Viernes, 24 de diciembre de 2010 | Hoy
Los trabajos de preparto de María y la presencia misericordiosa de Marta, esa mujer de brazos fuertes...
Por Dalia Rosetti
El piso estaba mojado. Marta acababa de tirar agua con un jarrito para que no se levante polvo. Había que preparar toda la casa para que esté bien linda para cuando lleguen las chicas. La noticia de la dulce espera de María dejó boquiabiertas a algunas y horrorizadas a otras. ¿No se ufanaba María siempre de que ella era virgen? ¿Que jamás un hombre le había tocado un pelo? Frente al silencio de María María en el núcleo de amigas comenzaron a circular mil teorías que no pasaban de rumores. La más aterrorizante, que a varias dejó semanas con la ventana cerrada, era que las palomas podían combinarse genéticamente con los seres humanos. Pero bueno... son cosas que pasan y todas sabemos que no hay que hacerse demasiados rollos ni, por sobre todo, escarbar demasiado en los asuntos referidos al sexo. Sería su bebé... en fin. Cosas de mujeres que en algún momento les pega ser mamás. Marta no lo podía creer... no que María se hubiera quedado embarazada de una paloma sino que parecía que se iba a ir a vivir con su ¡¡¡primo José!!!, que las detestaba a todas. La simple idea de que José disfrutara en el día a día de la carismática y dulcísima presencia de su mejor “amiga” la ponía re loca. Por eso Marta no podía parar de limpiar, hacía días que no paraba y no tenía planes de parar nunca jamás... Su hermana María, conocidísima por dejada y colgada, estaba feliz porque Marta ya no le reclamaba que hiciera nada. La vida para ella se había convertido en un paraíso. Esa tarde vendrían todas a tener una clase de preparto alternativo. Todas aprovecharían la oportunidad de acompañar a María María en sus ejercicios tiradas en el piso en mantas frescas de lino egipcio. Marta era profesora de yoga sin papeles, pero sabía un montón y tenía —¿cómo se dice...?— el don de la conciencia. Como suele pasar, las apariencias engañan, así que Marta parecía todo menos ama de casa y profesora de yoga. Mucha gente que no tenía sensibilidad pensaba que ella era un muchacho. Sus brazos que parecían tubos no provenían de cortar leña o cargar cruces, nada que ver, toda su musculatura venía de la línea de yoga tantra gym, de barrer y correr los muebles de piedra de su casa. Su cara introspectiva y los 2450 piercings que tenía le daban a su rostro un look duro, pero ella era un pan de Dios... ¿Y ahora qué? Pobre Marta... Tenía que bajar sus expectativas de años, frenar en seco y convertirse al menos en partera. Ella sabía que tenía todas las cualidades para traer niños al mundo. Era la más madura de todas, la contención emocional del grupo y la única profesional que aparte trabajaba. María María era la más linda, indiscutida, todas lo decían... y aparte era divina, buenísima, divertida, conmovedora, trabajadora a su manera, siempre dispuesta a jugarse por los demás, muy imaginativa, usaba los mantos más locos del mundo y tenía la capacidad de imponer modas. Buena era poco. De bebé jamás dio disgustos a su mamá y a su papá. Ella aprendió a caminar solita sin jamás poner en riesgo su vida, una chica autosuficiente y ultra-responsable. Un genio que tendría un largo camino de creatividad, innovación y fama mundial. Marta hacía años que no usaba el María para diferenciarse más aún, para hacerle llegar al sistema el mensaje de que ella era ella: Marta a secas. Una mujer fuera de serie. Pero bueno... había mucho que ordenar aún, las casas de lodo no son fáciles de mantener limpias. Las paredes, aunque no parezca, dejan caer cada día partículas de polvo, y las ventanas sin vidrios ni que hablar. Y hoy debía estar todo más que limpio. Hoy era el día. Tenía que quedar bien ante todas, pero por sobre todo ante María María, para que ella confíe en que era la persona apta para hacer el trabajo del parto. Era su esperanza de poder compartir con ella el momento mágico de la maternidad. Marta compró un pájaro muy bello para que cante en la ventana y favorecer la relajación y que todo salga perfecto. Marta... qué divina. Hay gente que tiene suerte y no sabe aprovecharla, y gente que no y que la aprovecharía a full. Pero no se puede juzgar a las personas... cada una sabrá o no lo que hace... como María María, como (María) Marta.
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