› Por Diego Trerotola
La revista Out, en mayo de 2007, publicó un largo análisis titulado “The Glass Closet”, una descripción sobre esas personas que en Hollywood estaban casi fuera del closet, o que vivían en un closet de cristal donde se transparentaba todo, es decir, que si bien no hablaban públicamente sobre su orientación sexual, al menos tampoco disfrazaban su vida, ni inventaban ser heterosexuales, y a veces mandaban mensajes (algo ambiguos, es verdad), como un guiño cómplice diverso. El caso paradigmático era Jodie Foster; su maternidad fue pública pero nunca habló de un padre; su frase al recibir el Oscar por El silencio de los inocentes creó escuela y tuvo una fuerza decisiva en su semivisibilidad lésbica: “Me gustaría agradecer a todas las personas en esta industria que han respetado mis elecciones y que no han tenido miedo de mi derecho a la dignidad y al poder”. Las cosas están dichas a medias, el muro de cristal sigue firme, casi blindado, aunque permite –más que ver– imaginar lo que hay detrás de esas palabras. Foster, al menos, tuvo la valentía de esa transparencia, mientras que las otras personas diversas, que están unidas a los afectos de miles de otras personas alrededor del mundo, guardan un silencio hermético, un closet impenetrable.
Ricky Martin era tal vez el más cristalino de los habitantes de ese closet poblado por unxs pocxs, como Jodie Foster. Era, decimos ahora, porque rompió el cristal, y es el primer cantante de fama planetaria que por propia voluntad sale para decirlo con todas las letras, sin escudarse en ninguna idea de ambigüedad, sin ninguna media verdad, y esperemos que sea un gesto alfabetizador, que haga escuela. Tal vez, como el caso de Clay Aiken, uno de los cantantes convertidos en celebridad por American Idol, la decisión de Martin tuvo que ver con ser un padre honesto y criar a sus hijos dentro de una ética de la verdad.
Pero también lo valioso de Ricky Martin, en el contexto de una industria musical que actualmente está en crisis permanente, debilitada económicamente por la piratería, la valentía de asumir su homosexualidad desafía aún más a las personas y empresas que piensan que la orientación sexual no hegemónica puede alejar a las sensibilidades mayoritarias. Pero su salida del closet por Internet, como una forma de visibilidad global, tuvo consecuencias inmediatas, según algunos datos que circularon: a los 676 mil seguidores de su cuenta en Twitter se sumaron decenas de miles tras la carta abierta sobre su orientación sexual. Esa adhesión instantánea contradice mucho las falsas paranoias que justifican el closet de muchas figuras internacionales. Por cifras como esa, la canción, por suerte, ya no es ni será la misma, será definitivamente diversa. Y ya no sólo los cánticos de la “vida loca” tendrán derivaciones obvias como himnos gay de liberación pop. También, a pocos meses del Mundial de Fútbol, que está entre los eventos masivos más heterosexistas, “La copa de la vida”, canción que fue himno oficial del Mundial de Francia 1998, que Martin entonaba con su particular homoerotismo festivo, tal vez inspire a más de un jugador para se ponga la camiseta de la diversidad en Sudáfrica. Lo cierto es que en un mundo de malas ficciones, donde la verdad tiene mala prensa y se la esconde por “piantavotos”, alguien salido de una boy band infantil, sumergido en el colmo del artificio efectista del pop latino, aunque ya sostenía una fundación para la lucha contra la injusticia social vinculada con la infancia (www.rickymartinfoundation.org), ahora hizo el gesto más político, en relación con la diversidad sexual, de los últimos años: se sacó la careta y dice lo que se le canta. Y ya queremos más, por eso esperamos ansiosos esa biografía que está escribiendo, porque ahora que se liberó la lengua seguro que cuenta más detalles y chismes que, como siempre, son la sal de la vida. Loca.
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