Viernes, 23 de agosto de 2013 | Hoy
Por Dolores Curia
“Todos los días reparto voluntariamente un diario local que se llama South Sydney Herald. Trabajo en esa publicación haciendo la caricatura del editorial. Ando por el barrio con mi bicicleta, que está conectada a una máquina de hacer burbujas, y las voy dejando como rastro por las calles que recorro. No logro que sea todos los días, pero también trato de nadar siempre que puedo, por la tarde. Y algunas noches hago un número musical en el que canto Cabaret vestidx con brillos, galera y tacos aguja, para recaudar fondos para una organización queer”, enumera Norrie May Welby sobre su vida cotidiana para dar cuenta de algo parecido a una rutina.
Cuando tenía 23 años, se hizo una cirugía de reasignación sexual, pero poco tiempo después se dio cuenta de que una identidad como mujer trans volvía a atraparlx en la dicotomía de la cual se había estado tratando de desmarcar desde el principio y dejó las hormonas. En 2010 empezó su cruzada por el reconocimiento legal de una tercera posición que encontró en el género neutro. El Registro Civil de Nueva Gales del Sur, donde vive, le concedió entonces un documento (un certificado que el Estado les da a lxs extranjerxs que residen en Australia y han cambiado de sexo) como constancia de esta opción alternativa: una forma de estar en el mundo que Norrie describe como “ni una cosa ni la otra. No me siento completamente distintx de una mujer, pero tampoco me siento completamente alejadx de un hombre. No me defino tanto por la negativa, es decir, que ninguno de los dos sexos es opuesto a mí. No me cierra la identidad transexual estándar, que consiste en absorber uno de los sexos, el opuesto al asignado al nacer, y rechazar cualquier tipo de conexión con la identidad asignada originalmente. Me sientx cómodx con mi androgismo tanto en mi cuerpo cuerpo como en mi mente”.
Pocos meses después de lo que parecía un triunfo, el Tribunal Administrativo de Decisiones dio marcha atrás, apeló para revocar aquel certificado y todo terminó en la Justicia. En estos días el proceso legal está camino a su próxima y última parada: el Tribunal Superior de Australia, la máxima instancia judicial de su país, donde el estado de Nueva Gales del Sur presentó un texto al que le lleva 198 páginas llegar a la afirmación de que una persona debe declarar ser, sin medias tintas, hombre o mujer.
Así como la ambigüedad genital frente a la norma es considerada “emergencia médica” con sus consecuentes intervenciones quirúrgicas y tratamientos hormonales, el caso de Norrie (que sin ser ni trans ni intersexual opta por una ambigüedad de género) surge como emergencia jurídica para el sistema regulador sexo-género. Así como tantos médicos defienden la esterilización de lxs intersex recién nacidxs y ante la duda pelan el bisturí, el retroceso frente a lo que había sido concedido deja a la vista cómo algunos juristas creen estar salvando a Norrie de sí mismx al ajustar por fuerza del lenguaje dicotómico todo lo que desborda los moldes establecidos.
Su historia fue presentada por muchos medios australianos y mundiales, según el caso, como relato de un día en la cotidianidad de un fenómeno o como berrinche posposmoderno. Despierta morbo sí, y fundamentalmente inquieta. La idea de un estar en construcción, de una vida y una identidad in progress –que se supone deberían llegan a algún punto– tampoco aplica para Norrie, quien propone amigarse con la no resolución. Encarna un derecho bartlebyano de no hacerlo: no contestar a una pregunta que el biopoder supone tal vez más básica que el nombre, no llevar a término ese pasaje y quedarse, por opción, en el medio. Llama la atención que el Registro Civil en su apelación use las palabras “sex identity”, como si décadas y kilos de esfuerzo por parte de los estudios de género para dejar en claro la diferencia entre sexo biológico y género no le hubiesen movido ni un pelo. Son las ruinas de una tradición jurídica que ve capricho donde debería ver derecho. Un pensamiento que no termina de desaparecer y emerge a pesar de que la ley australiana sea tan despatologizante como la nuestra y contemple tanto los cambios en la partida de nacimiento como la reasignación sin que medie orden judicial alguna.
En 1969 la familia de Norrie se mudó de Escocia a Australia. Ya por ese entonces, en su niñez –antes de encarar el trayecto que lx llevaría a asumirse durante la adolescencia como hombre gay, luego como mujer trans y finalmente como una persona de género no especificado– tenía percepciones sobre su neutralidad. “Recibí una crianza que es la más común para los niños británicos: llena de las típicas consignas que los padres usan con los hijos varones para hacer de ellos ‘tipos duros’, como la prohibición de llorar. Terminé acercándome más a mi madre, para desempeñar un ‘rol femenino’, que tampoco me cerraba. Yo mismx tardé años en comprenderme. Cada vez que veía a un hombre desnudarse en la televisión, esperaba que mostrara sus genitales. Por desgracia, ahí siempre venía un corte. Pero en la vida real, paradójicamente, me daba miedo la desnudez masculina. En la escuela estudié teatro. Fui bruja buena, chica de la selva, galán de cine. En todas mis fantasías de niñx, los personajes femeninos eran súper independientes y los masculinos no eran nada violentos.” Norrie es en verdad el apellido de soltera de su madre. Lo adoptó por inusual y por unisex cuando terminó el secundario. Le sirvió tanto durante el período en el que fue un chico gay, como mujer trans, antes y después de la operación, y ahora.
¿Qué cambió en tu vida a partir de que asumiste tu verdadera identidad de género, distinta de la trans?
–Disfruto de un estilo de vida más libre y más alegre. Me visto con una androginia mucho mayor. Puedo andar sin que me preocupe ya si me veo como “algo parecido a una mujer” o como “algo más parecido a un hombre”. Obviamente me trae incomodidades, pero eso no tiene que ver con que me sienta más o menos incómodx con lo que soy, sino que el problema lo tienen los demás. En la pileta pública, por ejemplo, tengo que elegir entre el vestuario de mujeres y el de hombres. Incomodo tanto a un grupo como al otro, así que me aseguro de que no haya nadie en el baño de niñxs y me cambio rápido ahí. La incomodidad la tienen los otros, no yo. No puedo hacerme cargo de la intolerancia de los demás. Son demasiados los que no quieren hablar con las personas queer, no es novedad. En mi filosofía del vivir y dejar vivir trato de tomar eso como una ventaja. Lxs intolerantes se alejan solxs de mi vida, de manera que voy quedando rodeadx de las personas que valen la pena. Algo parecido pasa con el uso de los pronombres neutros.
¿Cuáles son las dificultades que el género neutro trae al lenguaje?
–En algunas regiones de Australia hay grupos de jóvenes y académicos que empiezan a usar zie (pronombre personal neutro que reemplaza a she y he), por lo menos al escribir. Me doy cuenta de que genero incomodidades cuando alguien quiere referirse a mí. Pero si la persona tiene buenas intenciones no me fijo en eso. No puedo ni pretendo imponerle a nadie un nuevo modo de hablar. Pero sí agradezco cuando alguien se molesta en llamarme con un pronombre neutro.
¿Cómo describirías tu transición de la identidad transgénero y a la de género neutro?
–Durante gran parte de mi vida no me había dado cuenta de que ésa era también una opción. Es una posibilidad que la medicina transexual niega, ya que no sólo reproduce el binarismo en la transición de un sexo a otro, sino que trata de borrar todo rastro del género que se deja atrás. Llegado un punto, todo ese proceso se estaba convirtiendo para mí en un delirio. ¿Por qué tenía que ocultar mi androginia? ¿Por qué tenía que hacer de cuenta que había sido una chica toda la vida? Eso puede funcionar para un montón de gente, pero no es mi realidad. Empecé a entender mi neutralidad tiempo después de la reasignación sexual. Mucho antes de la operación empieza la hormonación. La combinación de estrógeno y antitestosterona hace que los músculos que permiten la erección se atrofien. Para mí, ese dolor era atroz. No supe su causa hasta después de que me sacaran el pene. En ese momento, había pensado que el dolor era psicosomático como resultado del deseo de querer sacármelo. No me quiero detener en el daño que sufren la función sexual y el bienestar general cuando la excitación trae dolor. Luego de la operación quise dejar las hormonas. Después de muchas discusiones lo pude hacer, pero los profesionales nunca autocriticaron los supuestos detrás de la medicina transexual, que no ofrece ninguna alternativa a la polaridad de género.
¿Pueden aparecer riesgos para la salud al interrumpir la transformación de M a F?
–Cuando dejé las hormonas me vi libre de sus efectos secundarios (cambios de humor, náuseas, pérdida de concentración). Obviamente, no es que decidí dejar de tomarlas por esos efectos pero sí, a partir de la decisión que tomé, empecé a sentirme mejor. Existe el riesgo de osteoporosis, pero en mi caso jamás se me ha roto un hueso, ni siquiera cuando hace seis años me atropelló un colectivo, y puedo decir que me encuentro en mejor forma que el ser humano promedio.
Diferentes voces mediáticas, teóricas y militantes, en caso de que el pedido de Norrie resulte exitoso, piensan celebrarlo entre otras razones porque abrirá líneas del fuga al binarismo obligatorio para todxs aquellxs que se sientan fuera de esas dos bolsas –incluidas las personas trans que no deseen terminar de encastrar en un lugar o el otro–, y allanará el camino para que nadie pueda decidir el futuro de bebés intersex, antes de que puedan hacerlo por sí mismxs. Sin embargo, no todos los palos contra Norrie han venido desde afuera de la comunidad lgbtqi. Para Gina Wilson, presidenta de OII (Organisation Intersex International, Australia): “La identificación con el género neutro no necesariamente se aplica a todas las personas intersex. Para nosotrxs sería un retroceso que esta categoría que se abre a partir del caso de Norrie sea leída como mandato o consecuencia inherente de los cuerpos intersex”. Para plantearlo en términos verdaderamente igualitarios, “el sexo de la persona no tendría por qué estar registrado en el certificado de nacimiento, con excepción de que haya alguna razón legítima y puntual para hacerlo”, completa Wilson.
“También ha habido militantes trans que han decidido difamar mi caso. Eso obedece a un sectarismo propio no de la comunidad trans en especial sino de la militancia lgbtqi en general. Está claro que los deseos que tengo para mi vida que me llevan a separarme de la identidad trans no son una crítica a la opción de la transexualidad en sí. No entiendo cómo se nos hace tan difícil convivir en la diferencia, justo a nosotrxs. Esas internas me recuerdan a algo que los Monty Python ilustraron tan bien en La vida de Brian con la rivalidad entre el Frente Judaico Popular y Frente del Pueblo de Judea”, ironiza Norrie.
“Me gusta vestirme de colores brillantes y moverme libremente. Me gusta tanto la crianza como que me cuiden. Me gusta endurecer mi cuerpo y estar en forma, la ciencia ficción, ir a bailar o bailar solx. ¿Todo eso sería masculino o femenino? En mi país bailar bien está visto como una característica femenina, lo cual es una triste reminiscencia de nuestra historia de dominación patriarcal, criminal y colonial. Rechazo todo tipo de violencia, las actitudes impostadas para mostrar fuerza, las agresiones y las condiciones que posibilitan la dominación del otro. En fin, me opongo a los valores que históricamente se le adjudican al macho alfa, que me parece un anacronismo psicópata y solitario. Pero rechazo también las estrategias de manipulación y técnicas pasivo-agresivas, a menudo asociadas con lo femenino, y la ‘policía de la feminidad’, todos esos controles implícitos de lo que significa o no ser una mujer.”
¿Cómo es la vida amorosa de alguien que encarna un proyecto tan deconstructivista para sí mismx? La respuesta es una visión risomática del sexo y del amor. En la adolescencia, como hombre gay, Norrie sólo salía con hombres. Ahora el deseo no es tan estático, ya que los “hombres de verdad” le parecen demasiado peludos, malolientes e intimidantes. Hay un alto grado de autoparodia en sus digresiones sobre todo lo que pasa, y lo que no pasa, en su cuarto, por ejemplo, en el énfasis puesto al hablar de sí con la palabra “eunuco”, que de hecho eligió para titular su blog de desventuras, conexiones y desconexiones llamado A Eunuch’s Love Life. “Tuve mil crisis y momentos de pérdida de fe en mí mismx, miedo a no poder sostener este estado andrógino, pero siempre logré volver a mi integridad como eunuco ninfomaníacx. Pasé muchos años preguntándome si iba a poder encontrar una persona que me satisficiera y viceversa. No estaba segurx de llegar a ser sexualmente atractivx para otrxs. Y mucho menos de que se enamoren de mí.” Luego Norrie pudo ligar esas inseguridades con su falta de entusiasmo por los rituales de cortejo y con el encantamiento que durante años le provocó la falsa premisa del amor romántico. “En la medida en que pude aceptarme en mi ambivalencia también me empezó a ir mejor en el sexo y en el amor. Conozco gente por Internet. Es más fácil porque unx hace las aclaraciones de entrada; entonces, cuando el encuentro se concreta, hay menos para explicar. No me avergüenza nada ser tan postransexual, tan freak y tan geek. En general establezco relaciones más intensas que largas. Mas que parejas se trata de compañerxs de cama regulares. Durante nueve meses tuve un compañero chino con el que creé un vínculo bastante profundo. Eso no significa una falta total de compromiso emocional pero sí cierto desapego. Lloro un poco cada vez que algo termina, pero después me doy cuenta de que no estoy perdiendo nada. Lxs compañerxs vienen y se van. No vivo un ‘apego’, pero eso no significa que no surjan relaciones románticas.”
¿Y estás con alguien ahora?
–Tengo un poco disminuido el deseo sexual. Y hay que sumarle que estoy en una edad posmenopáusica. Rara vez tengo las energías necesarias para hacer el enorme esfuerzo de paciencia y las inversiones emocionales para negociar en el campo minado que son los juegos de seducción. La gente de mi edad tiene preconceptos muy fijos, y sus expectativas sobre el sexo y el género son muy rígidas también. Los encuentros se me están dificultando ahora. Pero me importa poco: en mi casa tengo muchos gatos y suficiente alcohol.
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