Viernes, 15 de enero de 2016 | Hoy
Por Diego Trerotola
En el auge de la era del vhs, Bowie demostró que podía rebobinarse y volver a marcar otro territorio con lápiz labial con brillo a alto volumen. Aunque se había alejado de la hiperteatralidad de su glam setentoso y ya bailaba con potencia mainstream, Bowie asumió que su mente era laberíntica, como se dibuja en el videoclip de Underground, canción de Laberinto (1986), la película que le hizo tomar otro desvío para ser la bruja mala, con las bolas de cristal bien puestas, de las mejores pesadillas infantiles de una y varias generaciones. Aliado con el hippie Jim Henson, creador de los Muppets, y con el anarcomediante Terry Jones, uno de los Monty Python, Bowie se calzó calzas, pelucón, tacos, maquillaje, volados y joyas para encarnar a Jareth, dandy duende del colmo del glam ochentoso (no confundir con el chic ochentoso, que era mucho menos monstruoso). Como un adalid sin closet del hair metal, su villano de bijou de una trama infantil grotesca, soportó en su espalda (ayudado por las hombreras obligadas) toda la magia deforme y bailable de la película, sin definir si era un Hada o Hades, y así ampliar el target (¡Bowie para niñxs de 0 a 99 mil años!) de su crítico juego para borrar fronteras entre lo masculino y femenino en este planeta y en otros reales, imaginarios y oníricos. Si sumamos que el mismo año actuó en la película retro Absolute Beginners, sobre la creación de la cultura adolescente en los inicios del rock, Bowie fue pionero y pilar, a mitad de los 80, en mapear la dimensión queer infantojuvenil en la cultura masiva.
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