Domingo, 9 de septiembre de 2007 | Hoy
SUR DE ITALIA > EL PEQUEñO PUEBLO DE PIZZO
Sobre el golfo de Santa Eufemia, frente al Tirreno, Pizzo Calabro es una ciudad-pueblo de pequeñas dimensiones pero grandes encantos. Desde su misteriosa iglesia de roca hasta el Castillo Aragonés, una punta de roca para descubrir en el Mediterráneo italiano.
Por Graciela Cutuli
“Pizzo” es, en italiano, la ríspida cumbre de una zona montañosa, como las que forman toda la columna vertebral de la península, pero también quiere decir “puntilla”: ambos significados le caben a esta pequeña ciudad de la costa tirrénica calabresa, construida en una posición privilegiada sobre el golfo de Santa Eufemia, asomada a un mar famoso por su transparencia y rico en una historia heredada de los tiempos en que fue la “Magna Grecia”.
Calabria está constelada de pueblos marítimos más o menos recónditos, que todos los veranos europeos sufren literalmente las “invasiones bárbaras” llegadas del norte en busca de sol, buena mesa y cordialidad, tres virtudes que estos paisajes prodigan en abundancia. Pizzo es uno de ellos, conocido como cuna del “gelato al tartufo”, un helado con corazón de chocolate y avellana que durante mucho tiempo fue su pasaporte a la celebridad regional. Por estar situado a pico sobre el mar, la economía de Pizzo se basó tradicionalmente en la construcción de embarcaciones con técnicas antiguas, la pesca (hay una floreciente industria de conservación de atún, que se pesca en estas aguas y en las del estrecho de Messina, que separa Calabria de Sicilia) y la cerámica, hasta que el turismo se convirtió en uno de sus grandes motores.
La historia de Pizzo está muy relacionada con la de Gioacchino Murat, cuñado de Napoleón Bonaparte y nombrado Rey de Nápoles en 1808. Murat es todo un ejemplo de ciertas vidas privilegiadas por la historia, pero terminadas trágicamente: hijo de un posadero, se enroló como soldado y formó parte de la guardia de Luis XVI, para luego integrar las fuerzas revolucionarias. Siguió a Napoleón en sus campañas de Italia y Egipto, y fue nombrado Mariscal del Imperio, primer escalón de un ascenso sin tregua que lo llevó a ser coronado rey de Nápoles (y con beneplácito de una población que admiró su carácter intrépido aunque no siempre sensato, su apostura y su ingenio). La suerte, sin embargo, no le fue siempre favorable: la derrota napoleónica en Rusia fue el comienzo de su perdición, concretada en 1815 con la pérdida del trono partenopeo. Su otrora brillante carrera terminó con una tormenta que, durante una fallida huida a Córcega, lo arrastró a las costas calabresas: allí fue fusilado, en Pizzo, el 13 de octubre de 1815. “Sálvenme la cara, apunten al corazón, ¡fuego!”, dice la leyenda que fueron sus últimas palabras.
El fusilamiento tuvo lugar en el Castello Aragonese de Pizzo, que hoy se conoce como Castello Murat, y es el símbolo de la ciudad, con sus firmes muros enfrentados al mar. El castillo, sobre planta cuadrangular, fue erigido a fines del siglo XV por Fernando de Aragón sobre un pequeño puerto, y coronado por dos grandes torres cilíndricas.
El otro sitio histórico es la Catedral de San Giorgio, en cuya fosa común fue arrojado el cuerpo de Murat. De bella fachada barroca y portal de piedra, conserva varias reliquias y obras de arte, entre ellas una estatua de la Madonna del Popolo del siglo XVI. Claro que por más pequeño que sea, en Pizzo abundan las iglesias, como en todo el sur de Italia: se visitan también la de San Sebastiano, San Francesco de Paola, la Madonna della Neve, Delle Grazie y del Purgatorio, llamada “Iglesia de los Muertos” porque en su subsuelo se hallaron numerosos nichos con esqueletos colgados. Pese a todo, Pizzo es famoso por otra iglesia, la Chiesetta di Piedigrotta, situada sobre la playa a metros del mar, a un kilómetro del centro urbano: se cuenta que hacia fines del 1600 una pequeña embarcación naufragó una milla al norte de Pizzo, y su tripulación hizo la promesa de construir un lugar sagrado si lograban salvar sus vidas. Quiso la casualidad, o la voluntad divina, que junto con ellos llegara a la costa –una y otra vez al mismo lugar, pese a las tempestades– un cuadrito de la Madonna di Pompei, protectora de los marineros napolitanos: así, en ese lugar, excavaron la porosa roca volcánica de la costa en forma de iglesia, y en su altar pusieron el cuadro. Con el tiempo, gracias a la obra de dos artesanos locales se fueron agregando a la decoración de la iglesia estatuas totalmente excavadas en la roca, que relatan historias bíblicas y de la vida de los santos: todos elementos que junto a lo sugerente del paisaje hacen de este frágil lugar un sitio misterioso y volcado a la leyenda.
Regresando al casco poblado, hay que admirar la vista panorámica desde el Belvedere, que permite divisar el Castello Murat, la marina que se encuentra debajo y hasta el puerto de Vibo Marina. Donde termina la Piazza della Repubblica, corazón de Pizzo, una escalerita desemboca en Pizzo Marina, es decir el tramo que bordea el mar hasta las viajes instalaciones de procesamiento de atún.
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