Viernes, 24 de enero de 2014 | Hoy
–Tengo cuarenta y tres años, soy profe de secundaria para adultos, investigo en la Universidad Complutense en varios proyectos europeos y trabajo en el Museo Reina Sofía en un seminario con Beatriz Preciado. A lo largo de mi vida he tenido diferentes identidades, supongo que como muchas personas. Primero, porque mis padres son sordxs y nosotrxs somos usuarios del lenguaje de señas, y desde peque he sido consciente de que se ha percibido como una cuestión vergonzosa. He tenido que ser intérprete de mis padres de un lenguaje que no era conocido ni respetado como tal, he visto cómo la gente se reía de mis padres, o mis propixs compañerxs de clase me preguntaban si mis padres eran subnormales y cosas así. Esa es para mí una de las intersecciones importantes a la hora de posicionarte en la vida con una conciencia de quién eres. Y esto atravesado por la clase social, porque como mi padre es una persona con discapacidad, ha tenido siempre bastantes problemas con el tema del trabajo. Si hablamos de las cuestiones de género y de sexualidad, siempre he sido una persona muy masculina; por mis ademanes, mi manera de estar en el mundo... Y desde que yo me puedo acordar, esto ha generado sospechas sobre mi sexualidad. De hecho siempre he tenido “amigas especiales”, cuestión que para las mamás de mis amigas era una especie de señal de peligro, por ejemplo, no nos dejaban jugar solxs y cosas así, o sea que lxs demás te ayudan a ver que hay algo que “no va bien”. En mi juventud he sido activista, primero en asociaciones juveniles y después, en la universidad, he formado parte de asociaciones feministas, del Colectivo de Feministas Lesbianas de Madrid, de la Asociación de Mujeres de la Universidad Complutense. Luego montamos la Asociación RQTR, de Lesbianas, Gays, Transexuales y Bisexuales de la universidad en 1994. He ido buscando mi espacio y cuantas más experiencias he tenido, más espacio he tenido también para pensar la identidad de género. En un momento dado, lo que vivía en mi vida privada también lo hice en lo público. Empecé a usar el nombre de Lucas y a moverme desde una versión interesada del transgenerismo.
–Mi recorrido tiene mucho que ver con mi biografía. Mis padres son personas con discapacidad, que han tenido que enfrentarse a muchas carencias. No es que mis padres estuvieran contentos de que a mí me gustaran las chicas, pero no ha sido un gran problema, porque los problemas más importantes eran otros. Hace muchos años han venido amigxs sordxs y me preguntaban si era tortillera, si tenía novio... La respuesta de mi padre fue genial, afirmando que no era tortillera sino lesbiana: imagina esta conversación en lengua de signos... Mis padres son personas que no leen ni escriben y con las que es difícil compartir el hecho de que yo escriba libros o forme parte de los movimientos sociales. Mi experiencia es bastante distinta por esa intersección que supone la discapacidad y una discapacidad invisible como es la sordera, y que genera además un distanciamiento de la vivencia que tiene todo el mundo.
–Sí. Las identidades están jerarquizadas. Hay algunas diferencias que vivimos las personas a determinadas edades, que tienen más importancia que otras. Sobre todo la intersección de ellas te pone en un “no lugar”. Sé que si hubiera sido heterosexual, o hubiera encajado más en los modelos de lo que se entiende como algo normal, habría sido más presentable en el entorno de mis padres y en la sociedad en general. La suma que supone diferentes discriminaciones juntas genera experiencias que son bastante únicas. Tengo mucho en común con hijxs de padres y madres sordxs, pero también tengo en común con hijxs no heterosexuales. El lenguaje de señas es ahora algo que forma parte de mi vida cotidiana e incluso enseño sobre esta materia. Hay mucha gente, hijxs de padres/madres sordxs que eligen ser intérpretes de lenguaje de señas. Ciudades como Madrid acogen a muchxs sordxs Lgbtttiq, que son especialmente visibles. He tenido pareja sorda, y soy consciente de que hay espacios y vivencias subjetivas que no son accesibles para todo el mundo.
–A mis estudiantes de secundaria se los explico sencillito. Hay personas que viven más diferencias que otras. Por ejemplo, el año pasado teníamos una alumna que era ciega y gitana, que son dos maneras de estar en la vida bastante señaladas en esta sociedad. Cuando ella ha ido a buscar un lugar para hacer prácticas de los estudios de Integración Social, resulta que en todos los sitios tenía dificultades porque no le querían adaptar el lugar de trabajo por ser ciega. Y ni siquiera en la ONCE la querían, porque quizás era demasiado gitana o ciega para la propia Organización Nacional de Ciegos, hasta que convencimos al Secretariado General Gitano de que eran capaces de trabajar con ella. Demasiado gitana y demasiado ciega. Hay algo de ser ciega que influye sobre ser mujer y ser gitana, todo esto forma una interacción muy especial. La interseccionalidad no solamente habla de la exclusión social y de los problemas. La interseccionalidad habla del poder y del privilegio. Dentro del conjunto de personas ciegas, mi estudiante era una chavala que tenía muchas habilidades. A pesar de estar excluida, a veces por el hecho de ser gitana o ser ciega, era una persona con muy buenas notas y conseguía becas. Es decir que el privilegio no se gestiona con estar dentro o fuera sino que a veces es una gestión de privilegio desigual: tienes privilegio para algunas cosas y tienes exclusión para otras. La interseccionalidad también nos sirve para hablar de lxs sujetxs hegemónicxs. Una persona blanca, que viva en la ciudad, que tenga un poder adquisitivo, varón, sin discapacidad, con acceso a las tecnologías, que utiliza la lengua dominante del espacio en el que se mueve, eso también es interseccionalidad.
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