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Viernes, 30 de enero de 2009

LUX VA DE EXCURSION AL LITORAL

¡Qué verde fue mi carnaval!

Cercadx por una confabulación de electrodomésticos, Lux huye de Buenos Aires en busca del Carnaval de Gualeguaychú, pero termina en Arroyo Verde en una reunión de ambientalistas. O algo así.

Probé todas las posiciones posibles, pasé por versiones del Kamasutra hasta variaciones de la postura del loto y las 37 formas del Tai Chi Chuan; incluso, en un ataque pop retro, intenté hacer la grulla del joven Ralph Macchio en esa obra maestra marcial de los ‘80 llamada Karate Kid. Pero nada funcionó. Y yo ya no aguantaba más el calor, pero lo peor era que el aire acondicionado tampoco: tras cinco días encendido había dejado de funcionar dando un grito que me despegó de la silla a la que estaba adheridx por una transpiración que se espesó hasta convertirse en algo muy parecido al poxirrán. La salvación vino de otro electrodoméstico: en el monitor de mi TV palpitaba una propaganda del Carnaval de Gualeguaychú, con cuerpos flameando al viento que me señalaron el camino a seguir. Salir de la ciudad rumbo al río, despejarme de este sábado urbano asfixiante. Cada verano me sorprende que en esa ciudad entrerriana estén festejando el Carnaval en pleno enero, que según el calendario legal es a mitad de febrero. Pero, bueh, yo que soy tan ilegal y me siento tan adelantadx, nada mejor que ir a la mascarada mesopotámica a inmiscuirme en la fiesta de disfraces pública más impúdica del país. Así que, con el tiempo justo, me fui para Retiro para ver si conseguía un micro que, en sólo tres horas y media, me escupiera en Gualeguaychú con tiempo para ir al corsódromo y corearle mi amor a las carnes de pasistas, compaserxs y demás portadores del ritmo sensual del Rey Momo. Cuando iba a subir al cochecama, el tipo que me iba a cortar boleto tenía el mismo porte latin lover de Eric Estrada, el policía motorizado de Chips, con el que viajé abrazadx a su cintura en muchos sueños de mi pubertad. Subí para sentarme y que el aire acondicionado secara mi sudor de celo a primera vista. Y nunca deseé tanto que me trajeran esas bandejas de incomibles sánguches de telgopor espolvoreados de alfajor triturado, sólo para verlo otra vez y tratar de que me rozara el hombro con su muslo viril mientras sonría profesionalmente al extenderme la vianda. Y vino, sí, pero sin bandeja, vino directo a mí, a preguntar adónde me bajaba, que cómo podía ser que viajara solx una cosita tan preciosa... Y de pronto me sacudió, me sacudió el hombro. ¡Me había pasado! Entonces leí los carteles contra Botnia, contra la contaminación del río Uruguay, y me di cuenta de que estaba en Arroyo Verde, en los cortes de ruta de lxs ambientalistas. Así que me sumé, qué iba a hacer, igual gozaba del viento del río, que es más refrescante que el asfalto capitalino y me sacaba un poco la calentura. Y además no desentonaba para nada en ese contexto, porque la noche y yo también estábamos verdes. Verdes de mate, verdes de pasto verde y verde de nada más, porque este corte estaba más desierto que la academia de confección de tía Enriqueta, Dios la tenga en la gloria. Y aunque gloria no fue lo que me tocó, después de taconear un rato por la cinta del asfalto me hicieron un lugar en el paradero de camiones que esperan que se levante la barrera desde hace más de un año. ¿Tengo que decir cuánta agua fue suficiente para aplacar tanta sed? Es que si la comparsa no viene a mí, unx siempre puede tirarse su propia espuma.

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