Domingo, 11 de marzo de 2007 | Hoy
BRASIL > EN EL ESTADO DE RIO GRANDE DO SUL
Las Sierras Gaúchas del sur de Brasil proponen un recorrido entre las imágenes y costumbres de los inmigrantes que colonizaron la región. Desde Porto Alegre, la capital del estado, un itinerario por las ciudades de la “Región de las Hortensias”: Nova Petrópolis, Canela y San Francisco de Paula.
Por Graciela Cutuli
Desde las pampas argentinas hasta el sur de Brasil es tierra de “gauchos” y “gaúchos”, el nombre común del hombre de campo, que en su forma brasileña también es la palabra para designar a los nacidos en el estado de Rio Grande do Sul. Hoy tiene un dejo romántico y aventurero, pero es bien cierto que en sus comienzos era un término peyorativo, no mucho más que un ladrón de ganado, usado para los mestizos de origen hispano, portugués e indígena nativos de una región inabarcable para nadie que no fuera hábil arriba de la montura. Rio Grande do Sul es, de alguna manera, el estado brasileño más cercano a la Argentina, en lo geográfico pero en costumbres también: y allí, entre esas “Sierras Gaúchas” donde el gaucho nómade se fue asentando como consecuencia del nacimiento de una nueva sociedad rural más estable, a partir del siglo XVIII, hay varios recorridos turísticos que permiten acercarse a la historia de los pioneros que protagonizaron la historia más reciente de la región.
El punto de referencia puede ser la capital del estado, Porto Alegre, desde donde se organizan los distintos circuitos, para encontrarse con varios puntos que pasan de la belleza natural al interés histórico. En sí Porto Alegre es una ciudad populosa e industrial, sede de grandes eventos culturales como la Feria del Libro, que convoca a cientos de miles de visitantes, y la Bienal del Mercosur. Aunque sin duda la cita imperdible es en septiembre, cuando durante el “Acampamento Farroupilha” la gente instala cabañas y asa churrascos en el Parque Harmonia, en conmemoración de la lucha separatista de 1835-1845 (durante esos años Rio Grande fue incluso república y con presidente propio).
Tres ciudades –Nova Petrópolis, Canela y San Francisco de Paula– forman la “Región de las Hortensias”, donde Brasil se aleja de esa imagen tradicional y también estereotipada de playas y garotas para convertirse en un país de flores y paisaje serrano. Las tres ciudades tienen estilos particulares, pero también un denominador común: sus suelos inundados de hortensias, que se ven tanto a los costados de las calles como a lo largo de las rutas interurbanas, florecidas en colores que van de rosa al azul, según el sedimento que les haya tocado. El contraste con el paisaje serrano donde brotan las araucarias –típicas de la región porque se adaptan bien al clima frío en lo alto de los morros– se completa con las construcciones que parecen salidas de un cuento de Europa central.
Nova Petrópolis, a 80 kilómetros de Porto Alegre, evoca la colonización alemana en las construcciones de estilo bávaro que caracterizan la arquitectura local. Parece el reino de las flores, y sólo falta la nieve –rara pero no imposible en esta región de clima más templado– para completar la ilusión de haber cambiado de continente. Hay que visitar también el parque “Aldea del Inmigrante”, que recrea en diez hectáreas un pueblito de época, como el que habitaron los hombres y mujeres que se instalaron en esta región de Brasil a mediados del siglo XIX. Sus descendientes, vestidos con trajes típicos y expertos en tentar a los turistas con artesanías y especialidades gastronómicas, se pasean por el lugar haciendo sonar su acento entre las músicas de las bandas. Hoy Nova Petrópolis, la ex Stadplatz de los colonos alemanes, es conocida como el “Portal de las Sierras”, y renombrada por la hospitalidad de su gente.
Hay que recorrer otros 36 kilómetros desde Nova Petrópolis para llegar a Gramado, uno de los principales centros turísticos de esta parte de Brasil, donde la belleza natural que rodea la ciudad tiene eco en las construcciones típicas de aldeas alemanas, y otras heredadas de los pueblos italianos. Sin duda es un ejemplo de cómo cuidar una ciudad y hacerla agradable a los ojos de los habitantes y los extranjeros. La llaman la “ciudad multicolor”, y no es difícil adivinar que el nombre se debe a la multitud de flores que la adornan, tanto en las calles como en el Parque Knorr –un enorme predio verde para el descanso de la vista y la mente– y en el Lago Negro, un parque donde se pueden hacer cabalgatas o paseos en bote. Y la similitud con la Selva Negra alemana va más allá de la mera ilusión, ya que los alrededores fueron forestados con especies especialmente llevadas desde esa región europea. La influencia alemana también quedó en la Iglesia Evangélica Luterana, cuya torre tiene un reloj que sirve de orientación para la hora de toda la ciudad.
La tercera ciudad de esta Región de las Hortensias es sugestiva ya desde el nombre. También en Canela la gastronomía y la arquitectura reivindican la ascendencia germánica, instalada en un lugar que nació como posta en el camino de los arrieros brasileños cuando todavía dominaban la región los colonos portugueses. Uno de sus emblemas es la Catedral de Pedra o Catedral Nossa Senhora de Lourdes, en estilo gótico inglés y totalmente revestida de basalto, que asoma majestuosa como contemplando a lo lejos los inmensos parques que rodean la ciudad. También hay que conocer el Parque Nacional del Caracol, cuya cascada –formada por el Arroyo del Caracol– arrastra 30 metros de caída de agua. Un mirador sobre la cascada permite divisar todo el parque, donde reinan aves y mariposas, con todos los colores que pueda soñar la imaginación. Asimismo se puede visitar el Morro Queimado, donde el camino sube hasta la cima, para ofrecer desde allí una impresionante visión por varias decenas de kilómetros a la redonda. Canela es especialmente atractiva en Navidad, ya que allí Papá Noel tiene casa propia: es la Aldeia de Papai Noel, una casona decorada con motivos navideños llegados desde todo el mundo, donde se puede abrazar a un Papá Noel de carne y hueso, para luego entregarle el tradicional pedido de regalos.
A poco más de 100 kilómetros de Rio Grande do Sul, entre sierras y cuchillas, se levanta la tradicionalista Sao Francisco de Paula, donde un argentino no puede sino sentir que ha llegado a un mundo distendido y familiar. Gaúchos y mozas bailan chamamés y chacareras, comen asado de costillar, toman mate (aquí se llama “cimarrao”) y son expertos en montar a caballo: cualquier parecido con lo que pasa cientos de kilómetros más al sur no es mera coincidencia... Las costumbres, la vestimenta, los utensilios, todo hace recordar a la vida gauchesca de las pampas, si no fuera por el portugués que suena a nuestro alrededor y nos hace recordar dónde estamos en realidad.
Estas rutas del sur brasileño invitan a recorrer, después de la Región de las Hortensias, la Región de las Viñas, enclavadas en un paisaje serrano, y en cuya conformación prevaleció la inmigración italiana. Parece una recompensa a la naturaleza al esfuerzo y laboriosidad de los colonos, pero lo cierto es que estos paisajes han llegado a parecerse a los italianos, sobre todo en la región de las colinas, bañadas por el sol y privilegiadas por los frutos de la vid.
La ciudad de Bento Conçalves invita a recorrer las antiguas construcciones y a transitar por los secretos de la fabricación del vino, visitando alguna de las bodegas locales. Lo imperdible, sin embargo, es el paseo Caminhos de Pedra, que reconstruye las casas y la forma de vida de los primeros italianos llegados al lugar. Por su parte Garibaldi, o la “Capital do Campanha”, ofrece el atractivo de una gastronomía típica donde lo brasileño se mezcla con lo mediterráneo. Quienes hayan visto la película O Quatrilho, de Fábio Barreto, nominada en 1995 al Oscar como Mejor Película Extranjera, habrán tenido un panorama de esta región que es también la mayor productora de vinos de Brasil. Garibaldi es, por otra parte, un buen destino para el turismo activo, gracias a los parques naturales, las grutas y su pista sintética de esquí.
Este recorrido termina en Caxias do Sul, otro polo de la cultura italiana, donde se vuelve a comprobar que las tradiciones tienen un significado y una vitalidad reales, porque son centrales en la vida cotidiana y no una mera puesta en escena turística. Los primeros inmigrantes fueron vénetos, lombardos y piamonteses, que desarrollaron la agricultura y la vitivinicultura (cada año se realiza en marzo una importante Fiesta de la Uva, en tiempos de la vendimia). Al mismo tiempo la ciudad es económicamente muy activa, y consigue una lograda convivencia de la tradición con el empuje comercial. Hay que visitar la Iglesia de Sao Peligrino, con la réplica de la “Piedad” de Miguel Angel, y el Museo da Casa de Pedra, cuyo espectáculo de luz y sonido recrea la epopeya de los inmigrantes. Y así, de las flores al vino, y de Alemania a Italia, se conoce otro Brasil, donde hay más vendimias que carnavales, pero se cumple también con creces la promesa de hospitalidad, buena mesa y bellezas naturales.
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