ESPAÑA > LA CIUDAD DE SEGOVIA
Desde los remotos tiempos celtas, Segovia fue habitada por diferentes pueblos que dejaron su impronta en la ciudad, aunque la obra más emblemática la construyeron los romanos: el Acueducto. Un recorrido por la Calle Real hasta la Judería y una visita al Alcázar, antigua residencia de los reyes de Castilla, donde fue coronada Isabel La Católica.
› Por Mariana Lafont
Cuenta la leyenda que la madre del maravilloso Acueducto de Segovia no fue Roma sino la pereza. Una joven, cansada de llevar su cántaro por las ondulantes calles de la ciudad, hizo un pacto con el diablo. Este le prometió que, en solo una noche, haría un puente para que el agua llegara hasta la puerta de su casa y, a cambio, él dispondría de su alma. Arrepentida, la muchacha comenzó a rezar para evitar el presagio mientras el demonio trabajaba sin respiro para cumplir su tarea. Sin embargo, cuando asomó el primer rayo del sol el diablo se dio cuenta de que le faltaba una sola roca para culminar su obra, y con ella, apoderarse del alma de la joven. Culpable, la muchacha confesó todo a los segovianos, que, inmediatamente, rociaron los arcos con agua bendita para quitar los rastros de azufre. Sin embargo, más allá de mitos y leyendas, los segovianos terminaron aceptando el nuevo perfil de la ciudad y convirtieron la construcción en un símbolo de su querida Segovia.
Esta magnífica obra de la ingeniería romana fue construida entre la segunda mitad del siglo I y comienzos del siglo II d.C. y a lo largo de los siglos apenas ha sufrido cambios, llegando casi intacta a nuestros días. La construyeron para poder trasportar agua del río Acebeda a un campamento donde hoy se encuentra la ciudad. Su recorrido es de 18 km, tiene un total de 166 arcos y 20.400 bloques de piedra granítica unidos sin ningún tipo de cemento, mediante un ingenioso equilibrio de fuerzas. Llega a la ciudad a través de un conducto subterráneo que luego se eleva sobre el monumental muro transparente de arcos consecutivos –y de mayor altura: 28 metros y medio– en la Plaza del Azoguejo. Esta plaza fue y es el punto de encuentro de todos los segovianos ya que antiguamente aquí se instalaba un mercado.
Como la mayoría de las ciudades españolas, Segovia también sufrió los avatares de los sucesivos y diferentes pueblos que la fueron habitando. Esta bonita y romántica ciudad, originalmente poblada por los celtíberos, fue conquistada en el 80 a.C. por los romanos, que la convirtieron en una importante base militar, hasta el 586 d.C., cuando fue dominada por los visigodos. Y fue en el año 642 cuando nació el futuro santo patrón de la ciudad: San Frutos. Según la tradición, San Frutos salió al encuentro de los moros para intentar disuadirlos de sus creencias y también evitar que siguieran persiguiendo a los cristianos. Como los moros persistieron en su actitud, San Frutos trazó una línea en el piso y les advirtió que no la traspasaran porque, de lo contrario, Dios se encargaría de impedirlo. Sin creer en la amenaza, los moros avanzaron para traspasar la raya y una profunda grieta se abrió en la roca. Atónitos, tanto moros como cristianos bautizaron el lugar Cuchillada de San Frutos, en honor al santo. Y desde ese día, los sarracenos tuvieron un respeto reverencial por el santo segoviano, cuya fiesta se celebra cada 25 de octubre.
Por su parte, la historia dice que durante la invasión musulmana, Segovia fue tierra de nadie ya que los moros no la habitaron porque no les gustaba su clima. Algunos defienden la teoría de que la ciudad fue abandonada tras la invasión islámica. Recién a fines del siglo XI fue repoblada por cristianos procedentes del norte de la península y de los Pirineos, guiados por Raimundo de Borgoña y el francés Pedro de Agen, el primer obispo de la reconstituida diócesis.
Del Azoguejo parte la Calle Real –la principal de la ciudad– que alberga en su recorrido un interesante y variado conjunto arquitectónico.
Si bien la estructura de la ciudad es básicamente medieval, es innegable que cada época ha dejado su impronta y ha contribuido a forjar el estilo de Segovia, convirtiéndola en una de las ciudades más bonitas y monumentales de España. Mientras se deambula por sus intrincadas y estrechas callejuelas es posible contemplar los viejos y típicos caseríos de la Edad Media que se construían sobre largos y angostos solares, de hasta cuatro pisos de alto y con la planta baja dedicada al comercio. En la actualidad se conserva esta tipología urbana pero las fachadas originales, de materiales pobres, fueron reemplazadas y cubiertas por esgrafiados en el siglo XIX.
Las primeras referencias del asentamiento judío en Segovia datan del siglo XIII. Luego, en 1481 fueron obligados a vivir en la llamada Judería, pero no sufrieron las persecuciones a las que habitualmente eran sometidos en otros sitios. El barrio estaba cercado por siete arcos de ladrillo y su núcleo era la Judería Vieja, antiguamente denominada Calle Mayor. La aljama hebrea en Segovia fue tan importante que llegó a tener cinco sinagogas, de las que poco rastro queda debido al paso del tiempo. Con la expulsión de los judíos en 1492, la Judería pasó a llamarse Barrionuevo. Hoy se puede visitar la antigua Sinagoga Mayor que, según documentos encontrados, ya estaba consagrada al culto católico entre 1373 y 1419. Está ubicada en la actual Calle Real y hoy funciona como capilla de una comunidad de monjas franciscanas.
De regreso a la Calle Real aparece la agradable Plaza de Medina del Campo, otro atractivo conjunto arquitectónico organizado en diferentes niveles y que recuerda a las plazas italianas por sus elegantes edificios, entre los que se destaca la Iglesia de San Martín. En el primer tramo de la escalinata sobresalen una estatua del líder comunero Juan Bravo y el conjunto escultórico de las conocidas Sirenas, extrañamente bautizadas con ese nombre ya que se trata de dos esfinges neoclásicas de piedra (cuerpo de leonas y cabeza y busto de mujer). Es un alegre rincón muy concurrido, poblado de bares y restaurantes.
Del castro al Alcazar En el sureste de la ciudad, en la confluencia de los ríos Eresma y Clamores, sobre un gran peñón recortado en forma de proa, permanece, como un viejo navío encallado, el Alcázar de Segovia. La fortaleza está rodeada por un profundo foso y parece un castillo sacado de los cuentos de caballeros y doncellas.
Si bien su origen es dudoso, cierto es que en este risco existía un antiguo castro celta y que, debido a su estratégica ubicación, siempre constituyó un verdadero fortín defensivo. En el siglo XIII pasó a ser la residencia de los reyes y tanto Fernando III como Alfonso X le hicieron excelentes mejoras. A fines de la Edad Media albergó a los reyes de la Casa de Trastámara y luego, en 1474, Isabel la Católica fue proclamada allí reina de Castilla. También fue el lugar elegido por Felipe II para celebrar su boda con Ana de Austria, en 1570 y, más tarde, en 1764 Carlos III estableció el Real Colegio de Artillería, primera academia militar de España, que aún se encuentra en la ciudad. En 1862 un gran incendio destruyó casi por completo su interior y debió ser restaurado a fines del siglo XIX.
Luego de pasar todo un día en Segovia, la sensación que se experimenta bien puede resumirse en las acertadas palabras del gran novelista, ensayista y crítico literario español Azorín: “En la visión que el viajero se forma de Segovia, rebullen en caos magnífico todos los monumentos de la ciudad. La mente se llena de palacios, capillas, arcos, capiteles, rejas, ventanas, torres, retablos... La imaginación, deslumbrada, en horas de recuerdo va de una maravilla a otra. No podemos poner al pronto orden y sosiego en la admiración”.
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