P.P.: ¿De qué medicamentos me estabas hablando, de los nuevos o los anteriores?
J.: Los nuevos.
P.P.: ¿Cuáles son?
J.: Tenofovir, Ritonavir y Atazanavir, el viejo que sigo tomando es Abacavir.
P.P.: Ah, ¿son cuatro?
J.: Sí, dos de esos son de la misma familia, y los otros dos de diferentes familias. Tomo cuatro pastillas. Tres una vez por día a la noche, y otra una vez cada 12 horas. Lo que pasa es que un medicamento refuerza al otro: el Ritonavir no lo podés tomar solo, lo tenés que tomar con el Atazanavir, porque el Tenofovir le baja las concentraciones, entonces para equilibrar las concentraciones en sangre hay que dar otro medicamento para que estén en el mismo nivel. En realidad es poquito, es una pastilla diaria de Ritonavir, pero no importan los medicamentos, lo que importa es que cada medicamento tiene un efecto colateral, entre ellos el tema del azúcar, que tiende a subir, y además, como te contaba antes, el tema del riñón. Como mi abuela y mi hermano tuvieron diabetes y mi bisabuelo también, empecé a hacerme la cabeza. Mi médico me había dicho que me hiciera un análisis de glucosa en sangre porque en el último me había visto los valores un poco altos, no mucho, ahí. Previo a eso me había hecho estudios del corazón y del riñón, que habían salido bien. Cuando empecé a leer en Internet sobre la diabetes, entendí que uno de los medicamentos generaba un desarreglo metabólico, que hacía subir el azúcar en sangre y que por lo tanto podía dar diabetes 2. Eso implica que si tenés diabetes, tenés que tomar otra pastilla para frenar la diabetes. Me empecé a preocupar por esa situación y a tener todos los síntomas de la diabetes, todos, empecé a mear mucho, la boca se me ponía pastosa, tenía mucha sed, todos los síntomas. Entonces me preocupé y fui a la guardia de Osplad para que me hagan un estudio. Tenía todos los síntomas, tenía angustia, me dolía el pecho, la boca pastosa, orinaba. Una médica de guardia me hace hacer todos los estudios, por las dudas: electrocardiograma, análisis de orina, análisis de sangre; en una hora cuarenta tenía todos los resultados. Se los llevo a la mina y me dice: “No tenés nada, ni siquiera tenés azúcar en sangre. Y ni siquiera estás cerca de los rangos límite. Debe ser la cabeza. Mirá, yo cuando iba a tener a mi hija y estaba embarazada, ese año fallecieron mi mamá y mi papá. Yo tenía terror de que mi hija se muriera, el tema de la vida y la muerte estaban ahí. Y entonces me agarró un ataque de pánico durante un año y tuve que tomar Rivotril. Y después se me pasó, porque era la cabeza, no era nada, era susto, era miedo”.
Yo me empecé a identificar y empezamos a hablar: a mí me pasó esto y a mí esto otro, nada del médico distante, yo soy el sano y usted el enfermo.
P.P.: Pero era una médica que no es tu médica.
J.: Una médica de guardia que me encontré en la vida justo ese día y en ese horario. Cuando le cuento esto a Gustavo, me dice, ‘claro, porque la gente portadora de HIV siempre está con el tema de la enfermedad y la muerte’. Por más que ahora no te mueras, si no te cuidás, te morís. Y bueno, después cambié la onda, al otro día no tenía nada, se me fue toda la angustia, se habían borrado todos los síntomas por un papel que había dicho que los números estaban bien.
P.P.: Entonces, la conversación con la médica fue terapéutica.
J.: Recontra terapéutica. Ella no se puso en el lugar de la sana. Me hizo sentir que lo que me pasaba le puede pasar a cualquiera. Me encantó.
P.P.: ¿Y tu médico?
J.: El estaba de viaje, pero ya me había recomendado que hiciera esto: “Cuando tengas esa paranoia de que te está pasando algo, andá a la guardia y chequeate”. Contrastar con la realidad te hace bien.
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