidad de su juventud haría que no necesitaran de estímulos extras?–. Para colmo, parecían bastante orgullosas de expresarlo públicamente. Como ejemplo, Ana (24), una de las potentes voces del grupo, me dijo con voz categórica mientras me miraba con algo de recelo por siquiera hacer la pregunta: “Nunca use ni miré pornografía porque es una práctica que violenta a las mujeres y con la que no me siento identificada”. Sentí un ¡plaf! en la cara y avergonzada bajé los ojos. No pude preguntar más. Me sentí como una vieja verde atrapada en sus incoherencias: ¿acaso había yo perdido parte de mi radicalidad feminista? Recordé el amplio debate que se desatara en EE.UU. durante los años ‘80 a partir del surgimiento del movimiento Womens agains Porno-graphy, para el cual el dispositivo pornográfico no hacía más que reproducir un lenguaje patriarcal que violenta el cuerpo de las mujeres. Este debate había producido una fractura violenta al interior del feminismo y a un lado y otro se habían ganado aliadxs anti y pro pornografía con consecuencias importantes en el tratamiento posterior a cualquier temática referente a la sexualidad. De alguna forma estas compañeras de la nueva generación estaban reactualizando una postura antipornografía de la que yo y varias de mi generación intermedia habíamos declinado y que pensaba había quedado en manos de algunas representantes actuales de la generación del feminismo de los ‘70. ¿Lo sabrían ellas, estarían conscientes de esto, era producto de una toma de posición? ¿O simplemente esta postura se habría popularizado entre las lesbianas más allá del feminismo? En el bondi de vuelta a casa pensé en la necesidad de seguir ahondando en este tema tan poco trabajado entre nosotras. Más allá de la política, me pregunté por qué seguía siendo un tema tabú entre las lesbianas su relación con la fantasía, el erotismo, el placer... Como me comentó más tarde Laura (29), ¿no está el mundo de la sexualidad lesbiana –como el de cualquier otra sexualidad– “colmado de sentimientos oscuros que somos incapaces de traducir a ideología: ambigüedades, tristeza, entrega, irracionalidad, esa zona de sombra que está presente en todos los actos humanos”?
Escribí por e-mail a varias de mis amigas y conocidas. Quería que me contaran confidencialmente, sin tantos miramientos y rubores, qué les pasaba con este campo oscuro de la sexualidad: ¿eran ellas consumidoras secretas de pornografía? ¿Cuánto uso hacen y cómo acceden a estos productos? ¿Qué buscan y qué les ofrece el mercado porno?
“A veces yo consumo pornografía, pero lo hago con poca frecuencia”, me confesó Sabri (29), que acababa de intentar con el Kama Sutra Lésbico, del cual la impactó no tanto el contenido –“nada del otro mundo”– como el hecho de que ¡uno de los autores fuera hombre! Con contundente inconformidad me dijo “eso es lo que pasa, lo que suelo encontrar son las clásicas imágenes destinadas al ‘ratoneo’ masculino con mujeres plásticas, en poses hipersexualizadas, muy armadas las escenas, cero espontaneidad”. Feliz por esta primera y por otras tantas respuesta a mi mensaje desesperado, pensé que quizás entonces no sólo se trataba de una falta de interés de las lesbianas en consumir productos eróticos, no era que todas éramos tan “vainillas”, ni asexuadas, ni tan políticamente correctas, quizá se trataba más bien de un problema de mercado. Una breve incursión nos permite dar cuenta de a qué nos referimos. A simple vista la industria porno está destinada a un público masculino y no tiene mucho que ofrecer ni a las mujeres, ni a las lesbianas de carne y hueso. A algunas lesbianas les calientan más ciertas imágenes potentes del deseo y la excitación masculinas que una representación ficticia del sexo entre mujeres, en donde el varón igualmente termina siempre siendo necesario. Ahora, si el “entra y saca” interminable de la representación porno clásica nos puede resultar indiferente, peor nos va con los productos que llevan el rótulo de “fiesta lesbiana”: dos, tres, varias mujeres super femeninas de uñas largas y zapatos aguja, tocándose apenas y aburridamente mientras llega el falo que las penetrará. “Hace unos meses vi una película pornográfica lésbica y la verdad es que no me sentí aludida como audiencia potencial ni me atrajo lo que vi, de hecho, no la terminé de ver”, me comentó Vane (34) para concluir expresando su incomodidad ante unos productos que no hacen más que colocar a las mujeres como objeto y no como sujeto activo del deseo. En su comentario, como en la apatía del resto, me pareció encontrar una expresión de esa ambivalencia en que se dan las vidas de los grupos marginales, que, atravesados por unos imaginarios y una inteligibilidad cultural con los que al mismo tiempo antagonizan, hacen así una crítica contundente de la que seguramente derivarán nuevas prácticas.
PIONERAS E HIJAS DEL PORNO
Como nos señala Beatriz Preciado en la presentación de la muestra Feminismopornopunk, montada a mediados del 2008 en España, la disidencia es la salida posible para habilitar otro tipo de producción que cumpla el cometido que el porno convencional no es capaz de ofrecer. Aunque Vane insista con que “la pornografía no podría ser otra cosa. De ser otra cosa, dejaría de ser pornografía”, hay una comunidad de tortas, bisexuales, trans, putos, que se levanta más allá de las sospechas de cierto feminismo y de ciertas izquierdas, para opinar lo contrario. Hoy día a través de la red electrónica se puede acceder a canales exclusivos para públicos lésbicos. Desde productoras pequeñas que van ganando espacio dentro del mercado hasta producciones caseras que son subidas a la red por lesbianas aficionadas dotadas de cámara. Tina (39), líder del Movimiento Unificado de Minorias Sexuales en Chile, confirma esta tendencia: “Hemos filmado imágenes con amigxs en donde simulamos prácticas sexuales, no nos calentamos en el momento, pero al verlas, la actuación calentó la atmósfera y se removieron algunos pliegues corporales. Gusto de estimular mi deseo, pero gusto de una estimulación más amplia en donde las imágenes, para efectos de mi calentura, se relacionen directamente con la apertura de otros deseos, de alimentarme con nuevas prácticas que surjan desde allí, no como un modelo, si no como un detonador de nuevos placeres”.
En está línea de actuación se vienen desarrollando desde los años ‘70 intervenciones desde el arte y la performance que intentarían por un lado denunciar al tiempo que apropiarse del dispositivo pornográfico. Los trabajos pioneros desarrollados por Annie Sprinkle –a quien debemos la reapropiación de la expresión “post-pornografía” (www.anniesprinkle.org)–, Lynda Benglis –artista estadounidense que en 1974 provoca un escándalo al aparecer en la revista Art Forum totalmente desnuda en pose típica de una trabajadora del sexo de Playboy, con una mano en la cintura, gafas de sol, y un enorme pene sintético en erección (http://jugaresiempre.com/identidadesfeme ninas.htm)–, Del Lagrace Volcano –terrorista del género, fotógrafo y activista trans de Reino Unido cuya obra introduce a la esfera pública una representación del erotismo y las sexualidades de los cuerpos trans (http:// www.dellagracevolcano.com/)–, entre otrxs, han marcado el camino. Un caso paradigmático es el de la escritora y productora porno Virginie Despentes (Francia, 1969). Pasó de ser una escritora marginal a convertirse en una de las voces más destacadas de su generación. La popularidad le llegó en 1993 con su novela Fóllame (Mondadori), llevada al cine bajo su propia dirección y que narra la violenta historia de dos prostitutas convertidas en asesinas en serie. Despentes extrae de su biografía –en la que figuran la violación, la prostitución y los trabajos basura– buena parte de su material de ficción y también de reflexión. Cuando se le ha preguntado por dónde empieza la revolución, ella ha respondido: “Convertirse en lesbiana sería un buen comienzo”.
NAVEGANDO EN UN MAR DE MUJERES
Así, hoy asistimos a una explosión de sentidos y usos múltiples de la pornografía vía Internet. El movimiento se expande cual caleidoscopio y una vez dentro de su alcance es posible llegar a diferentes materiales. De la mano de Jan (30), mi amiga de la contrainformación feminista, obtuve el link a la página de Post_op (http://postporno.blogspot.com/) –plataforma de investigación en género y post–pornografía que se plantea una resexualización del espacio y la esfera pública proponiendo prácticas sexuales y géneros no esencializantes–. De allí llegué a http://pornolab.org/, donde se convoca al taller “Háztelo tú misma. Guiones guarrones para principiantes”, una invitación a la elaboración de guiones para películas porno con la posibilidad de plasmarlos en soportes varios: “¿Te quejabas de que el porno comercial no tiene guión? Aquí tienes la posibilidad de recrearlo”, anuncia el llamado. De allí llegué a http://gofistfoundation.pimienta.org/ en donde encontré un manifiesto contra la pornografía comercial y algunos links para bajar videos... Avida, los abrí todos sólo para terminar deseando más: entre la intencionalidad anunciada y los materiales disponibles me quedé con la vaga sensación de ¡pasemos a la acción, baby!
Entonces llegué a la página australiana de Abby Winters, www.abbywinters.com, habilitada desde octubre del 2000. En ella encontré imágenes de chicas distendidas, comunes y corrientes, de cuerpos diversos, realizando diferentes actividades sexuales, disfrutando solas y acompañadas, en parejas y en grupos. Aunque para acceder al material del espacio hay que pagar una suscripción, hay disponibles algunas muestras gratis. En una escena de 10 segundos puedo ver acostada boca arriba y desnuda una chica caucásica que podría ser mi amiga Gaby gimiendo mientras, entre las piernas, su compañera –apenas logro ver su pelo corto– le chupa la concha con esmero... el gemido que se intensifica, los puños que se cierran sobre las sábanas, el cuerpo que se mueve unos instantes hasta el límite del espasmo. Sí... realmente encontré allí imágenes de mujeres disfrutando como rara vez lo vi antes. Otra página de la que también bajé y disfruté algunos videos fue www.ifeelmyself.com, según me contaron, una de las preferidas de las tortas anglófonas. ¿La imagen característica? Chicas masturbándose solas o acompañadas valiéndose de diferentes métodos y en diferentes escenarios. Una verdadera clase de autosatisfacción.
A esta oferta mediática habrá que añadir el uso y popularidad cada vez mayor, sobre todo entre las más jóvenes, del comic (manga) japonés. Jan, que resultó ser una de mis informantes claves dado su manejo de la tecnología como arma poderosa contracultural, me habló de la pasión que cosechó en sus primeros años de juventud por el manga en sus versiones Yuri Shojo-ai (amor romántico entre mujeres) y Yuri Hentai (sexo entre mujeres). Herederos de la literatura lésbica japonesa de principios de siglo XX, con títulos exitosos como Yaneura no Nishojo (Dos vírgenes en el ático, 1919) o Onna no Yujo (Amistades entre mujeres, 1933-1934) de la escritora lesbiana y feminista Nobuko Yoshiya (1896-1973), los primeros mangas Yuri comenzaron a publicarse recién a comienzos de los ‘70 de la mano de artistas tales como Ryoko Yamagishi y Riyoko Ikeda y cuentan hoy con adeptas en todas partes del planeta que se comunican a través de la Internet. De algunas páginas a las que llegué a través de referencias pude bajar fragmentos de historietas en donde las protagonistas, algunas más masculinas o andróginas, otras más femeninas, son mujeres enamoradas que practican el sexo explícito. Las imágenes de orgías entre lesbianas, sexo S/M, y sexo vainilla más convencional se pueden bajar y compartir gratuitamente en estos espacios.
Pero si de elegir se trata, de todo el material al que pude acceder, definitivamente mi favorito lo encontré en un video marginal y solitario dentro de la página http://postporno.blogspot.com. Se trata de la escenificación realizada por dos chicas, una fem y otra masculina que juegan con una madeja de lana. Al rato, la fem de taco aguja se deja ver sometiendo al chongo y amarrándolo con la madeja con la que jugaban para luego pegarle con un látigo del mismo material de la madeja. Finalmente, calzada con un dildo doble, la penetra con un choclo sintético. Debo confesar que en esta sola imagen encontré ese desplazamiento radical de los sentidos heredados de determinadas prácticas, al tiempo que un buen estimulante del deseo sexual. Lo que hice al verla es materia de otra historia.
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