Viernes, 26 de diciembre de 2008 | Hoy
Por Albertina Carri
Ella me toca la pierna por debajo de la mesa, ¿sabrá lo que está haciendo? Es el Absenta pienso y sigo una conversación imposible –como toda conversación bajo los influjos de este alcohol tan potente– sobre si tal es gay o no lo es, ¿y a mí me qué me importa, por qué me meto? ¿cuál es el morbo que se despierta por saber si alguien es gay o no? La cuestión es que ella –ella que vino a esta cena a contarle a su amiga sobre un affaire que mantuvo en no sé qué provincia con un fan– insiste en tocarme la pierna, ahora ya no con su pierna sino con su mano. Sabe lo que está haciendo, me digo, sabe al menos que me está tocando; lo que no sabe ella –y yo tampoco– es hacia donde vamos con esa mano apoyada en mi pierna derecha.
Por las dudas pido otra vuelta de Absenta. Y ella me pregunta, seductora ¿vos te exiliaste con tu madre en México, Albertina? Me quedo un segundo muda, acabo de estrenar una película sobre mis dos padres desaparecidos, bueno, puede no haberla visto, incluso mejor si no la vio ¿pero de dónde saca esto de México? y me doy cuenta…¡Me confundió con otra directora de cine! ¡Genial! ¿qué hago? ¿me paro y me voy? Es muy linda, puedo perdonarle el desliz, y si vuelve a decir mi nombre con esa boca tendré más bellas razones para perdonarla. Me quedo, a esperar ese sonido otra vez.
Antes de eso –quizás para olvidar el equívoco, yo también tengo mi ego– le robo un beso que me es devuelto con otros labios, no son los mismos con los que habla, estos son más tiernos, están llenos temor y deseo, están llenos de algo que me da miedo. Siento una inquietud en el alma, como si hubiese cruzado un umbral peligroso, siento ganas de llorar o de agarrar el auto y manejar hasta estrellarme contra una pared. ¿Y si en lugar de volver a besarla la ahorco y esto se termina acá? No es para tanto, son solos unos besos y estamos borrachas, nada de lo que estoy sintiendo es demasiado real, por lo tanto no hay que temerle.
Finalmente la dejo en su casa, me despacha en la puerta, luego de besos y más besos y eso es todo. Adiós para siempre, no me pidió ni mi teléfono y yo no tengo el suyo, ya nos volveremos a cruzar, en el mismo bar, con los mismos amigos y nos sonrojaremos por lo que hicimos, puedo vivir con esto, los años me han encallecido y el alcohol me pone demasiado tierna, pensé esa noche mientras me dormía y lloraba sin saber por qué.
Nunca había tomado Absenta y nunca me había enamorado así. ¿Cómo reconocer la diferencia? Al día siguiente le cuento a un amigo mis dudas y me dice "no, esa bebida es tremenda, yo la única vez que la tomé, terminé teniendo una noche de sexo desenfrenado con un compañero de la primaria que era recontra straight" yo ni siquiera eso, pensé, solo una confusión absoluta. En ese mismo día, me llama otro amigo –uno de los que estaba en el bar la noche anterior– y me dice a modo de amenaza "mirá que ella no es una más de tus minas, a ella la vas a tener que cuidar" ¿qué me está diciendo? ¿qué soy yo, un monstruo? ¿qué acaso tengo alguna esperanza con ella? La mezcla de Rivotril y Absenta me está haciendo pésimo, debería volver a la cocaína, me dije, y eso hice, durante los días que no me llamó.
…
Luego viene la parte en que vivimos como en un comercial de J&B o en alguna película de Tarantino –que pensándolo bien se parecen mucho– entregando nuestro ánimo a la fiesta desenfrenada porque encontramos el amor, porque la vida cuando emociona tanto se parece un poco a la muerte. Y así, en ese estado de felicidad sobreactuada, llegamos a casarnos –a unirnos civilmente para hablar con corrección– en el mismo bar en que nos conocimos.
… Y nos fuimos caminando a Machu Pícchu, y recorrimos París, y me hizo abuela antes que madre, y me mandó a la mierda cuando me puse insoportable, y la amenacé con irme a vivir al campo cuando algo me dolió y me abrazó tan fuerte que no pude, y me dijo que tengo los dientes más lindos del mundo, y le dije que me gustaba tanto que la quería, y le rezamos a la luna y al mar y a nuestros muertos, y me embarazó en un telo. Y descubrí que le gusta correr a la mañana y comer sandía a la tarde y mirarme cuando duermo y cambiarle los pañales a nuestro hijo.
Y descubrí que mi fiesta inolvidable es mi vida con ella, la madre de mi hijo, la que trabaja más de lo que yo quisiese, la que me confundió con otra, la que me hizo ser otra, la que me hace bendecir al amor cada mañana.
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