Domingo, 11 de marzo de 2007 | Hoy
ESPAÑA > TRAS LAS MURALLAS DE TOLEDO
La ciudad de Toledo fue uno de los centros más importantes de la España medieval. A lo largo de los siglos, cristianos, musulmanes y judíos la habitaron y fueron dejando su legado. Famosa por su historia guerrera, sus murallas y sus espadas, caminar por sus callejuelas de piedra es un viaje al pasado entre incontables tesoros arquitectónicos.
Por Mariana Lafont
Complejo entramado de pueblos, culturas, religiones y disputas sin fin. Esta frase podría sintetizar lo que Toledo ha representado a lo largo de su extensa y prolífica historia. Esta ciudad fortificada, siempre en pugna, se caracterizó por ser un punto estratégico signado por eternas luchas. Muestra de ese pasado guerrero son los restos de la muralla que la protegía de sus enemigos y las espadas toledanas que, entre otros atractivos, hicieron famosa a esta ciudad castellana. Y no sólo en el pasado. En tiempos más recientes, algunos productores de cine eligieron a Toledo para forjar aquí las espadas de héroes inolvidables como El Zorro, Conan y Gladiador, entre tantos otros.
Si bien no hay una fecha exacta del inicio de la fabricación de las famosas espadas toledanas –una industria tan antigua como la ciudad misma–, algunos restos arqueológicos han indicado que se originaron con el tallado del sílex.
En general, la producción de espadas era realizada por pequeños artesanos agrupados en un gremio de espaderos que surgió durante el apogeo de la industria (del siglo XV al XVII). Si bien se trataba de una actividad dispersa y de carácter personal, el gremio velaba por la calidad final de los productos, convirtiendo las espadas toledanas en las mejores de Europa. A tal punto que muchos artesanos del continente e incluso de Oriente se trasladaban para conocer los secretos de la fabricación de las inimitables hojas. Sin embargo, a principios del siglo XVIII, la producción de hojas entró en declive debido a que la espada fue perdiendo importancia en el atuendo del hidalgo y del caballero. A su vez, la paulatina desaparición de los artesanos espaderos llegó a comprometer el suministro de hojas de calidad para las tropas del ejército. Para evitarlo, el rey Carlos III ordenó fundar, en 1761, la Real Fábrica de Espadas con la que logró reunir nuevamente a los espaderos de la ciudad.
Los romanos no se equivocaron cuando llamaron Toletum –del latín “levantado en alto”– a la pequeña fortificación enclavada en lo más alto de una colina, que habían conquistado en el año 192 a.C. Ese emplazamiento era estratégico porque, además, estaba ceñido en su base por un pronunciado meandro del río Tajo que rodeaba toda la elevación y, por ende, a toda la fortificación.
A lo largo de los siglos, cristianos, musulmanes y judíos la habitaron y fueron dejando su huella, su legado. Cada conquista traía aparejada un cambio de población, de cultura, de idioma y, finalmente, de nombre. De ese modo, Toledo fue rebautizada varias veces según el pueblo que la dominaba; en árabe fue Tulaytulah; en sefaradí Toldoth; y en mozárabe Tolétho.
Basta con caminar y recorrer sus laberínticas callejuelas para sentir que se está viajando en el tiempo y que se está inmerso en un museo de historia viviente. Cada paso dado en esta comprimida ciudad devela inevitablemente algún hecho histórico importante. Del mismo modo, en cada vuelta de esquina es posible descubrir alguno de los incontables tesoros arquitectónicos que guarda esta magnífica ciudad. Y en cada recoveco se reconoce la impronta de los siglos medievales, ya que Toledo fue uno de los centros más importantes de la Edad Media española.
De hecho fue la capital de España hasta 1560, año en que Madrid ocupó ese lugar por orden del rey Felipe II. Pero ello no impidió que Toledo continuara siendo la capital eclesiástica, tal como lo había sido durante la época visigoda. Desde el año 418 –cuando los reyes godos instalaron su corte en la ciudad– hasta el año 702, Toledo fue la sede de dieciocho importantes concilios eclesiásticos.
El siguiente período histórico comenzó en el año 711 cuando los árabes, luego de la batalla de Guadalete, derrotaron al último rey visigodo y convirtieron la ciudad en el centro musulmán más importante del norte de España. Sin embargo, la presencia de gran población mozárabe (cristianos que permanecían en territorio musulmán) representaba una amenaza constante de guerra para el califato de Córdoba.
En 1085, cuando ya los bastiones musulmanes en la península ibérica habían ido cayendo uno a uno, el rey Alfonso de Castilla entró en la ciudad amurallada. Mediante un acuerdo previo con el Taifa que la gobernaba, sometió al reino garantizando a los pobladores musulmanes algunas seguridades. De ese modo, el rey concedió fueros propios a cada una de las minorías existentes en ese momento: mozárabes, hispano-mozárabes, musulmanes y judíos.
Bajo el poderío cristiano y convertida en la capital del Reino de Castilla, la ciudad vivió su período de mayor esplendor, con una intensa vida cultural, social y política. Un símbolo de esa majestuosa época es la Escuela de Traductores de Toledo –florecida durante los siglos XII y XIII–, que supo conjugar el saber clásico y oriental.
“Al que se le ha permitido quedarse” es el significado de la palabra, de origen árabe, mudéjar. Así fueron llamados los musulmanes que pudieron permanecer, tras la reconquista, en tierras devenidas cristianas, y a los que también se les permitió seguir practicando su religión, utilizar su lengua y mantener sus costumbres.
Sin embargo, esta tolerancia no duró mucho y los cristianos finalmente construyeron la nueva catedral sobre la mezquita mayor (que a su vez se había levantado sobre la antigua catedral visigoda). La fastuosa catedral, de estilo gótico y cuya esbelta torre corona la ciudad, comenzó a construirse en 1226 y luego de dos largos siglos, en 1492, se concluyó su estructura fundamental. La robustez de sus líneas, la excepcional distribución de su planta y su decoración mudéjar la transforman en la construcción más original de la época gótica. Y además de su riqueza arquitectónica, su sacristía alberga una auténtica pinacoteca en la que es posible contemplar obras de Goya, Van Dyck y El Greco, entre otros.
Griego de nacimiento, El Greco vivió parte de su vida en Toledo, donde murió (su casa se puede visitar). Con El entierro del conde de Orgaz, una de sus obras cumbres, se convirtió en uno de los grandes maestros de la pintura de la península.
A pesar de las intolerancias y las sucesivas expulsiones, el arte mudéjar permaneció incorporando influencias, elementos y materiales de estilo hispano-musulmán. Se trata de un fenómeno autóctono y exclusivamente hispánico que se puede apreciar en numerosas obras arquitectónicas a medida que se recorre la ciudad. Un llamativo ejemplo de tal mezcla de estilos es la Sinagoga de El Tránsito, una de las tantas que se habían construido en la ciudad. Luego de la expulsión de los judíos en 1492, esta edificación –cuya estructura mudéjar es de una simplicidad excepcional– devino templo cristiano, pero afortunadamente sus caracteres hebreos fueron respetados y aún hoy pueden apreciarse en su cornisa alta.
Basta recorrer y observar la arquitectura toledana para descubrir y apreciar los brillantes resultados de la yuxtaposición de estilos. Es maravilloso observar cómo cada pueblo, a través de su cultura, ha aportado lo más hermoso y particular de sí mismo para concebir algo superior. Y quizá se deba seguir el ejemplo de la arquitectura para empezar a creer que la tolerancia, la armonía y la convivencia pacífica entre los pueblos es posible.
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