Domingo, 30 de noviembre de 2008 | Hoy
TIERRA DEL FUEGO > RíO GRANDE Y USHUAIA
Días largos, un paisaje que reverdece y el eterno encanto de la ciudad del Fin del Mundo. Historia, excursiones y aventuras en Ushuaia. Pero también, pesca con mosca y turismo de estancias en Río Grande. Con muchas opciones, Tierra del Fuego invita a una espléndida temporada estival.
Por Graciela Cutuli
El sobrevuelo de Ushuaia, al atardecer, brinda una de las más espectaculares postales de la Patagonia austral: una hilera de luces titila junto al Canal de Beagle y los últimos rayos de sol doran las nieves eternas de la cordillera, que tiene en la isla de Tierra del Fuego sus últimas elevaciones antes de hundirse definitivamente en el Atlántico. Es, sin embargo, apenas una promesa de lo que vendrá: la primavera, una de las más bellas estaciones del año en el sur del mundo, estalla en flores, y se abre en un cielo diáfano que todavía puede deparar sorprendentes tormentas de nieve.
La isla misma tiene un paisaje cambiante, diferente al norte y al sur del Lago Fagnano, su “límite natural” entre ambas partes. Si hacia el norte el paisaje parece continuar la típica estepa patagónica, con sus pastos rígidos y un puñado de arbustos alternados con lugares de pastoreo, en el sur aparecen las ondulaciones del terreno y los bosques que caracterizan la última porción fueguina. Río Grande al norte y Ushuaia al sur son las dos ciudades que forman el eje de la isla: muy diferentes pero a la vez muy cercanas, cada una ofrece una perspectiva distinta de este último triángulo de tierra argentina.
RIO GRANDE Tal vez no sea la estrella del turismo en Tierra del Fuego, pero para los pescadores es insoslayable: Río Grande es algo así como la “capital de la trucha”, ya que sus ríos son ricos en ejemplares de gran tamaño, y atraen a turistas de todas partes del mundo –en particular norteamericanos– aficionados a la pesca con mosca. Al mismo tiempo, es la capital económica de Tierra del Fuego: aquí se concentran la industria, las actividades petroleras y la ganadería. Queda como testimonio de aquellos tiempos un gran edificio hoy en desuso, declarado Monumento Histórico Nacional: es el Frigorífico de Río Grande, instalado cuando se fundaron las grandes estancias Primera Argentina y Segunda Argentina, al sur y al norte del Río Grande, en los primeros años del siglo XX. Para abastecer las necesidades de las estancias se fundó el frigorífico, primero en manos de la Compañía Frigorífica Argentina de Tierra del Fuego, y luego vendida a la Corporación Argentina de Productores de Carne (CAP). Parte de esta historia se cuenta en el Museo de la Ciudad, donde trabajan especialistas en ciencias e historia para rescatar el pasado local.
Sin embargo, Río Grande funciona sobre todo no como un destino en sí mismo, sino como punto de partida hacia alguna de las estancias de los alrededores. Hay varias para elegir, pero sin duda la María Behety es una de las más conocidas: a sólo 17 kilómetros de Río Grande, fue fundada en 1899 y posee todavía el galpón de esquila más grande del mundo. El galpón se puede conocer durante la visita, que también permite acceder a los corrales, la prestigiosa cabaña de carneros y hacer una parada para comer en el antiguo “comedor de peones”. Quienes puedan quedarse más tiempo pueden optar por participar en algunas de las tareas habituales de la estancia: esquila, señalada, yerra, arreos, todo depende de la época del año. Poco antes de la María Behety, en 1893, se fundó también la Misión Salesiana de Río Grande, que tenía el objetivo de evangelizar a los aborígenes selknam de Tierra del Fuego: con el tiempo, se transformó en una escuela agrotécnica, pero hoy tiene un museo, el Monseñor Fagnano, imperdible para conocer excelentes materiales sobre los pueblos originarios fueguinos.
DE USHUAIA AL PARQUE NACIONAL Si Río Grande es la capital industrial, Ushuaia es no sólo la capital administrativa sino sobre todo la capital turística de la isla de Tierra del Fuego. Basta su nombre para despertar ensoñaciones de tierras lejanas, imágenes de tierras vírgenes y fantasías de fin del mundo. La “bahía que entra hacia el poniente”, como la llamaron los yámanas, fue tierra predilecta de pioneros y exploradores, desde los primeros que divisaron en sus costas las fogatas que le darían nombre, hasta los que hoy quieren seguir sus huellas y descubrir, como si fueran nuevamente los primeros, las comarcas desérticas donde reina sin rival la fuerza de los elementos. Sin embargo, antes de salir a los alrededores, hay que conocer la ciudad en sí misma: y para eso, como en las grandes capitales, Ushuaia tiene su propio “double decker”, un ómnibus de doble piso que realiza el circuito histórico, pasando por los lugares de los primeros asentamientos de hombres blancos en Tierra del Fuego, puntos panorámicos, el buque varado St. Christopher y los principales museos: el del Antiguo Presidio, el del Fin del Mundo, el de los Yámanas. Esta es la parte de Ushuaia donde se vive la historia, la aventura que fue alguna vez no sólo poblar sino simplemente llegar a una tierra no por bella menos inhóspita.
En las afueras comienza la otra parte de la aventura: el descubrimiento de la naturaleza espectacular que rodea la ciudad. Una excursión ya clásica es el paseo del Ferrocarril Austral, un pequeño tren con locomotora a vapor que recorre un trayecto de 15 kilómetros siguiendo el valle del río Pipo: el paisaje es el típico de esta parte de la isla, con los bosques fueguinos y las turberas que hacen de esta comarca un lugar inconfundible y único. Lo que hoy es una simple visita turística años atrás tenía, sin embargo, otros fines: estas vías fueron tendidas por los presos del Penal de Ushuaia, con el objetivo de llevar madera desde el Parque Nacional a la ciudad: los troncos aún talados son un testimonio de ese pasado. Para ver el bosque intacto, y cumplir la promesa de llegar lo más cerca posible del fin del mundo, hay que recorrer en cambio el trayecto de la Ruta 3 que termina en Bahía Lapataia, a más de 3000 kilómetros de Buenos Aires. Esta parte del Parque Nacional permite internarse en senderos para caminatas muy accesibles, bordeando la costa de la Bahía Ensenada y el Lago Roca. Se trata de uno de los lugares ideales para el avistaje de aves, una actividad de enorme potencial en esta región fueguina, aunque aún poco desarrollada. Por aquí andan los cauquenes, sin intimidarse ante los fotógrafos, las bandadas de bandurrias y los vistosos –y ruidosos– pájaros carpinteros, que con su ruido característico descubren su presencia mientras picotean con entusiasmo el tronco de los árboles. Este es también territorio de castores, esos “extranjeros” oriundos de Canadá que un día llegaron para quedarse: claro que no llegaron solos: fueron introducidos en los años ’40 con fines de fomentar la industria peletera, cuando Tierra del Fuego aún era un territorio nacional. Pero estos proyectos fracasaron, y los castores, sin control, se convirtieron en una auténtica invasión: hoy están incorporados a la identidad fueguina –hasta el centro de esquí local se llama Cerro Castor– pero las voces conservacionistas señalan con alarma que las castoreras, más que ser un atractivo turístico, son una seria señal de deterioro para el frágil ecosistema isleño. Castores aparte, es difícil describir la sensación de soledad e inmensidad de estos parajes: aunque no lo sea realmente, la sensación de “fin del mundo” se impone. No está tan lejos, allá, del otro lado de la línea gris del horizonte, el Continente Blanco. De hecho, Ushuaia es la puerta de entrada a la Antártida, y escala de casi la totalidad de las embarcaciones que emprenden la travesía hacia el extremo sur del globo.
EMBARCADOS EN EL BEAGLE De regreso en Ushuaia, una de las excursiones más tradicionales propone embarcarse en catamarán en el muelle de la ciudad para recorrer las aguas del Canal de Beagle, con la posibilidad de elegir navegaciones de distinta duración. Navegando por el canal se llega hasta la Isla de los Lobos, que ofrece una mirada panorámica sobre Ushuaia y el Monte Olivia (aquel que según se dice “predice el tiempo” en la ciudad, según su cumbre esté o no despejada) y la aproximación a la isla, rodeándola para apreciar mejor la colonia de lobos. Se llega también al Faro Les Eclaireurs, levantado en 1919, cerca del lugar donde naufragó el “Monte Cervantes” en los años ‘30. Según la duración, se puede conocer también la Isla de los Pájaros, poblada por cormoranes magallánicos y cormoranes imperiales, petreles, skúas y muchas más aves marinas propias del extremo austral, para desembarcar finalmente en las Islas Bridges donde, bajo la dirección de un guía, se recorre un sendero de interpretación de flora y fauna. Otros recorridos proponen acercarse por agua hasta la pingüinera y la Estancia Harberton, y finalmente hasta la Bahía Lapataia, para volver al “fin del mundo” desde una perspectiva diferente.
Canopy en Ushuaia: una alternativa de turismo aventura, “volando” entre los árboles con vista al Canal de Beagle y la Bahía de Ushuaia. Los circuitos van de seis a ocho tirolesas (entre $50 y $80). Informes en www.canopyushuaia.com.ar.
Recorrida de la ciudad en Double Decker: a las 10.30, a las 17 y a las 19 (consultar según temporada). $20, descuento a grupos familiares. Más datos en www.tierradelfuego.org.ar/doubledeckerush.
Aerosilla del Glaciar Martial: a un paso de la ciudad, volvió a abrir el 15 de noviembre. Primer ascenso a las 9.30; último a las 18.30. Turistas nacionales: $20.
Museo del Fin del Mundo: Maipú 173. Abierto de 9 a 20. Entrada general: $15. www.tierradelfuego.org.ar/museo
Museo Marítimo y Museo del Presidio: Yaganes y Gobernador Paz, ex Presidio de Ushuaia. Abierto todo el año de 10 a 20; entrada general para argentinos $25.
Tren del Fin del Mundo: Salida 9.30, salida 16.10. Estación Fin del Mundo, Ruta 3 km 3042. www.trendelfindelmundo.com.ar
Más información en www.tierradelfuego.org.ar
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