Domingo, 21 de octubre de 2007 | Hoy
MUSEOS > UNA VISITA AL MUSEO MME. TUSSAUD
El Museo de Cera de Mme. Tussaud, uno de los más célebres del mundo, tiene sede en Londres y sucursales en Nueva York, Shanghai y otras ciudades. Un paseo que va de lo histórico a lo deportivo, lo artístico y lo bizarro en pocos pasos.
Por Graciela Cutuli
¿En qué otro lugar sería posible cruzarse con el papa Juan Pablo II, Britney Spears, la princesa Diana, George Bush y Ronaldinho, a pocos pasos unos de otros, en la mayor concentración de líderes mundiales, religiosos, artísticos y deportivos por centímetro cuadrado que se conozca en el planeta? Sin duda, en esto de reunir celebridades el Museo de Cera de Mme. Tussaud, en Londres –que tiene sucursales también en Nueva York, Shanghai, Amsterdam, Washington, Las Vegas y Hong Kong– se lleva la palma. Pocos resisten la tentación, durante la visita al Museo situado en la céntrica Marylebone Road, de sacarse una foto junto a su personaje –actor, cantante, político, científico– favorito, y no son menos los que caen en la trampa y se ponen a charlar o pedir informaciones a alguna figura de cera, de las varias expresamente colocadas con el fin de confundir al visitante.
Antes de la Revolucion Las figuras de cera de este Museo, por el que pasan cada año casi dos millones y medio de visitantes, tienen una larga historia. Todo empezó antes de la Revolución Francesa, en Estrasburgo, cuando la joven Marie Grosholtz –luego conocida como Mme. Tussaud– comenzó a interiorizarse en las técnicas de modelado de cera que conocía el Dr. Philippe Curtius, médico y dueño de la casa donde trabajaba su madre. Por aquel entonces, las manos hábiles de Curtius hicieron una figura en cera de Madame du Barry, la favorita del rey Luis XV, y pronto formaron una colección que comenzó a exhibirse en el Palais Royal de París a partir de 1776. La joven discípula de Curtius, que trabajaba en la corte enseñando su habilidad a la hermana del rey, creó en 1797 su primera figura de cera: la del filósofo Voltaire. Le siguieron otros personajes conocidos, como Jean-Jacques Rousseau y Benjamin Franklin, hasta que la Revolución Francesa le dio una materia de inspiración tan inesperada como macabra: Mme. Tussaud se dedicaba a buscar las cabezas de las víctimas de la guillotina para realizar las máscaras mortuorias de varios hombres de la época. Cuentan que así se salvó de terminar también guillotinada, ya que se le cuestionaban los años pasados junto a la familia real. Al despuntar el siglo XIX, ya dueña de la colección que Curtius le había legado al morir, se estableció en Londres, y recorrió Gran Bretaña e Irlanda mostrando sus figuras de cera: algunas de ellas, como la figura de Du Barry o las máscaras de Luis XVI y María Antonieta, todavía se exhiben en el actual museo londinense, así como un autorretrato que modeló cuando ya era una anciana. En un incendio en el siglo pasado se destruyeron varias de las figuras originales, pero como los moldes se habían conservado, fue posible reconstruirlas con total fidelidad a lo realizado por Mme. Tussaud.
SER O NO SER... CELEBRE Hoy día el Mme. Tussaud’s de Londres y sus sedes en otras partes del mundo son una auténtica industria. En el selecto círculo de sus elegidos ingresan muy pocos –unos 20 personajes al año– y otros tantos se van (algunas figuras irán a los archivos del Museo, y otras directamente serán fundidas). Esta decisión corresponde exclusivamente a los responsables del Museo. Si el pasaje a la cera significa una auténtica consagración –Leonardo Di Caprio y Daniel Radcliffe, protagonista de “Harry Potter”, son algunas de las celebridades más recientemente incorporadas– sin duda es un triste destino para cualquier personalidad desaparecer de la galería del Mme. Tussaud’s aunque quedan algunas chances de volver, como sucedió por ejemplo con Boy George en su momento, puesto o quitado según los vaivenes de su popularidad.
El Museo también tiene que adecuarse al paso de los años y al avance de los tiempos: el príncipe Carlos de Inglaterra fue recientemente remodelado, con “materiales naturales” para tener en cuenta sus preocupaciones ambientales (sin contar con que hubo que cambiarle a Diana por Camilla, su actual esposa). El resultado global es una suerte de “biblia junto al calefón”, aunque el Mme. Tussaud se cuida de organizarse por áreas: cultural (Newton, Shakespeare, Picasso, Van Gogh, Darwin); musical (Jimi Hendrix, Los Beatles, Freddie Mercury, pero también Justin Timberlake y Christina Aguilera); realeza (desde Enrique VIII hasta la reina Isabel II) o líderes mundiales (incluyendo al presidente de Estados Unidos y el premier británico), entre otros sectores. Y aunque algunas de las figuras traslucen la rigidez de la cera, en verdad otras impresionan por su realismo, fruto de la notable habilidad de los escultores encargados de darles vida.
El proceso tradicional es largo y costoso: si se trata de una figura viviente, se le piden varias sesiones de pose, y se modela una primera imagen en arcilla. Luego se realiza un molde de yeso, en el cual se funde la cera que dará la imagen definitiva. Se colocan ojos de vidrio y se inserta cabello humano, mechón a mechón. Finalmente se aplica la base de color, se completa el maquillaje y la cabeza y las manos de cera se unen al resto del cuerpo, convenientemente vestido, realizado en fibra de vidrio.
Fiel a su historia, si se recuerda que Mme. Tussaud se había especializado en máscaras mortuorias, y que en los primeros tiempos de la exhibición había una Caverne des Grands Voleurs (Caverna de los grandes ladrones), el Museo actual tiene una Cámara de los Horrores, suerte de réplica de una prisión de máxima seguridad por donde desfilan personajes como Jack el Destripador y otros asesinos seriales. Un sector sólo apto para morbosos, pero que en realidad es también uno de los más populares.
Como en todo museo moderno, en el de Mme. Tussaud también es posible comprar souvenirs: sólo que aquí hay uno muy especial, difícil de conseguir en otro lado, que consiste en llevarse la estatua de uno mismo modelada por los artistas del museo. Toda una curiosidad, que se vende –-claro está– al precio que merece una pieza de tanta exclusividad (los informes se pueden pedir por Internet a través del sitio del Mme. Tussaud londinense, en www.madame-tussauds.co.uk).
Cuando Mme. Tussaud dejó Francia rumbo a Gran Bretaña, llevó consigo toda su colección: no hay entonces un museo con sus figuras en su propia patria. Pero París tiene otro célebre museo de cera: se trata del Museo Grévin, creado a fines del siglo XIX cuando el periodista y fundador del diario Le Gaulois, Arthur Meyer, quiso crear un lugar donde el público pudiera familiarizarse con los personajes célebres de su tiempo, en una época en que las fotografías eran raras en los periódicos. Meyer convocó al dibujante, humorista, escultor y vestuarista Alfred Grévin, que se encargó de modelar las figuras, y alcanzó rápida celebridad cuando el museo abrió sus puertas, en 1882. El Museo Grévin posee decorados de gran belleza, como el Palais des Mirages, originalmente parte de la Exposición Universal de 1900, y hoy día exhibe 300 figuras célebres en Francia y el mundo.
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