Domingo, 23 de marzo de 2008 | Hoy
LA RIOJA > LAGUNA BRAVA Y TALAMPAYA
Desde Villa Unión, un viaje a la increíble Laguna Brava, un espejo de agua a 4400 metros de altura poblado de flamencos, vicuñas y guanacos muy protegidos desde que se creó la reserva. Y la imperdible visita al Parque Nacional Talampaya, una de las más impactantes formaciones naturales de nuestro país.
Por Guido Piotrkowski
Villa Unión es una pequeña ciudad con aires pueblerinos enclavada en el Valle de Bermejo, al noroeste de la provincia de La Rioja y a 270 kilómetros de su capital. Entre sus atractivos se puede visitar “La Isla”, una formación rocosa con petroglifos de civilizaciones precolombinas, y “El Mirador”, con vista al río Bermejo. También es zona de viñedos y un culto religioso en ascenso, como el “Angelito Milagroso”, un niño llamado Miguel Angel Gaitán, que murió al poco tiempo de nacer y a quien hoy se le atribuyen milagros varios. Los “promesantes” de ciega fe se acercan hasta su tumba y le dejan juguetes.
Pero, sin dudas, el mayor capital de este lugar radica en que se encuentra muy cerca de la Reserva Provincial Laguna Brava y del Parque Nacional Talampaya, siendo así base y puerta de entrada de estos dos lugares imperdibles de la árida geografía riojana.
LAGUNA BRAVA A casi doscientos kilómetros de Villa Unión, camino a la frontera con Chile, y a 4400 metros sobre el nivel del mar, en plena cordillera riojana, se encuentra esta maravillosa laguna poblada de flamencos, vicuñas y guanacos. La reserva, creada en 1980 para proteger a estas especies de la caza furtiva, abarca unas cinco mil hectáreas.
No es necesario tener una 4x4 para llegar hasta allí, ya que el camino se encuentra en muy buenas condiciones, incluso el tramo no asfaltado, un atractivo más de este viaje único por un paisaje montañoso y colorido que sorprende al viajero una y otra vez.
Poco después de atravesar la única calle –asfaltada, porque no es ni más ni menos que parte de la propia ruta provincial 26– del fantasmagórico pueblo de Vinchina, el panorama cambia, sobre todo al entrar en la Quebrada de Troya. El zigzagueante camino de tierra corre paralelo al río Bermejo, el que curiosamente, en cierto punto, da una vuelta alrededor de un peñasco y vuelve a su curso entre los cerros amarronados, donde la erosión hizo de las suyas. Así, el viento y las lluvias tallaron una pirámide perfecta que se destaca entre las sierras. También hay numerosos cortes longitudinales que el imaginario popular llamó las “Barras de chocolate”.
Luego de remontar la cuesta de unos siete kilómetros, se llega a Alto Jagüe, pequeño y fantasmagórico pueblo donde la erosión también dejó su huella. La principal y curiosa característica de este lugar es que sus casas se encuentran a más de dos metros del nivel de la calle principal, sobre unos paredones de tierra que fueron tallados por las lluvias caídas durante años. Este poblado es la puerta de ingreso a la laguna y es obligatorio registrarse en la casa de los guardaparques.
Cirilo Urriche es uno de ellos. Nacido y criado en Alto Jagüe, se convirtió en guardafauna por naturaleza propia, es decir por el hecho de ser uno de los que mejor conocía el lugar, un baqueano que transitaba la zona llevando y trayendo ganado desde y hacia la cordillera. Cirilo comenzó su trabajo actual en 1980, justamente cuando se creó la reserva.
Pedro Barrera es su cuñado, otro baqueano devenido en guardafauna. Cuenta que antes tenían hacienda en la cordillera y llevaban más que nada a geólogos e ingenieros, pero que hace diez años comenzó a llegar cada vez más turismo. Pedro destaca que la vicuña es el animal más protegido del lugar y recuerda que cuando los cazadores venían hasta aquí, la especie estuvo en peligro de extinción: llegaron a quedar en pie unas quinientas vicuñas. Hoy se cuentan más de seis mil.
Al salir de Jagüe, uno se topa primero con la Quebrada de Santo Domingo, y más adelante le sigue la del Peñón, que regalan sucesivas postales, obligando a detener el vehículo varias veces para poder capturar y contemplar la gama de tonalidades rojizas, amarillentas, verdosas y amarronadas. Un cielo azul perfecto completa la saturada paleta de color.
En lo alto se divisa una tropa de guanacos, y en seguida dos que se desprenden y comienzan a pelear. Cirilo explica que es una manada de hembras, y los machos luchan para ver quién se queda con ellas. El perdedor deambulará solo por ahí hasta juntarse con la manada de relincho, el resto de los desahuciados. A lo lejos, más que un combate, parece un juego.
Veinticinco kilómetros antes de llegar a la Laguna Brava, se encuentra uno de los trece refugios de piedra construidos durante las presidencias de Bartolomé Mitre y Sarmiento para que los arrieros pudieran albergarse en sus largos días cordilleranos. Son circulares y con el techo en punta, similares a un iglú.
Poco después, un cartel indica la llegada al Portezuelo de la Laguna. Al fondo, los cerros Veladero, Bonete Chico y el volcán Pissis (6882 metros, el volcán más alto del mundo) custodian las aguas mansas de la Laguna Brava, con sus diecisiete kilómetros de largo y cuatro de ancho. Una leyenda le atribuye el nombre a las inesperadas tormentas que encrespaban sus aguas cuando llegaba un visitante no deseado.
Otro de los mitos por aquí es el de “El Destapado”, un arriero que murió de frío y tiene su tumba en el refugio de la laguna. Le dicen así porque si alguien tapa sus restos, como se comprueba una y otra vez según los pobladores, al día siguiente aparece destapado.
El viento y el consecuente frío helado se vuelven insoportables por momentos, pero la belleza del lugar puede más que las inclemencias del tiempo. Una vicuña solitaria camina por sus orillas y un sinfín de flamencos, que llegan hasta aquí para reproducirse entre noviembre y marzo, reflejan su figura en las aguas color verde esmeralda. Hunden su cabeza en busca de alimentos, se paran en una pata y vuelan en bandadas buscando otro rincón en la inmensidad de este oasis.
TALAMPAYA, EL TUNEL DEL TIEMPO Célebre por sus enormes y rojizos murallones, este parque nacional, declarado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco en el año 2000, atesora una buena parte de la historia de nuestro planeta y tiene gran importancia a nivel científico. Allí se han encontrado (y siguen encontrándose) restos fósiles de unos 250 millones de años –pertenecientes a la era Mesozoica– y petroglifos.
El Cañón de Talampaya, que forma parte de la misma cuenca arqueológica que Ischigualasto (Valle de la Luna), su vecino parque sanjuanino, fue descubierto en los setenta, gracias a la construcción de la carretera que uniría Patquía con Villa Unión. A partir de allí comenzaron a llegar los primeros curiosos e investigadores, hasta convertirse, hoy día, en uno de los lugares más visitados y fascinantes del país, con más de 200 mil hectáreas protegidas, de las cuales sólo se puede visitar una parte.
Por aquí anduvieron varias especies de dinosaurios y otras tantas generaciones de hombres, desde los más primitivos hasta algunas culturas aborígenes de nuestras tierras, como los diaguitas, quienes dejaron sus utensilios –se encontraron sobre todo morteros– dentro de las cavernas y en la zona conocida como la Ciudad Perdida.
Para recorrer el Cañón de Talampaya es necesario contratar los servicios de una empresa autorizada a realizar los circuitos con guías especializados. Por razones de conservación y preservación, no se permite el ingreso de vehículos particulares.
La empresa concesionaria del lugar realiza dos circuitos. Uno dura dos horas y media aproximadamente. En el primer tramo están los petroglifos y el Jardín Botánico, donde se ven especies autóctonas del lugar como el molle, el chañar y el algarrobo, que crecen y le dan otro color a este árido terreno. Sigue por La Chimenea, una grieta semicircular en el murallón, y luego Los Reyes Magos, La Catedral y El Monje, sorprendentes formaciones rocosas talladas magistralmente por el viento.
El otro circuito dura unas cuatro horas y media. Pasa por los mismos lugares pero se le suma una recorrida por Los Cajones, un cañón que se va estrechando a medida que se avanza. El último tramo hasta Los Pizarrones, donde se pueden ver varios petroglifos, se hace a pie.
A lo largo de la recorrida por este inmenso monumento natural, se pueden ver también otras sorprendentes formaciones como Las Torres, El Camello y El Alfil.
En todos los casos lo más aconsejable es ir temprano en la mañana, ya que cerca del mediodía el sol y el calor castigan con fuerza. A lo largo de los diversos paseos, y con un poco de suerte, podemos llegar a ver las diferentes especies de animales que habitan el desierto riojano, como el zorro gris, maras, liebres, guanacos, vicuñas, pumas, la serpiente cascabel, culebras y el infaltable cóndor, vigía eterno de la cordillera.
Rolling Travel: Concesionario Oficial Parque Nacional Talampaya: 0351–5709909 [email protected] [email protected]
Runacay: (03825)470368 [email protected] www.runacay.com
Alojamiento: Hotel Pircas Negras: Ruta Nacional 76.202 Tel.: 03825-470611.
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