Hace poco cambié de trabajo, y cuando fui a ver a la doctora O, le conté que por suerte me habían garantizado la continuidad en la obra social, así que podía seguir atendiéndome con ella. “Ah, bueno —me dijo—, ¿y cómo manejaste el tema del preocupacional?” “Con buena fe —le contesté—. Ya no es el primero, yo voy y lo hago. Y si me llegan a hacer un test de VIH, yo sé que es ilegal y se las van a ver verdes, porque si todo el mundo me dice: ‘Ya está, el puesto es tuyo’, y si después del preocupacional me rebotan sin darme un porqué, ya veo por dónde viene.” Entonces me dijo algo que me causó un poco de gracia: “Cuando es así, les recomiendo a mis pacientes que manden a otra persona”. ¿Cómo que manden a otra persona? “Sí, que se busquen a alguien parecido, dice, igual en la foto del documento estamos todos jovencitos y nadie se va a dar cuenta.” ¡Graciela, no! Para empezar, mi documento lo renové el año pasado, así que se ve bien que soy yo. Pero, además, ¿cómo voy a mandar otra persona? ¡Y además, otra persona por ahí no tiene HIV, pero tiene una hernia, o es ciego o es sordo! Es decir, para zafar de una me estoy metiendo en un baile peor. Me causó mucha gracia que de manera tan abierta me estuviese recomendando eso: “Vos mandá a otra persona”. Evidentemente, el tema del preocupacional es complicado. Uno cuenta con la buena fe, yo creo que ya estamos todos enterados de que están haciendo screening de drogas, así que como dice Jesús de Laferrere: “Os dije que vayan caretas”.
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