Domingo, 21 de octubre de 2007 | Hoy
LATINOAMERICA >CIUDADES COLONIALES
Ciudad de México, Cartagena de Indias, Quito y Cusco conservan espléndidos ejemplos de plazas hispánicas construidas en época de la colonia, siguiendo el esquema tradicional que ubica la Catedral junto a los principales edificios públicos.
Por Graciela Cutuli
Desde México hasta Buenos Aires, las diversidades son infinitas. Ciudades distintas, con historias entrecruzadas, pueblos que saben de las migraciones y una arquitectura variopinta definió el perfil de las ciudades latinoamericanas a lo largo de los siglos. Sin embargo, todo viajero que aterrice hoy en Ciudad de México, en Lima o en Quito, entre otras ciudades latinoamericanas, sabe que hay un punto central en todas ellas, a partir del cual puede organizar su visita: se trata de la plaza central, llamada Plaza Mayor o Plaza de Armas, que reúne los edificios públicos más representativos de cada localidad. Este nombre, más propio de Latinoamérica que de España, se debe a que estos espacios públicos también poseían guarniciones de armas para repeler eventuales ataques a las ciudades. Hoy día, además de ser patrimonio histórico y testimonio invalorable de los siglos pasados, son también los centros de reunión preferidos para las expresiones públicas de festejo o protesta, desde el Zócalo mexicano hasta la Plaza de Mayo porteña. Con mayor o menor monumentalidad, mejor o peor conservadas y restauradas, todas nacieron con la idea de concentrar edificios importantes para el funcionamiento de las ciudades, incluyendo los religiosos: y en América latina, a diferencia de Europa, donde el crecimiento de las ciudades y sus plazas podía darse en forma desordenada, en función del avance de la historia, estas plazas fueron proyectadas desde cero –a veces derribando edificios preexistentes– con la ambición urbanística de facilitar la comunicación entre los habitantes y crear un centro de identificación cívica.
EL ZOCALO MEXICANO Oficialmente se llama Plaza de la Constitución, porque allí se juró la Constitución Española en Nueva España, allá por 1813: pero popularmente es “el Zócalo”, la principal plaza de México y la cuarta más grande del mundo después de Tiananmen, en Pekín, la también mexicana de Monterrey y la Plaza Roja de Moscú. Su ubicación no fue elegida al azar: donde hoy se levanta el Zócalo existía ya un espacio abierto con funciones ceremoniales en Tenochtitlan, capital del imperio azteca. Sobre los edificios aztecas se levantaron las construcciones españolas, con la Catedral en lo que había sido antiguamente el Templo Mayor, junto al Palacio del Virrey (hoy Palacio Nacional), el Ayuntamiento local y el Portal de los Mercaderes, ya que en las plazas convive oportunamente el mundo administrativo con el comercial. Aunque se mantuvieron algunos rasgos esenciales, el Zócalo tuvo a lo largo de su historia varios cambios de cara: se levantaron edificios, se demolieron otros, se ensancharon algunos sectores, aparecieron y desaparecieron sucesivamente monumentos, jardines y negocios. Pero ninguno de esos cambios pudo quitarle su identidad esencial, que reúne rasgos indígenas e hispánicos, con el recuerdo tanto de las ceremonias aztecas como del poderío virreinal. Porque el mestizaje de la plaza evoca el del pueblo mexicano, el Zócalo es el lugar preferido para las manifestaciones públicas: si hay que decir algo, hay que decirlo en el Zócalo, y si algo hay que conocer en la visita a Ciudad de México, es también esta plaza que concentra todos los poderes mexicanos.
CARTAGENA HEROICA Cartagena de Indias, a orillas del Caribe colombiano, es una de las más hermosas ciudades coloniales latinoamericanas. En su recinto amurallado, un laberinto de calles y balcones coloridos ve pasar el mundo, entre el brillo de las esmeraldas y las no menos brillantes faldas de las negras que ofrecen dulces de sabores y nombres tentadores. La antigua Plaza Mayor de Cartagena es la hoy llamada Plaza de San Pedro Claver, donde se levantó en 1605 el primer Colegio de la Compañía de Jesús. Una nueva sede para el colegio comenzó a construirse en 1628, y a principios del siglo XVIII comenzó la construcción de la iglesia, entonces llamada de San Ignacio de Loyola. Los cambios sobrevendrían con la expulsión de los jesuitas de América: el claustro se convirtió entonces en hospital de caridad, y la iglesia pasó a manos de la comunidad de San Juan de Dios. El nombre actual de la iglesia es un homenaje al jesuita Pedro Claver, canonizado por León XIII en 1888, en la misma época en que el conjunto de edificios fue restituido a los jesuitas.
Hoy día, una de las horas más lindas para visitar la Plaza de San Pedro Claver es el atardecer, cuando sobre el cielo caribeño empiezan a insinuarse las sombras y los antiguos muros de la iglesia se iluminan para resaltar la belleza de su construcción. Y es también la hora para una última copa en la plaza, mientras se esfuman en el aire los ecos salidos de las manos hábiles de algún músico popular, que reparte su arte por igual entre los turistas y sus compañeros inseparables, los vendedores de artesanías y recuerdos cartageneros.
QUITO PATRIMONIAL Exactamente sobre la línea del Ecuador, Quito es la heredera moderna de lo que fue una plaza fuerte de los incas, en una ubicación que le otorga un clima constante durante todo el año y las mismas horas de luz sin importar las estaciones. De belleza barroca, contrastante con la cumbre de los volcanes que la rodean, la antigua capital de los quinuas –un pueblo indígena sometido por los incas–, es conocida como el “Claustro de las Américas”, por la armonía de las construcciones de su Ciudad Vieja.
El corazón de Quito late en la Plaza de la Independencia, su plaza mayor, que concentra en su perímetro la Catedral, el Palacio Arzobispal y el Palacio de Gobierno. La disposición geográfica es clara: las principales mansiones y edificios del poder en torno a la plaza, centro del tradicional trazado en damero de las ciudades hispánicas: luego, a medida que se van alejando, las casas van siendo cada vez más populares. En el centro, un monumento a la Independencia se encarga de dar nombre al conjunto. El movimiento comercial arranca bien temprano, cuando se cruzan vendedores y turistas deseosos de evitar las horas más calurosas del mediodía, y termina bien tarde, cuando se puede dar un paseo en carruaje tirado por caballos alrededor de la plaza iluminada. Entre una hora y otra, hay que visitar sus principales edificios, sobre todo la Catedral, donde se conservan los restos del Mariscal Sucre, y que guarda una historia digna de novela negra, cuando el Viernes Santo de 1877 fue asesinado el obispo de Quito, José Ignacio Barba, con veneno disuelto en el vino de Misa. A poca distancia, espera una visita la Iglesia del Sagrario, y más allá la Iglesia de la Compañía, inspirada en la Iglesia del Gesú romana, y la imponente Iglesia de San Francisco.
CUSCO LA BELLA Muy probablemente el viajero que aterrice en Cusco haya pasado primero por la Plaza Mayor de Lima, una extensa explanada flanqueada por la Catedral, el Palacio del Arzobispo, la Municipalidad de Lima, el Club de la Unión y el Palacio de Gobierno, situado en el mismo lugar donde levantó su primer palacio Francisco Pizarro. Estas fachadas coloniales, y en particular los hermosos balcones, dibujan la fisonomía del centro limeño. Sin embargo, Cusco es muy diferente: la antigua capital inca, donde se adivina el esplendor de los tiempos pasados, conserva toda su dignidad y una identidad propia que la ubica entre las más hermosas ciudades de América latina. El centro de Cusco, para la vida social, turística y comercial, pasa por la Plaza de Armas, que hoy tiene la mitad de superficie que en la época de la conquista española. Y tiene un significado muy especial: allí se encontraba el corazón del Tahuantinsuyo, “las cuatro esquinas del mundo”, la denominación que los incas daban a su vasto imperio. La imagen que vemos hoy es muy distinta de la que relatan las crónicas antiguas, cuando los españoles asombrados describían los palacios cuyas paredes se adornaban con oro y plata, pero mantiene intacta su majestuosidad. Una de las mejores maneras de apreciarla es desde la fortaleza de Sacsayhuamán, en las afueras de Cusco, cuya posición elevada permite divisar toda la ciudad, con la Plaza de Armas en el centro. La otra es desde el tren que va a Machu Picchu, que al regresar a Cusco por la noche se detiene unos instantes en el camino para que los viajeros puedan apreciar la belleza de la plaza iluminada. En ella se destaca la figura maciza de la Catedral, flanqueada por la Iglesia de la Santísima Trinidad y la Iglesia del Triunfo, mientras a pocos metros resplandece toda la ornamentación barroca de la Iglesia de la Compañía. Esta iglesia, tanto o más imponente que la propia Catedral, es todo un símbolo del obligado mestizaje del pueblo inca: sobre sus cimientos indígenas, que habían sido del palacio del inca Huayna Cápac, fueron levantados los muros jesuitas.
Hoy día, en la plaza y sus alrededores reinan los puestos de artesanías, de orfebrería en plata, de tejidos de alpaca, de sombreros cusqueños y de retablos que imitan el arte religioso colonial, además de los cafés y bares que invitan a sentarse para contemplarla con tiempo y en silencio, como ella misma mira desde hace siglos el paso de sus habitantes y admiradores.
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