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Viernes, 27 de marzo de 2009

LUX VA > Y VUELVE DE LA ILUSIóN DE TENER UNA TARJETA DE CRéDITO

Locx por las compras

Desesperadx por la desaparición repentina de una burbuja financiera que nunca lx hizo flotar, Lux da un manotazo de ahogadx en busca de una tarjeta de crédito que lo único que le ofrecía era pertenecer.

Para olvidarme de los pronosticadores agoreros que no se cansan de afirmar que lo peor de la crisis está por venir, el otro miércoles me compré el pororó más grande y saqué una entrada para ver Loca por las compras. Vaya paradoja, yo ahorrando un día miércoles cuando lo único que podía acumular era el deseo de sentirme por un rato Isla Fisher derrochando dinero en las tiendas de Manhattan. Y como los negocios del Abasto ya estaban cerrados y el pororó me salía hasta por las orejas, me conformé con caminar por el barrio de Once con anteojos oscuros y un pañuelo en la cabeza. Sí, ya sé: era de madrugada. ¿Y qué? Pero yo no tenía sueño y no pensaba en otra cosa que en alimentar la maravillosa identificación que había tenido con la heroína de la película. Algo que no me pasaba desde Julia Roberts haciendo compras en Rodeo Drive en Mujer bonita. Así que vi luz en un cíber coreano open 24 horas y entré a documentarme sobre consumo Glbtti, ya que estaba en tema. Y no va que me topo con lo que se me reveló como la piedra filosofal, el bálsamo destinado a saciar mi sed de consumo dink. ¡La G Card!¡ ¡Una tarjeta de crédito hecha a la medida de mis sueños y de los de tantxs consumidorxs hasta ahora ignoradxs por el marketing heterosexual! Sin leer más, me zambullí a llenar el formulario, luego de comprobar que la tarjeta era sin cargo, lo que a todas luces no hacía necesario presentar recibo de sueldo ni saberse de memoria los números cuis. Cuis o cuit, daba lo mismo, nada de nada necesitaba para flotar en esta burbuja financiera en la que se había suspendido la ley de gravedad de los precios y el dramatismo de mis bolsillos. Volví a casa esa noche; la G Card se haría esperar tanto como se espera al amor. Pero como no soy de llorar sobre el tiempo perdido me puse a recorrer los negocios adheridos y a señar ropa interior en Narciso Underwear, armar una lista de casamiento apócrifa en Quelosepantodos.com.ar (una página de regalos para uniones civiles de personas del mismo sexo) que, si en el tiempo en que me llegaba G Card no conseguía alguien que se quisiera casar conmigo, pensaba tarjetear de todos modos yo solitx, y hasta saqué fiado dos lámparas divinas y unos apliques de Luz Porteña, una casa de iluminación que está en Gorriti al 4600, porque una amiga mía resultó ser íntima del dueño. Y fue al cabo de una semana de ensayar frente al espejo el peinado banana a lo Ivana Trump que el cartero golpeó dos veces a mi puerta. Y ahí mismo me desayuné, leyendo la notita que venía adentro del sobre junto con la tarjeta que yo anhelaba fucsia pero que me tocó violeta, que la G Card no era precisamente una tarjeta de crédito, sino “la primera tarjeta de descuentos y beneficios especialmente diseñada para la comunidad gay de Buenos Aires”. ¡Y yo debiéndole una vela a cada santo por esa maldita tarjeta! ¡Y yo creyendo que pertenecer tenía sus privilegios cuando apenas tenía el 10 por ciento! ¡Y mi sueño consumista convertido en el carnet de un club del que ya era presidentx! ¡Y mi nombre en el veraz! ¡Lux deudorx! ¡Fugitivx!

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