Domingo, 10 de agosto de 2008 | Hoy
JUJUY > EN EL POBLADO DE CASABINDO
El próximo 15 de agosto el poblado de Casabindo celebrará su tradicional fiesta patronal, con retumbantes procesiones, danzas ancestrales y una corrida de toros muy singular. En el Toreo de la Vincha, improvisados toreros salen al ruedo para sacarle una vincha al toro y ofrendársela a la virgen.
Por Julián Varsavsky
Casabindo es uno de tantos pueblitos de dolorosa belleza extraviados en el silencio de la Puna, esa árida altiplanicie a 3400 metros de altura donde reinan el viento, el polvo y la soledad. Se llega por una ruta de tierra donde de vez en cuando se cruzan manadas de llamas que le dan inusitada vida a la desolación del paisaje. Unos kilómetros antes de entrar al pueblo, se ven en la lejanía las dos borrosas torres blancas de la iglesia de Casabindo, conocida como “La Catedral de la Puna”, a simple vista desproporcionada para los escasos 200 habitantes.
Los españoles construyeron iglesias a todo lo largo y ancho de la Puna. Y la de Casabindo es la mayor de todas. Fue erigida con bloques de piedra y tiene una nave larga y angosta, decorada con candelabros e imaginería cuzqueña. El piso es de ladrillos de barro cocido pero lo más llamativo son los cuadros de los “ángeles arcabuceros”, traídos desde el Cuzco en la época colonial. Como el artista mestizo que los pintó carecía de modelos a imitar, los españoles le explicaron que los ángeles eran como ellos pero con alas. De allí surgieron los excéntricos ángeles con rostro de belleza casi femenina, alas celestiales, sombrero de ala ancha y trajes de brocado bordado en oro similar a los de los soldados de Carlos II. Y por lo tanto portan al hombro un gran arcabuz.
BAILE Y PROCESION En Casabindo las casas de adobe y techo de paja están un poco desperdigadas. Por sus calles de tierra y sin sombra por la falta de árboles casi no circulan autos. Pero cada 15 de agosto una larga caravana levanta una nube de polvo a lo largo de la ruta. Todos se dirigen a un Casabindo ruidoso y alborotado como nunca, que se dispone a homenajear a su Patrona, la Virgen de la Asunción, a quien llaman “la mamita”.
De los autobuses bajan centenares de personas que vienen desde toda la provincia acompañadas de bandas de sikuris, esas quenas de la Puna que toman sus sonidos del viento. La fiesta comienza la noche anterior en las peñas musicales a la luz de los fogones, entre tragos de chicha y los graves soplidos del erque, la extraña corneta de tres metros de largo.
El 15 de agosto por la mañana comienza la celebración con una misa que celebra el obispo de Humahuaca, Pedro Olmedo. El primer momento cumbre de la jornada es la salida de la imagen de la virgen en andas de la gente, con bombazos y campanadas que hacen tronar la Puna. La larga procesión atraviesa la pista de toreo frente a la iglesia y avanza a paso lento por todo el pueblo, al ritmo de una banda de saxos, trompetas y redoblantes que imitan las melodías litúrgicas de la Semana Santa andaluza. Pero hay más vírgenes dando vueltas por Casabindo, ya que los visitantes traen la de sus propios pueblos en peregrinación. El aroma a incienso impregna el aire y aparecen en escena los samilantes, unos adoradores de la virgen con largas plumas de suri (ñandú) en las ropas y sombreros. Los samilantes bailan la Danza de los Suris durante casi todo el día frente a la iglesia, al son de la caja, la flauta y los cascabeles que tintinean en muñecas y rodillas.
Un hombre con máscara de toro y otros dos disfrazados de caballo encabezan las procesiones. Es el “baile del torito” en el que el “toro”, acosado por los picadores, embiste de verdad y lastima un poco, sobre todo a los “fotógrafos porteños esos que se meten en el medio y no respetan nada”. Pero el baile más impactante es la Danza del Cuarto, originada quizá en los ancestrales sacrificios prehispánicos que probablemente se hacían en Casabindo cuando pasaban por aquí las rutas incas de Qápac ñán. En esta danza bailan dos parejas durante todo el día. Cada pareja tiene una mitad del cuerpo recién descuartizado de una oveja y todos simulan tironear de las patas como si quisieran desgarrar al animal y quedarse cada uno con un cuarto. En realidad, así ocurre al final del día y los cuartos se cocinan para la cena. Esta ofrenda bastante poco ortodoxa es para pedirle a la virgen la multiplicación del ganado.
A LOS TOROS A las 2 de la tarde comienza lo que realmente todos están esperando. Un bombazo inaugura la corrida y sale al ruedo el primer joven decidido a arrebatarle al toro la vincha con monedas de plata que lleva en las astas, “requisito” indispensable para que la virgen le conceda sus peticiones. Un gran rectángulo –muros de piedra y adobe y algunas gradas–- hace las veces de “ruedo”. Muchos se sientan sobre la pared; otros se suben a los árboles y hay quienes se trepan al campanario y al techo de la iglesia para tener una panorámica perfecta del espectáculo.
Unas zapatillas viejas, remera y jean son el único uniforme de la mayoría de los toreros, que parecen no haberse parado nunca en su vida frente a un toro. Y de hecho es así, porque durante el resto del año nadie torea y la idea de una escuela de toreros despierta carcajadas entre los lugareños.
Algunos toros se niegan a correr y se dejan quitar la vincha con total mansedumbre. Otros salen tranquilos, pero cebados por la multitud emprenden violentísimas carreras de 50 metros que obligan al torero a lanzarse al suelo como un arquero frente a un penal. Los toreros esperan su turno escondidos en una capillita blanca en el centro del ruedo, cuya puerta es tan angosta que el toro no puede entrar por ella (aunque a veces lo intenta). Y cuando algún torero es desbordado por la situación huye hacia la capilla donde se refugia cerrando la puerta justo a tiempo para evitar la cornada. Pero hay un segundo refugio: un mástil al cual el perseguido se trepa de un salto y queda inmediatamente a salvo del toro desconcertado.
Los toreros también son de lo más variados. Algunos provocan al animal con un largo trapo rojo tajeado y cuando el toro rasca la tierra con la pezuña salen rajando. A veces algún torero vuela por los aires y debe ser retirado en una ambulancia que se pierde a todo lo que da por la ruta hacia Abra Pampa. En el Toreo de la Vincha es común que a veces corra un poco de sangre, pero siempre humana. De todas formas nunca ocurren accidentes de gravedad. A veces algún turista valiente ingresa sin pedir permiso y ensaya unas toreadas al estilo español. Otros ya vienen preparados desde otras provincias y se anotan con antelación, aunque los locales casi no los aplauden. También están los que se hacen los cancheros burlándose del toro en sus narices y se llevan más de un susto que les cambia el humor. Pero la mayoría enfrenta al toro con respeto y sin espadas traicioneras escondidas en la capa como ocurre en España. Y como en todo lance de riesgo, no podía faltar el torero temerario que aparece vestido de rojo fosforescente, de los pies a la cabeza, como el Chapulín Colorado.
Más allá del espectáculo, el toreo es cosa seria en Casabindo, no sólo porque de alguna manera está en juego la vida, sino porque todos piden cosas muy íntimas que la virgen debe cumplir si se le ofrenda la vincha.
Esta fiesta popular es un evento de proporciones para la provincia. Para la ocasión se instala una feria callejera donde se venden colchones, ollas, frutas, ponchos, jabón... todos productos elementales para quienes llegan desde lo profundo de la Puna, y que acaso no tengan otra posibilidad de poder comprarlos. En los puestos callejeros se vende asado de cordero, locro y empanadas que se acompañan con abundante chicha. Las mujeres visten polleras de vivos colores sujetadas en la cintura por una faja de lana de oveja y los hombres se cubren con ponchos a cuadros de lana de alpaca. Mucha gente coquea sin pausa y un acullico de hojas de coca les abulta la mejilla.
A las seis de la tarde el frío y el viento señalan que la fiesta ha terminado y la caravana de autos levanta una nueva polvareda que se pierde en la lejanía del Altiplano. En la noche los ínfimos arroyos se congelan y Casabindo, en medio de la nada, vuelve a sumirse en el silencio y la absoluta oscuridad.
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