Viernes, 24 de diciembre de 2010 | Hoy
Un oráculo siembra el odio a la diferencia en los oídos de un monarca y el resto es historia conocida.
Por Liliana Viola
Herodes, más conocido como Herodes el Grande debido a que en Galilea los rumores de alcoba corrían más prestos que la estrella de Belén, ordenó, como es vox populi, la matanza de niños varones menores de 2 años. Según Mateo, actuó temeroso de que un Mesías aún por nacer le arrebatara su poderío; según lo que me ha contado un pajarito habitué de las rondas que se arman alrededor de San Francisco de Asís, “nada que ver”.
La hipótesis de que fue un arrebato de homofobia lo que movió a Herodes a dejar sin niños gays el suelo de Judea, si bien puede leerse como anacrónica y hasta forzada para sintonizar con la línea de este suplemento, también cuenta con fundamentos que vale la pena revisar. Recordemos que si bien el linaje de Herodes era idumeo, su pensamiento, educación y cosmogonía eran claramente griegos, con todo lo que ello implica: banquetes, juego de manos, mayéutica bien entendida y esa maldita costumbre de consultar oráculos que tanta tragedia le trajo a Edipo, entre otros. Y fue así que, consultado el mismo, algunos ponen en forma de Reyes Magos y otros de un pedicuro compatriota suyo, éste le dijo que en breve nacería un niñito al que llamarían Jesús (para despistar, los padres le pondrían un nombre bien gallego) y que dotado de un carisma y de un cuerpo escultural (literalmente hablando, ya que artistas posteriores no perderían ocasión de reproducirlo en pelotas), vendría al mundo a predicar sobre el amor, generando a su paso una pasión capaz de despertar hasta a un muerto (sí, clara referencia a Lázaro). Dicha atracción (mutua) estaría claramente dirigida hacia el universo masculino. Las relaciones entre varones tomarían tal carácter público que el Derecho Romano se vería obligado a legalizar el matrimonio entre personas del mismo sexo en los albores del siglo I después de Cristo. El oráculo reforzó sus dichos con la imagen de unos doce muchachones, comerciantes, pescadores, todos casados, capaces de dejarlo todo por El. La imagen de estos hombres caminando del brazo y en patas por Galilea, yendo de sauna en sauna, inquietó a Herodes. El oráculo avivó el fuego cuando dijo que, si bien más de uno cuando las papas quemaran se metería en el closet al menos tres veces, finalmente ese mismo llegaría a fundar sobre una piedra una institución poderosísima, eminentemente masculina y jerárquica, en la que el amor predicado por Jesús estaría prohibido y no así la pederastia, el abuso de niños en los confesionarios, etcétera. Herodes dio la orden que todos conocemos. El oráculo, al ver las consecuencias de su pronóstico, trató de disuadirlo diciéndole que... bueno, que el niño en cuestión, después de todo, era un niño muy mimado, hijo único de madre sobreprotectora y padre ausente, de esos que nunca bajan a tierra... Pero Herodes no era tan ignorante como para aceptar explicaciones psicologistas, ni tampoco biológicas.
En conclusión, no se sabe si por una homofobia asesina o por evitar competencias (de ser esto último, entendemos que San Mateo dijo de un modo elegante lo que nosotros dijimos aquí), y tampoco se sabe si habría niños gays entre los inocentes asesinados. Qué importancia tiene eso ante la inconmensurable tragedia, dicen muchos. Pero también es cierto que circulan varios estudios que insisten con lo del 10 por ciento.
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