Viernes, 17 de julio de 2009 | Hoy
Las vampiras lesbianas están impresas en el ADN mismo de las historias de seres sedientos de sangre. Más o menos explícita su sexualidad, los personajes femeninos no sólo aventajaron en casi cien años el nacimiento de Drácula, sino que además contaron con una inspiración en la vida real insoslayable: la sangrienta condesa Erzébet Bathory, que inmortalizaron tanto Valentine Penrose como Alejandra Pizarnik. En la zaga de las mejores vampiras amantes de mujeres, este año se estrenan dos películas: la excelente Let The Right One in —con la primera vampira intersex— y la un tanto denostada Lesbian Vampire Killers. Y como bonus track, la serie True Blood también presenta a su dama de dientes afilados y deseos lésbicos en la piel de la hermosa Evan Rachel Wood.
Por Mariana Enriquez
Las vampiresas son más raras que sus hermanos los vampiros o, mejor dicho, son menos famosas, menos visibles. En las mitologías abundan, pero se mezclan con otros monstruos femeninos. En la literatura, su presencia es mucho más temprana que el Drácula de Bram Stoker, pero menos reconocida. Cosa extraña: fue nada menos que Goethe el primero en escribir un relato de vampiros (un lieder, en realidad) con protagonista femenina en 1797, con La novia de Corinto. Primera de las bellas damas impiadosas, mujer fatal primigenia, todavía es heterosexual, y viene en busca de la sangre de su amado. Lo mismo pasa con otra vampira célebre: la lúbrica cortesana Clarimonda del relato La muerta enamorada de Teophile Gautier (1836, casi setenta años antes de Drácula).
Para entonces, de la mano del romanticismo, los relatos de vampiros (desde supersticiones campesinas hasta cuentos literarios) se volvían populares. Para que los vampiros hombres se volvieran gays hizo falta mucho: lo lograron recién a mediados del siglo XX, aunque por supuesto la sensualidad prohibida siempre llevó implícita la posibilidad de la androginia y de la diferencia. Pero para que las vampiras se encarnaran como lesbianas no hizo falta tanto: en 1872, el irlandés (Stoker también lo era, ¡cómo gustaba el vampirismo en Irlanda!) Joseph Sheridan Le Fanu publicó “Carmilla”, uno de los cuentos más famosos del género, y también uno de los más logrados. Dice la protagonista, una jovencita que recibe en casa a una desconocida, joven como ella, supuesta hija de una familia amiga: “Lo cierto es que yo sentía algo inexplicable por aquella hermosa forastera. Me sentía, como ella decía, atraída hacia ella, pero experimentaba también algo de repulsión. No obstante, en ese sentimiento ambiguo prevalecía enormemente la atracción. Era tan hermosa y tan indescriptiblemente atractiva que me intrigaba y me subyugaba”. Y más tarde, cuando Carmilla la corresponde, el relato —si bien jamás explícito— se vuelve francamente erótico: “Jamás he estado enamorada de nadie, y nunca lo estaré —susurró—, salvo que lo esté de ti... Querida, querida mía —murmuró—. Yo vivo en ti y tú morirás por mí. Te amo tanto...”.
“Carmilla” no tuvo una descendencia sostenida. Ese relato quedó allí, como un clásico, pero no se desprendió de él una legión de vampiresas lésbicas. Y eso que poseían un antecedente real capaz de desbancar a cualquier otro asesino con características vampíricas: la brutal condesa Erzébet Bathory, que hacia fines del siglo XVI aterrorizó Hungría con su intento de lograr la juventud eterna mediante baños en la sangre de muchachas jóvenes, la mayoría a su servicio.
En 1962, la escritora francesa Valentine Penrose escribió un hermoso libro, mitad lirismo, mitad historia, llamado La condesa sangrienta, que describía la vida, muerte y crímenes de Erzébet. El relato de los crímenes, que la condesa perpetraba con ayuda de sus asistentes Darvulia y Jó Ilona, era bello y brutal: “...A las dos o tres jóvenes las dejaban completamente desnudas, con el pelo suelto. Eran hermosas, y siempre tenían menos de dieciocho años, a veces doce... Cuando la muchacha no era sino una llaga tumefacta, Dorkó tomaba una navaja de afeitar y hacía incisiones acá y acullá. La sangre brotaba de todas partes, las mangas blancas de Erzébet Bathory se teñían de ese diluvio rojo... La bóveda y las paredes chorreaban”. En Argentina, el libro fascinó a Alejandra Pizarnik, que escribió su propio La condesa sangrienta (1965), un homenaje que recuenta lo escrito por Penrose con el inconfundible estilo de la poeta: “El camino está nevado, y la sombría dama arrebujada en sus pieles dentro de la carroza se hastía. De repente formula el nombre de alguna muchacha de su séquito. Traen a la nombrada: la condesa la muerde frenética y le clava agujas”.
Esta mujer insondable pudo haber sido lo que Vlad Tepes, cruel noble y guerrero húngaro nacido en 1410, fue para el Drácula de la literatura: una inspiración basada en crueldades históricas, en un gusto malsano por la tortura y la sangre. Pero no lo fue. Erzébet fue juzgada después de haber asesinado a unas 500 muchachas y emparedada hasta la muerte (ocurrida en 1610) en su castillo de Csejthe. Su caso ni siquiera tiene una película todavía —es decir, tiene algunas menores, como Daughters of Darkness del belga Harry Kumel, estrenada en 1971. (Nada que ver, está claro, con los Drácula de Lugosi o Coppola.) Por lo menos hasta este año: Julie Delpy, la hermosa actriz de Antes del amanecer, acaba de estrenar en el último Festival de Berlín su versión de los hechos, que ella dirige y protagoniza. La película se llama The Countess, el trailer ya se puede ver online, y todavía no tiene fecha de estreno.
La visibilidad de las chicas hambrientas de sangre y amándose entre ellas en el cine no es mucho mayor —salvo en el reino del cine porno a partir de los ’70, donde hay varias vampiras lésbicas en películas para hombres heterosexuales (como suele suceder)—. Antes de los ’70, los ejemplos de cine no abundan: la más famosa es la Condesa Zaleska, que interpretó Gloria Holden en la película La hija de Drácula de 1935: hay una seducción clara e indudable a una jovencita de parte de la vampira. Pero la Condesa es una sufrida: nada que ver con Et mourir de plaisir (1960) de Roger Vadim, la primera versión de “Carmilla” para cine, con dos chicas hermosas. Popularidad, eso sí, todavía se les escamoteaba. Más bonitos aún y más populares fueron la trilogía basada en Carmilla de la productora clásica Hammer Films: The Vampire Lovers (1970), Lust for a Vampire (1971), y Twins of Evil (1972), película de explotación pura que tenía a dos conejistas de Playboy, Madeleine y Mary Collinson, mordiendo tetas turgentes.
Los ’80 trajeron a la gran película lésbica de vampiras: El ansia, de Tony Scott, basada en una novela del mismo nombre de Whitley Strieber. Era 1983 y a Catherine Deneuve (Miriam) se le moría su amante de siglos (John, interpretado por David Bowie). Miriam es egipcia (un poco raro eso, teniendo en cuenta la rubiez de la Denueve, pero bueno), y cuando su amante agoniza va en busca de la gerontóloga Sarah Roberts, interpretada por Susan Sarandon. Todo se precipita entonces: Miriam ya ha encontrado reemplazo de compañía eterna con la hermosa médica. El ansia tiene una de las escenas lésbicas más famosas del cine: las dos mujeres espléndidas bebiendo su vino y luego apasionadas, en una cama de tules y telas, todo blanco y rojo. En la película todo es estilo, desde la exquisitez de Deneuve hasta Nueva York y aquella escena de club nocturno donde Bauhaus canta "Bela Lugosi's Dead". Susan Sarandon, en su momento, dijo que filmar la escena lésbica había sido un placer porque, bueno, era Catherine y su blanca hermosura. Pero, como la condesa, no hubo demasiada descendencia de The Hunger, salvo una serie erótica del mismo nombre a la que le fue pésimo con la crítica (con bastante justicia) a pesar de que tenía episodios escritos por especialistas como Harlan Ellison o Poppy Z. Brite.
En los ’90, el evento fueron las colecciones de cuentos de vampirismo lésbico erótico editadas por Pam Keesey (ya existían de vampirismo erótico a secas, editadas por Poppy Z Brite y llamadas Love In Vein). Las de Keesey fueron Daughters of Darkness: Lesbian Vampire Tales de 1993, que tenía, claro, la seminal Carmilla e incluía un curioso texto de Pat Califia, transexual y bisexual; le siguió Dark Angels de 1995, que incluía una traducción de La condesa sangrienta de Alejandra Pizarnik, y piezas de habitués en estas recopilaciones como Melanie Tem o Thomas S. Roche. Ninguna se consigue en castellano.
La revancha de las vampiras quizás ocurra finalmente este año. En TV, la serie True Blood presenta en su segunda temporada a la reina Shopie Ann de Louisiana, una vampira lesbiana interpretada por Evan Rachel Wood, una actriz increíble (El luchador, A los 13) y, famosamente, ex novia de Marilyn Manson. Estará en los últimos dos episodios: la serie de Alan Ball (creador de Six Feet Under, y gay) tiene cada vez más éxito, pero todavía no incluía a una amante de mujeres. Evan, con su belleza juvenil pero helada, es ideal para el papel.
Además, en 2002, ya había interpretado a una adolescente que despertaba a su sexualidad lésbica en la serie Once and Again, con dos famosos besos televisivos en los labios de la entonces también jovencísima Mischa Barton. En otro tono, este año también se estrena Lesbian Vampire Killers, una comedia de terror británica (para cine). Pero aquí la suerte no parece estar del lado de los realizadores: la crítica en general la destrozó, y un grupo de activistas llamado “Angry Lesbians” habló de un retrato “insultante y estereotipado”. Se trata de una comedia de muchachotes. Y finalmente, aunque retrasada ahora por la gripe A, llegará Let The Right One In de Thomas Alfredsson, una maravilla de película sueca que además de buen cine es una historia de iniciación que incluye crítica social, perversión, brutalidad escolar, padres ausentes y quizá la primera vampira intersex (su género está indeterminado… o mejor callarse lo que sucede y dejar que el lector descubra): la ambigua y extraordinaria Eli (Lina Leandersson), la ambigua y extraordinaria Eli, un ángel de la muerte de 12 años que camina sobre la nieve sin dejar rastro. El director cuenta que le costó un año encontrar a esa niña andrógina, y que la espera valió la pena. No diremos más para no arruinar la trama del mejor estreno del año (así de buena es), pero quienes quieran anticiparse pueden recurrir a la novela en que se basó la película, Déjame entrar de John Ajvide Lindqvist, un libro estremecedor, que corre los límites del horror y el vampirismo como metáfora tan pero tan lejos que seguramente pasará mucho tiempo hasta que otro escritor esté a la altura de tomar el guante.
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