Viernes, 30 de enero de 2009 | Hoy
PRIMER AMOR
Por Emiliano Litardo
Nunca tuve una novia mujer. Tampoco tuve sexo con ninguna mujer. Mis únicas relaciones heterosexuales fueron siempre planteadas desde la amistad, o desde el afecto más profundo, incluso aquellas que se percibían proclives al “noviazgo hétero”. Mi cuerpo se adormecía, no encontraba estímulo alguno en los cuerpos femeninos de la adolescencia, ni de la adultez. Lo cierto es que, pensándolo con más profundidad, era mi cuerpo el que siempre se interponía entre ella y yo, el que se detenía en el instante de decir la palabra correcta o para avanzar hacia el momento siguiente. Mi cuerpo no respondía, y mi sentir se dispersaba en el limbo. Sin embargo, mis relaciones heterosexuales, concretas y ciertas, tenían lugar en mi imaginación. Allí me veía siempre con una mujer, y siempre era la encarnación de alguna de las compañeras de secundario de la adolescencia. Pero yo estaba ahí jugando un rol del que no daba cuenta, y del que no quería dar cuenta. Hoy, a la distancia, puedo comprender que lo que mi imaginación imaginaba era a mi yo interpretado en la lógica que circulaba entre mis compañeros “machos”, la música que oía, las cosas que me obligaban a hacer, las palabras que me taladraban. Era, en definitiva, la historia de un adolescente de un pueblo del interior. Pero el tiempo y la llegada a la Capital propiciaron un encuentro entre aquel adolescente aturdido y virgen con aquella persona que empezó por fin a hacerse preguntas, y de ello resultó un nuevo sujeto. Pero mucho antes de hallarme puto, me encontré en y con el activismo social. Fue la “militancia no Gltbbi” mi espacio de praxis personal y política, y de la mano de ella pasé a formar parte del activismo Gltbbi. Allí di cuenta de mi identidad como marica y de la revalorización de ciertas palabras, que mucho tiempo atrás me dolían y que hoy las reivindico en su máxima expresión. Pero mi salida del placard no coincidió con mi activismo, a pesar de la visibilidad que obtuve en aquellos tiempos, sino con el instante en que nos encontramos con Martín y supe que ir tomado de la mano por la calle con la persona que uno quiere podía ser un gesto políticamente amoroso.
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