Domingo, 18 de marzo de 2007 | Hoy
RUMANIA > DE TRANSILVANIA A BUCAREST
Rumania es el país con mayor población romaní de la Unión Europea: tres millones. De Sibiu, ciudad histórica de Transilvania, a Bucarest, la capital rumana, un viaje por los lugares que habita la población gitana, entre cuyos integrantes hay domadores de osos, caldereros, músicos, floristas y joyeros, entre otros oficios.
Por Lola Huete Machado *
“–¿Por qué este tipo de casas?”
“–Nos gustan. Las vemos en las telenovelas por el satélite y las construimos igual”, confesará Marina Konstantin, una gitana dulcísima de 20 años, delante de su mansión, estilo Beverly Hills, en la calle principal de Buzescu, una población al sudoeste de Rumania que es un gigantesco campamento gitano en piedra, mármol, cristal, aluminio, terrazos... Pero eso será más tarde. De momento, nos encontramos en Sibiu. Y aquí, más al norte del país, en la mayor ciudad histórica de Transilvania, se ven a lo lejos, salpicadas entre el paisaje de aluvión industrial y urbanístico del extrarradio, algunos grupos de palacetes que sobresalen con sus techos oscuros, inclinados, variopintos y sus muchas chimeneas y torreones de distintos tamaños decorados con filigranas de estilo otomano. “Ahí viven los calderari, los antiguos caldereros, los que se dedicaban al metal, los más ricos”, dirá el guía, reportero de una cadena de televisión. “A más chimeneas, más importancia del dueño”, agrega. Y la que más posee, sin duda, es la del emperador gitano Julian Radulescu, que reside a pocas manzanas de su primo Florín Cioaba, el rey. Son familia pero no se hablan. El primero es popular entre su pueblo, aunque no está reconocido por la Iglesia Ortodoxa y el gobierno; el otro es más oficial, el interlocutor cuando de hablar de los suyos se trata, sea con la ONU, el Parlamento Europeo y otros organismos del mismo Sibiu. Símbolos para representar a los tres millones de gitanos que habitan en este país recién incorporado a la Unión Europea. Con su entrada, el número de miembros de esta comunidad (que los documentos de la Comisión Europea dividen en roma, gitanos, y los llamados traveller, en Irlanda y el Reino Unido), la mayor minoría étnica de la UE, alcanzaría los 12 millones. Se estima, porque no hay estadísticas ciertas. Para muchos, este pueblo es el gran perdedor de la ampliación europea: por su pobreza generalizada y su falta de oportunidades en educación, escolarización y cualificación. Por la discriminación secular. (...)
Los gitanos de Rumania se dividen según los oficios tradicionales que ejercen, el idioma que hablan e incluso el grado de sedentarización o nomadismo, dice un informe de la ONU. “Se clasifican en no menos de 40 grupos, que incluyen los ursari o domadores de osos, los calderari o caldereros, los fierari o herreros, los grästari o marchantes de caballos, los läutari o músicos, los spoiri o encaladores, los rüdari o ebanistas, los boldeni o floristas, los argintari o joyeros y los slätari o lavadores de arenas auríferas. También se los denomina corturari, moradores de tiendas, o vätrasi, sedentarios.” Y concluye: “Debido a la política deliberada de asimilación del antiguo régimen comunista, la mayor parte de los romaníes son ahora sedentarios”. (...)
PAISAJE RUMANO Vuelta hacia Bucarest a través de Brasov y Prahova. Un idílico paisaje de montaña, con neblina y casas alpinas, una luz y un verde especial, los campos labrados, los pastores en las lomas con el ganado, gente con gorros de lana calados, tractores pequeños perdidos entre el caos del tráfico mientras se atraviesan los anillos industriales que han crecido en las localidades más pobladas. Se ve a grupos de gitanos por las calles, algunos pidiendo, con trajes, peinados y colores típicos. Se los ve también sobre los carros cargados de paja. Muchos, en muchas aldeas de los alrededores de Sibiu, dice el guía, han ido ocupando las viviendas vacías que los descendientes sajones (alemanes) han abandonado últimamente en ese regreso masivo hacia Alemania tras caer el Muro de Berlín, en 1989. El pueblo gitano en estas tierras (en los Balcanes, en el Este) sabe mucho de idas y venidas, de dramas, por la esclavitud a la que fue sometido durante siglos hasta el XIX, por la persecución nazi tan cercana. Deportados, gaseados, exterminados con igual saña que a los judíos. Abundan los ejemplos de historias terribles.
Camino a la capital, otros barrios de calderari salpican la zona. Paramos en Rimnicu Vilcea; calles enteras, como las de Zambilelor o Inatesti, con palacetes plagados de torreones. Allí habita la familia Mihai en pleno. Y en pleno salen a recibir al visitante. Viajeros empedernidos, en su seno hay de todo: comerciantes, ferrallistas y hasta un cantante de manele, Sârbu de la Vilcea, esa música balcánica, populachera, en alza, que ha hecho famoso a más de uno. Madaline Mihai, de 17 años, casada, sin hijos, habla un castellano latinoamericano perfecto y se convierte en interlocutora. “Veo todas las telenovelas.” Y cita: La rebelde. Esta es mi vida... (...)
MANSIONES SEÑORIALES Es en Buzescu –al lado de Alexandria, región de Teleorman, al noroeste de Bucarest– donde mejor representado queda este mundo de mansiones señoriales. Estellana Nikkolae, de 49 años, falda larga y pañuelo, señala con el dedo la suya mientras cuenta que trabajó en España, en Las Matas, limpiando y cuidando a un niño de un año. “Me encantó; regresé porque mi marido y mi suegra me necesitaban aquí”, sonríe mientras atiende el café abierto en los bajos de su casa. “Mi marido se dedica al metal”, cuenta. “Y a la política.” La casa está construida por fuera; sin terminar por dentro. Inmensa, grandes ventanales y terrazas corredor, techos altos, acabados en ladrillo brillante. (...)
Algunas viviendas son copia de esas residencias sureñas que aparecían en los films de la guerra civil americana. Cada cual con más columnatas, pórticos, rejas, escaleras... “Aquí vivimos unos 2000 romaníes, todos en casas así.” Hay albañiles rumanos trabajando en muchas. “¿Que de dónde se saca el dinero para hacer esto? Nosotros no sabemos. Sólo trabajamos”, dicen. Acude raudo uno de los dueños ante la visita inesperada: “¿De dónde? Hombre, yo me dedico a la trata de mujeres y a las drogas”, responde con ironía.
Y es aquí donde aparece Marina Konstantin, de 20 años, para decir eso de “las casas las vemos en la tele”. Marina nos enseñará su casa, su vestido de novia, su habitación; su mundo de mármoles, nácar y balaustradas en el que sólo dos habitaciones están caldeadas, y el resto, frío y deshabitado. “Todo esto lo paga mi suegro”, dice. Marina no trabaja, a su marido apenas lo ve, se pasa el día entero sola junto a su retoño, Alexandra Rosaura, de tres años; viste de largo, con pañuelo en la cabeza y sonrisa tan infantil y naïf como la de su hija.
“En Buzescu son realmente capitalistas, individualistas. A ver quién se construye la vivienda más rica... Realmente, asimilados”, dice Matache. “Los calderari de Sibiu están más unidos, guardan más la tradición; los de Buzescu están más mezclados. Se podría decir que sólo el 15 por ciento de los gitanos del país mantiene sus tradiciones.” Y no hay demasiado problema cuando uno quiere vivir su vida. Ella misma, soltera, no ha tenido ninguno, ni en su paso por la universidad, ni en su condición de mujer. “No sigo la tradición, no hablo la lengua, no visto la ropa habitual, pero me siento roma”, dice. Para Matache se trata, simplemente, de defender los derechos humanos, de eliminar lo que sea una merma. Parte del secreto, dice, son los padres. Los suyos sabían lo querían para ella en una sociedad tan patriarcal “como la rumana”. Y enumera dificultades (los matrimonios de niñas, las clases segregadas) y avances (que la lengua romaní sea opcional ya en algunos colegios).
LEYENDA GITANA Lo más triste, sin embargo, es ese termómetro de la discriminación percibida que es el hecho de que muchos prefieran no confesarse gitanos. Los famosos, los bien situados, doctores, abogados, políticos... Y da Matache nombres de quienes lo son (unos, orgullosos; otros ocultos): músicos como los Taraf, Johny Raducanu, Viorica, Jan Constantin o Stefan Banica; boxeadores como Simion o Banel Nicoliso y algunos futbolistas.
Pero también hay muchos intelectuales o escritores conscientes e implicados. En todos los Balcanes. Valga uno de ellos: el serbio Rajko Djuric, que fue presidente de la International Romani Union. Djuric se ocupa, en una de sus obras, de una vieja leyenda gitana que dice que al principio el mundo era uno e indivisible. Hasta que la llegada de la muerte lo convirtió en el más acá y el más allá. Los hombres cayeron en la desesperación y rogaron a Dios que uniera ambos. Dios creó entonces un puente que sólo podrían cruzar los justos: “Aquel que haga el mal caerá al vacío”. La historia acaba con estos versos: “Quien construye un puente será recompensado. / Quien lo destruye mata su propia alma”. Y sigue: “Los gitanos viven aún hoy con la esperanza de un nuevo puente europeo que pertenezca a todos, que todos puedan cruzar”.
* De El País Semanal. Especial para Página/12.
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