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Viernes, 26 de diciembre de 2008

Feliz Año Nuevo

 Por Fernando Noy

"Si acaso viajas a la Bahía, llevarás mil flores en tu pelo." Sería la consigna aggiornada que durante su breve estadía en Salvador de Todos los Santos dejara la inolvidable Janis Joplin, además de inaugurar en las ancianas paredes los primeros grafittis con el "Love and peace", después emblemático. Janis había llegado oficialmente invitada a Brasil en 1976 para asistir al baile del Año Nuevo O rebellion del teatro Municipal en Río de Janeiro. Con su personalidad considerada excesivamente transgresora y escandalosa, aunque estuviera en Río de Janeiro, ciudad que uno imaginaría menos represora que la feroz Buenos Aires de esos tiempos. La gota que rebasó el escándalo fue provocada por Janis al fumar marihuana durante su único reportaje concedido a la TV Globo. La diosa, rápida de reflejos, decidió abandonar la ciudad del Cristo redentor para recibir el año nuevo en Bahía especialmente invitada por Mick Jagger y Keith Richards, quienes, según comentaban, habían comprado una mansión en Arenbete para vivir su excesivamente "colorida amistad", por no decir secreto romance. La misma que al año siguiente fuera abandonada y se transformó en meca de las turbas internacionales de hippies que la bautizaron "Casa do sol". Allí muchos encontramos refugio y pasión gratuitos. Al mismo tiempo Caetano Veloso y Gilberto Gil acababan su exilio en Londres para fundar ese verdadero hito dentro de las costumbres y la música popular brasileña, el tropicalismo. Resurgimiento de la propia cultura de su tierra: “Tupi o no tupi, por los indios de amazonia en contraste con Hamlet”; poderosa y brillante manifestación de las musas nacidas en los hogares de un pueblo nimbado por su arte.

Cuando llegué a San Salvador de Bahia, Janis había estado allí hacía apenas un par de años. Muchos señalaban sus grafittis en la Casa do sol y yo temblaba al tocarlos con mi manos. Mágica, maravillosa ciudad, encantadores habitantes, todo lo contrario a mi frío pueblo natal o a la adorada pero entonces inevitable Buenos Aires.

Graciña, rebautizada Gal Costa por el gran poeta Torcuato Netto –"Yo SOY como SOY presente, pronombre personal intransferible de un hombre que inicié, en la medida de lo imposible" –oía anécdotas de Janis Joplin que vivía en éxtasis perpetuo como si Woodstock no hubiera terminada nunca.

Otras historias devenidas leyendas en esos tiempos eran tan excepcionales que marcaron el camino hacia una libertad absoluta. Nueva era que tuve el privilegio de revelar en mí –“Hablan tanto de una nueva era, casi olvidan al eterno yo” Gilberto Gil dixit.

Laudicéa y Petúnia de Maciel, bahianas exquisitas, enseguida me revelaron esa costumbre practicada por ciertos personajes para recibir el año nuevo, pero, otra vez, quien se llevara las palmas como anfitrión de Cronos era sin dudas el propio Caetano Veloso. Por eso los increíbles años que viví en la ciudad más hechizante conocida hasta hoy, por eso pasé cada año nuevo en aquel fabuloso ceremonial que la familia Veloso realizaba en su primigenia casa de Amaraliña, frente al mar. Unica fiesta en la que no necesitaba ser invitado porque cualquiera que quisiera podía ser recibido, rigurosamente de blanco, con los brazos abiertos.

Cuando daban las 12 todos los visitantes descendíamos en mística y dichosa manada hacia el mar para recibir la bendición de lemanjá y su madre la gran sirena rosada Nana Burucuú, ofredándole flores, velas y perfumes, encendiendo en cada uno de nosotros un luveroi en los ojos frente al amanecer de esas aguas adoradas. Cantando en la orilla me parece ver ahora a la gran acriz Nilda Spencer con Sonia Braga (que luego serían Doña Flor y su encantadora vecina), Gilberto Gil con su esposa Sandra Gazella, hermana de la incansable Dd, mujer de Caetano, recibiendo a los invitados como si se conocieran de toda la vida. Otros argentinos como Rosita Frou Frou, Mercedes Robirosa o Adriana Sanromán caían en el trance del canto y baile interminables. Por supuesto allí estaba la ya popular Maria Bethânia, su madre, la dulcísima Dona Canó y el padre, verdadero patriarca de la alegría. También Naná y su padre Dorival Caymmi, que a veces llegaba acompañado por la gran sacerdotisa del candomblé Mae Estella De Oxossi, que con su porte magnifico y simpleza rutilante se perdía entre la gente. Otra grande del candomblé, la celebre madre Meniniña de Gantois, no podía pasar desapercibida con sus más de cien kilos y la ristra de collares fabulosa con sus largas y blancas polleras volando como alas. Los artistas plásticos Carybé, Mario y Mariosiño Cravoneto, Ramiro Bernabé, J. Cunhia, Gilson Rodríguez, Babalku, Glauber Rocha y todas las listas se vuelven incompletas y de verdad interminables. Todos disfrutando los inacabables y deliciosos manjares bahianos.

En la actualidad sigue siendo costumbre, a pesar del globalizador turismo, que muchas casas privadas se sigan abriendo como un ritual originado en el atávico culto a los dioses africanos que ordenen "abrir puertas y portones" para que el año nuevo entre como un invitado más, cubierto de dichas, placeres sin limites y prosperidad lujuriosa.

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