Domingo, 30 de noviembre de 2008 | Hoy
ITALIA > EN ORGOSOLO, UN PUEBLO DE CERDEñA
Orgosolo es un pueblo muy singular de la provincia de Nuoro, en el interior de Cerdeña: los muros de sus casas están cubiertos por cerca de 200 murales que representan hechos y personajes locales, de Italia y del mundo. Una inmensa pinacoteca de la historia abierta al cielo para que el color respire y el arte no quede encerrado entre cuatro paredes.
Por Maribel Herruzo
Para conocer la historia de un pueblo todos solemos acudir a libros, artículos, hablar con sus gentes, en fin, documentarnos. Pocas veces son las que llegando a un lugar nos encontramos con una especie de libro abierto al aire libre que nos explique la historia no sólo de su población si no la historia reciente del mundo. Eso es lo que sucede en Orgosolo, uno de los pueblos más grandes de la provincia de Nuoro, en el interior de Cerdeña, con sus cerca de 200 murales repartidos por los muros de sus casas.
Orgosolo fue, durante muchos años, sinónimo de apenas tres palabras: pobreza, ovejas y bandidos. Hasta bien entrado el siglo XX, la historia de quienes durante siglos se habían habituado a vivir aislados del resto del mundo podía seguirse regularmente desde las páginas de los diarios sardos y nacionales. Reyertas, secuestros, asesinatos, venganzas... eran algo común en la Barbagia, la zona donde se ubica la población. Libros como Caccia grossa (Caza mayor), escrito por el teniente de los carabinieri Giulio Bachi en 1900, daban fe de una indómita forma de ser forjada por años de aislamiento y miseria. La portada del libro está ilustrada con una fotografía de la época y muestra a un grupo de carabinieri posando con un bandido capturado y muerto, tendido a sus pies, como si de un trofeo de caza se tratara. Si alguien visita Orgosolo no necesita buscar esa fotografía en un libro, puede contemplar, a tamaño natural y en plena calle, una reproducción pictórica de esa foto, como un fresco de la memoria. Las calles de Orgosolo están repletas de historia, sus paredes hablan y cuentan, nos muestran las antiguas formas de vida de sus habitantes, habituados al pastoreo y la agricultura de supervivencia; nos enseñan los interiores de las viviendas y cómo las ancianas, vestidas de negro, esperan sentadas a la puerta de casa la llegada de la noche, tras la cual no habrá más que un nuevo día. Más allá de esa cotidianidad, los muros también nos recuerdan luchas pasadas y actuales, cercanas y lejanas: la guerra de Vietnam, la Revolución Francesa, el golpe de Estado en Chile, la Guerra Civil Española, la del Golfo, la conquista de América, la represión en Tian An Men, la Intifada palestina, el 11 de septiembre en Nueva York... Junto a los episodios de la historia aparecen también los personajes que la hicieron: los políticos, los héroes, los filósofos, los mitos, los obreros y los agricultores, las mujeres que caminan hacia la compra con niños pegados a sus faldas, los cantantes comprometidos, los poetas, los pintores, las familias en sus casas, la gente, en fin. Todo está ahí, en sus muros, como una inmensa pinacoteca de la historia reciente abierta al cielo, para que el color respire y el arte no quede encerrado entre cuatro paredes.
Primeros murales Los años ’60 y ’70 fueron tiempos de efervescencia política y reivindicaciones que llegaron también a este lugar al que sólo se accede por la carretera angosta que rodea las montañas del Supramonte. Fue en 1969 cuando el grupo teatral anarquista de Milán Dionisio plasmó el abandono de la isla en un mural en Corso Repubblica, la calle principal de Orgosolo. El mural representaba un mapa de Italia, con Sicilia al sur y un signo de interrogación en el lugar que debía ocupar Cerdeña. Ese fue el primero y parecía iba a ser el último, a pesar de que otros pueblos de la zona, en especial San Sperate, estaban llevando a cabo la misma actividad. Fue años más tarde, en 1975, cuando el profesor Francesco del Casino propuso a sus alumnos orgolenses una actividad de investigación coincidiendo con el 30º aniversario de la Resistencia Antifascista italiana. Se trataba de plasmar en diversos carteles la participación en la contienda de los habitantes de un lugar tan olvidado por el que, parafraseando la canción, “por no pasar, ni pasó la guerra”. Así descubrieron con sorpresa que fueron muchos los orgolenses que se habían incorporado a la lucha partisana en la península italiana. A raíz de esa investigación se crearon unos 200 carteles, algunos de los cuales se distribuyeron por las paredes del pueblo. Los carteles gustaron tanto que, para evitar su desaparición bajo las inclemencias meteorológicas, se propuso pintar algunos de ellos directamente en la pared. Y así, casi de casualidad, nació una práctica que aún perdura y que se ha convertido en un signo de identidad de sus habitantes.
Es cierto que la actividad política de esos años favoreció la continuidad de los murales, que en Orgosolo fueron desde el principio eminentemente políticos, y fue durante esa época que se reflejaron algunos de los acontecimientos nacionales y mundiales más destacados. También se inmortalizaron las luchas locales, como la oposición del pueblo entero, incluidas sus autoridades, a la construcción de un polígono de tiro en sus tierras comunales. Con el cambio de década, los murales dieron paso a escenas más cotidianas, a un mural más artístico que político, aunque siempre reivindicativo. Los trazos del profesor Del Casino se notan en los dibujos de inspiración más picassiana y poscubista, mientras otros artistas locales, como Pasquale Buesca o Vicenzo Floris, daban otro aire a las propuestas.
Artistas populares Durante los años ’90 y esta primera década del siglo XXI, los murales han continuado invadiendo las paredes de Orgosolo, convirtiéndolo en un lugar visitado por turistas, curiosos y estudiosos de un fenómeno que se ha mantenido durante casi tres décadas. Al contrario de otros pueblos donde se inició la actividad muralística sin que hubiera continuidad, en Orgosolo la participación ciudadana en la elaboración y restauración de los frescos ha sido esencial. Los estudiantes de las escuelas medias son casi siempre los encargados de retocar los colores desvaídos de los antiguos murales, recuperando obras que continúan vivas. Ahora, con más de 150 murales reconocibles, y otra cincuentena que lucha entre sobrevivir o dejarse arrastrar por la lluvia y el viento, la polémica se centra en si se debe continuar restaurando o es mejor dejar lugar para nuevas obras y reivindicaciones. Porque, en Orgosolo, a pesar de la belleza de los dibujos, no se ha perdido el sentido primario del mural, aquel de comunicar, mostrar, enseñar, sacar a la calle algo que debe ser conocido por todos. El problema que se plantea hoy es que, entre tanto mural, los nuevos casi no se destacan entre aquellos que llevan años captando la atención de propios y extraños. El propio profesor Del Casino, originario de Siena pero que vivió muchos años en estas tierras y pionero de este singular movimiento, declaró una vez que la continuidad de las pinturas estaba asegurada por mucho tiempo, puesto que “la arquitectura de los últimos 50 años era de una calidad tan mediocre que una intervención mural no podía sino mejorarla”. Parece que tal afirmación ha calado hondo entre los habitantes de Orgosolo, un pueblo que destaca por su ubicación y un entorno de salvaje belleza, donde los amantes del senderismo y la montaña quedan rápidamente atrapados, pero cuya arquitectura no pasa de la funcionalidad de acoger a personas bajo un techo. Tal vez por ello, porque sus muros estuvieron tantos años desnudos, sólo cubiertos con el gris con el que se pintan tantos paisajes rurales, la aparición del color y las formas dieron un sentido nuevo a las paredes. Los murales, ayer como hoy, se han adaptado a las formas de esos muros, a sus imperfecciones, a sus curvas. Algunos personajes descansan sobre salientes, puertas que ya no están o pegotes de cemento antiguo, y hay paisajes que parecen especialmente diseñados para esa línea curva que traza la pared. La arquitectura y el dibujo se han aliado para transformar un pueblo de apariencia anodina en algo extraordinario que genera interés y un gran número de estudios. Lo inusual, además, es que este proyecto no está en manos de unos pocos, sino que todo el pueblo asume que los murales se han convertido en seña de identidad y se siguen manteniendo como esos ritos antiguos cuyo nacimiento se pierde en la noche de los tiempos.
Orgosolo pertenece a esa categoría de lugares con una atmósfera propia y diversa, no es pueblo amable sino fiero y orgulloso. No en vano se acostumbraron durante mucho tiempo a un código propio de actuación, al aislamiento y a la incomprensión. Enclavado en mitad de las maravillosas montañas del Supramonte, los murales de Orgosolo nos muestran un pueblo luchador, que no se resigna a un destino presuntamente escrito, aunque las abuelas, aún vestidas de negro, no consientan en sonreír a los forasteros. z
Informe: Julián Varsavsky.
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