Viernes, 21 de junio de 2013 | Hoy
Por Gabriel Giorgi *
No estoy de acuerdo con algunas lecturas que diagnostican la docilización y la neutralización total de la energía revulsiva de las comunidades y políticas glttb. Obviamente, en los últimos años el impulso asimilatorio fue muy fuerte -en Estados Unidos llega al ridículo con el reclamo de gays y lesbianas de participar en el ejército imperial y torturador (todo en el nombre de la igualdad: los gays podemos torturar igual o mejor que los straight... O las lesbianas somos igual de eficientes con los drones)- y se escucha mucho deseo de normalidad desde distintos lugares de lo que hasta hace poco llamábamos “la disidencia sexual”.
Pero inclusive en un paisaje así, seamos cautelosos. Por un lado, al mismo tiempo que gays y lesbianas (y en menor medida los sujetos trans) se vuelven más legibles, más reconocibles socialmente, viejas y nuevas culturas de sexo anónimo, comunitario, de yire, siguen existiendo y hasta se expanden. Creo que ahí hay distintos dispositivos públicos que arman sexualidades y comunidades que no encajan en la norma conyugal y privatizadora. Y esas experimentaciones con y desde la sexualidad siguen pasando en gran medida por la comunidad y las culturas glttb. Vienen desde ahí.
Por otro lado, me parece que la ley de matrimonio (símbolo evidente de la normalización social de la homosexualidad) pone en movimiento y en discusión cuestiones alrededor de la reproducción y la filiación. Sobre todo porque erosiona el mito del “sexo natural” como modo de reproducción privilegiado, y que es el mito que las derechas religiosas quieren monopolizar para significar lo que ellas definen como naturaleza humana (y hay que pensar en el efecto Bergoglio, que no traerá nada bueno). En este contexto, la Ley de Fertilización Asistida y el matrimonio igualitario son un paso clave, a la vez que inseparables. Ahí hay una batalla cultural en ciernes en la que cabe esperar que los saberes glttbi tengan bastante que decir.
Quizás haya que reacomodar el ángulo de análisis. Me parece que por mucho tiempo, y por razones bastante evidentes, las culturas glttbi se asociaron a unas políticas de “la diferencia” entendidas como negación de un orden social disciplinador y represor. Sin embargo, hemos visto cómo repetidamente esa diferencia era convertida en un bien consumible, mercantilizable, privatizable (como “mi” diferencia individual, patrimonio de un “yo” fijado en esa diferencia). Creo que en el contexto presente ese énfasis no nos va a llevar lejos. Las energías creativas más interesantes pasan hoy por “políticas de lo común”, por redifiniciones de lo común y la comunidad, donde la diferencia funciona menos como territorio del yo, del individuo, de la persona, que como invención, apertura de nuevos espacios dentro de la comunidad, de relaciones deseantes, afectivas, comunitarias, entre cuerpos. Contra la norma neoliberal, la política de un universo en común: creo que la potencia crítica de las culturas glttbi pasa por ahí.
* Profesor en New York University. Autor de Sueños de exterminio. Homosexualidad y represión en la literatura argentina contemporánea.
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