Domingo, 7 de diciembre de 2008 | Hoy
LONDRES > EL MUSEO DE CHARLES DICKENS
Una típica casa georgiana de Londres evoca la vida y la obra de Charles Dickens, que vivió aquí dos años junto a su familia. Recuerdos del autor de Oliver Twist en el corazón de la ciudad.
Por Graciela Cutuli
En el corazón de Londres, cerca del Museo Británico y de la estación de King’s Cross, donde Jane K. Rowling imaginó la inexistente plataforma 9 como punto de partida de la escuela de magia de Harry Potter, una calle tranquila de aspecto típicamente georgiano –formas simétricas, fachadas de ladrillo, pórticos clásicos– alberga el museo dedicado a Charles Dickens, uno de los escritores más populares y queridos de la literatura inglesa. El área sin duda es bien literaria: muy cerca se encuentran la British Library y las calles donde floreció el Grupo de Bloomsbury, con Virginia Woolf a la cabeza. Pero eso no sería sino mucho después de la época en que Dickens vivió en esta casa, cuando comenzaba a consolidarse como un escritor de fama y prestigio.
El número 48 de Doughty Street fue el hogar de Dickens y su esposa Catherine Hogarth entre 1837 y 1839. Llegados con su primer hijo, Charles Culliford Boz, se irían con tres, después del nacimiento de Mary y Catherine... que no serían las últimas, ya que el matrimonio tuvo diez vástagos en total. En 1839 el escritor y su familia se mudan a Marylebone, y una década después regresan al barrio de Bloomsbury, en Tavistock Square. Sin embargo, de las tres casas sólo sobrevive la de Doughty Street, convertida en un museo a cargo de la organización internacional Dickens Fellowship, dedicada a promover el entusiasmo por la obra del creador de Oliver Twist.
UN NOVELISTA EN ASCENSO Aunque todo fue conservado de la forma más fiel posible desde que en 1924 el Dickens Fellowship pudo comprar la casa, para imaginar el auténtico mundo de Dickens hay que retroceder un poco más en el tiempo, situarse en plena época victoriana y ponerse en la piel de ese escritor que por entonces empezaba a adquirir status y fortuna, dejando atrás la infancia que lo había visto como uno más de los tantos niños obreros de la Londres industrial.
Lo que hoy es el piso inferior de la casa, con una biblioteca que contiene ejemplares de diferentes ediciones, traducciones y adaptaciones de las obras de Dickens, fue el sector utilizado por los criados. Rígidamente sectorizada, la sociedad victoriana acomodada vivía en mundos paralelos con un ejército de servidumbre que sostenía su estilo de vida y el discurrir del tiempo dedicado al ejercicio intelectual y social. Los dueños de casa arriba, el personal de servicio abajo. Aquí, entonces, se encontraba la cocina, un lugar insalubre que Dickens no frecuentaba jamás: era el espacio de su cocinero, el ama de llaves, la niñera y el mayordomo. La habitación donde sí se entretenía la familia, el family room, es la que hoy se conoce como morning room, en la parte de atrás de la planta baja, en tanto la habitación del frente era el dining room, donde Dickens –por entonces estrella en ascenso del mundo literario londinense– daba cita a sus relaciones de trabajo y amistades. Sus años en Doughty Street coincidieron, en efecto, con un período de prosperidad para el entonces joven novelista, que se hizo rápidamente conocido gracias al éxito de la serie Los papeles de Pickwick, seguida de las entregas de Oliver Twist. Por entonces, la calle era de acceso privado, cerrada en cada extremo por puertas a cargo de porteros: muy distinta de la calle aún tranquila pero abierta de hoy, que se encuentra a pocas cuadras de los lugares más transitados de Londres. En 1923, la casa fue salvada de la demolición por el Dickens Fellowship, que poco tiempo más tarde lograría abrirla transformada en un museo de homenaje permanente a la vida y la obra del novelista que más caracteres tradicionales dio al imaginario literario inglés.
RECORRIENDO LA CASA Varios de sus libros y manuscritos y también su escritorio se conservan en el estudio donde Dickens solía retirarse para escribir. El museo guarda además muchas curiosidades, como la Ventana Garrett, que procede de la casa de Bayham Street (demolida en 1910) donde el escritor vivió de niño, o una reja de la prisión de Marshalsea, donde el padre de Dickens estuvo detenido por deudas. Fue un período difícil para el niño: la mayor parte de la familia se mudó junto con su padre a la cárcel, ya que las leyes de la época indicaban que la familia del deudor podía compartir la celda con él, mientras el joven Charles se quedaba en casa de una tía, hasta iniciar su vida laboral a los 12 años. Diez horas por día en la fábrica de betún Warren le dejarían una huella profunda para toda la vida, e impresiones personales que volcaría con maestría en muchas de sus obras.
Muy lejos de aquellos años difíciles, el Dickens escritor se relacionó con numerosas personalidades de su tiempo: los novelistas William Ainsworth y William Thackeray, su biógrafo John Forster, el actor Charles Macready, el juez y parlamentario Thomas Talfourd, a quien le dedicó Los papeles de Pickwick. Algunas de las cartas que les dirigió para cuestiones tan banales como invitarlos a cenar a su casa están exhibidas en las vitrinas del museo, ofreciendo pequeños recortes de vida cotidiana que humanizan su figura como “prócer literario”. Otro objeto en este sentido es el anillo de compromiso de su esposa, de oro con siete turquesas, la piedra preferida de Catherine. El anillo pasaría de generación en generación en la familia hasta que ingresó en la colección del museo pocos años atrás.
Un Dickens joven asoma también en una conocida miniatura, pintada sobre marfil por Janet Barrow, su tía materna. Antes de la invención de la fotografía, los pintores de miniaturas se ganaban la vida haciendo esos retratos. Esta en particular es la primera imagen auténtica que se conoce de Dickens, con una expresión amigable y una vestimenta a la moda, de los años en que trabajaba como reportero independiente. Otro dibujo en crayón y tiza, está firmado por Samuel Laurence, un conocido retratista de la época. Dickens posó para él en 1837, cuando vivía en Doughty Street, y tan orgulloso estuvo Laurence que conservó el retrato para sí hasta su muerte. En 1838 volvió a dibujarlo: este retrato se conserva en cambio en la National Portrait Gallery, ese curioso museo británico que recorre la historia a través de las imágenes de sus protagonistas y grandes personalidades.
Los dibujos eran una parte esencial de los folletines de la época victoriana; aunque en algunos casos el dibujante sólo intervenía cuando el novelista había terminado la historia, Dickens solía trabajar personalmente junto a sus ilustradores, ya que los dibujos eran una parte importante de la historia: lo atestiguan en las vitrinas de Doughty Street varios bocetos para la primera edición de Una canción de Navidad, diseñados por John Leech. Junto a ellos, los números mensuales de Nicholas Nickleby recuerdan la forma tradicional de edición de las extensas novelas, en pequeños fascículos ilustrados. Aquí también se muestra el pequeño escritorio portátil que Dickens utilizaba para la lectura pública de sus obras, un trabajo que realizó durante años en Gran Bretaña y Estados Unidos. Un novelista viajero, un inventor de historias, y sobre todo un auténtico mito de la literatura inglesa, que más allá de vitrinas y museos revive con la misma frescura de los personajes que supo crear.
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