› Por Towa
Me di cuenta ya estando boca abajo y patas para arriba: había aprendido a hacer la vertical mirando a Nadia Comaneci por televisión. No iba a gimnasia deportiva porque no me dejaban. Miento: fui un tiempo, tres o cuatro meses, hasta que un día le dije a mi viejo que quería ser como Nadia Comaneci, perfecta como ella, dar esos saltos, hacer esas piruetas atrevidas. Su cara de asombro lo dijo todo antes de que empezara a gritar llamando a mi madrastra. Yo igual seguí haciendo la parada de mano en el patio, en la terraza, en el colegio, en todas partes.
No, miento, me di cuenta en la tercera hilera. Me acuerdo puntualmente de un día en que mi mamá soltó el tejido para ir a atender el teléfono y cuando volvió yo estaba dale que dale con las agujas. Había aprendido a tejer viendo cómo tejía mi vieja. Ese día había un amigo de ella y algo le dijo al oído que no llegué a escuchar. Mi mamá me arrancó el tejido de las manos y ahí mismo me puse a llorar porque no entendía bien qué pasaba. Creo que ahí me cayó por primera vez la ficha. Aunque de grande entendí lo que ese amigo le dijo al oído: “Berta, ¿qué estás haciendo? ¡Te va a salir puto este chico!”.
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