turismo

Domingo, 12 de julio de 2009

PATAGONIA CHILENA > CRUCERO AL FIN DEL MUNDO

Viaje a la soledad austral

De Punta Arenas a Ushuaia, crónica de un crucero de tres días navegando por tres pasos interoceánicos: el Estrecho de Magallanes, el Canal de Beagle y el Paso Drake. En este fascinante periplo se ven glaciares, bosques y fauna austral. Y para octubre habrá dos viajes especiales celebrando el bicentenario del nacimiento de
Charles Darwin.

 Por Mariana Lafont

“Puedo describir la Tierra del Fuego en cuatro palabras: un país montañoso, en parte sumergido, de tal modo que ocupan el lugar de los valles profundos estrechos y extensas bahías; y un inmenso bosque que se extiende desde las cimas de las montañas hasta la orilla de las aguas”. *

Era una tarde soleada en el Estrecho de Magallanes cuando nos embarcamos, en Punta Arenas, hacia el fin del mundo. Esta ciudad fue el principal puerto entre el Atlántico y el Pacífico hasta la apertura del Canal de Panamá, en 1920. Poco antes de zarpar, el capitán Oscar Sheward, su tripulación y seis guías nos dieron la bienvenida a bordo del crucero de expedición N89 y nos explicaron las normas de seguridad. El Vía Australis es la segunda nave de Cruceros Australis. Durante el cóctel conocimos a nuestros compañeros de viaje y no bien sonó la chicharra, el crucero levó anclas y la emoción iluminó todos los rostros.

La idea era desconectarse de todo (sin TV, diario e Internet) yendo a los confines más inhóspitos del planeta. Por tres días y cuatro noches surcaríamos fiordos solitarios, es decir, valles erosionados por glaciares que, al subir el nivel del mar, se volvieron navegables. Estos laberínticos canales nos llevarían al Parque Nacional Alberto de Agostini (montañista, explorador y fotógrafo salesiano que recorrió la Patagonia como pocos) y el Parque Nacional Cabo de Hornos. El primero agrupa las islas al sur del estrecho de Magallanes, al oeste de la isla Navarino y una porción de Tierra del Fuego. Su principal atractivo es la Cordillera Darwin y sus glaciares, de los cuales vimos el Marinelli y el Pía. El Parque Nacional Cabo de Hornos alberga el mítico Cabo de los Naufragios.

BAHIA AINSWORTH A la mañana siguiente corrí la cortina y vi una blanquísima cadena montañosa: la Cordillera Darwin. Este cordón al sudoeste de Tierra del Fuego es la parte sur de la Cordillera de los Andes. Su ladera norte baja hasta el seno Almirantazgo y allí nos encontrábamos para desembarcar en la Bahía Ainsworth, cuyo nombre honra al capitán de la Adventure. Esta nave era de la expedición británica de Phillip Parker King, quien entre 1826 y 1830 hizo un relevantamiento hidrográfico clave para conocer este territorio. Luego del desayuno fuimos, con los chalecos salvavidas puestos, a la cuarta cubierta y recibimos las instrucciones de desembarco. El motor arrancó, en minutos tocamos tierra y vimos el Marinelli, el más grande de todos los glaciares que bajan de la Cordillera Darwin (aunque ha retrocedido mucho en los últimos 20 años).

El terreno era plano y húmedo, dimos unos pasos y vimos un pequeño grupo de elefantes marinos. Rodrigo (jefe de los guías) nos explicó que estos animales están casi todo el año en el mar y en primavera arriban a la costa para reproducirse. Los machos llegan, se enfrentan por el territorio y forman su harén. Nos acercamos para ver su tamaño, pero a una distancia prudente para no molestarlos. Las hembras no superan los 3 metros de largo y los 900 kilos de peso. En cambio los machos llegan a los 6 metros, pesan 4 toneladas y por su hocico alargado los llaman “elefantes”.

En nuestro primer contacto con el bosque magallánico vimos sus especies nativas: coihues, lengas, ñires y canelos. También arbustos como la chaura, el calafate, la zarzaparrilla y el michay. Lo más llamativo fue un hongo redondo y naranja (llamado “pan de indio”) que brotaba de lengas y ñires y era muy apreciado por los habitantes originarios. Más adelante había un dique de castores y comprobamos las complicaciones que traen estos ingenieros hidráulicos que hacen diques en ríos y arroyos para proteger su madriguera. El problema es que los castores fueron introducidos desde Norteamérica, no tienen depredadores naturales y para comer y hacer diques derriban 400 árboles al año desequilibrando el ecosistema. Se estima que en Tierra del Fuego hay 70.000 castores, una verdadera plaga. Al final de la excursión (y antes de volver al barco) tomamos un rico chocolate caliente y un whisky con hielo milenario.

ISLOTE TUCKER Y AVENIDA DE LOS GLACIARES “El Canal de Beagle. Este canal, descubierto por el capitán Fitz Roy durante su anterior viaje, constituye un carácter notable de la geografía de este país. Puede comparárselo al valle de Lochness, en Escocia, con su cadena de lagos y de bahías”. *

Durante el viaje hubo excelentes charlas de temas afines a los lugares que visitábamos. Luego del almuerzo hubo una disertación sobre el pingüino de Magallanes. Esta ave nativa de Sudamérica arriba en septiembre para tener crías y se va en abril a los mares del sur. Año a año usa los mismos apostaderos y al llegar reacondiciona su nido. Durante la gestación los padres se turnan para empollar y los pichones nacen en noviembre.

Esa tarde visitamos el Islote Tucker, en el sudoeste del Canal Whiteside. Como era un sitio muy frágil no desembarcamos sino que navegamos alrededor de los islotes. Avistamos muchas aves: cormoranes, gaviotas australes, chimangos, carancas (con sus pichones), halcones y skúas acechando huevos ajenos. Rodeamos la isla principal y fuimos a la ansiada colonia de pingüinos. Los zodiacs tocaron la playa y allí nos quedamos (sin bajar de los botes) mientras las aves de frac nos miraban curiosos. Algunas dudaban antes de ir al agua pero luego se zambullían mientras las cámaras no cesaban de disparar. Volvimos felices al barco luego de ver una de las aves más simpáticas de la naturaleza. En la cena nos dijeron que esa noche daríamos la vuelta para llegar al glaciar Pía (al otro lado de la Cordillera Darwin) y que durante la madrugada el barco entraría a mar abierto. ¡Menos mal que nos avisaron!

Al día siguiente refrescó y el cielo se puso gris. Mientras navegábamos por el Canal Ballenero, a los costados veíamos delicadas cascadas que bajaban por la ladera como blancos filamentos. Esa mañana no hicimos excursión y en su lugar hubo una charla sobre aves de la Patagonia y una visita a la sala de máquinas. Luego de varias horas llegamos al brazo noroeste del Canal Beagle y divisamos el glaciar Pía. En los zodiacs fuimos a un mirador para tener una panorámica del cordón Darwin, el glaciar y los témpanos flotando y no bien pisamos tierra fuimos testigos de un impresionante desprendimiento. A diferencia del Marinelli, el Pía avanza y se ve claramente su morrena (el depósito de materiales que transporta un glaciar). Luego de una breve caminata nos quedamos contemplando la gran pared de hielo y las figuras cinceladas por la erosión. Al volver a la costa nos sorprendió la noticia de que un pasajero ruso ¡se había metido al agua! Cuando le preguntamos cómo había soportado la baja temperatura, él simplemente contestó, en su inglés básico, accept the cold (acepta el frío).

De vuelta en el barco continuamos por el brazo noroeste del Canal de Beagle cuando una voz en el altoparlante anunció la entrada a la Avenida de los Glaciares, un amplio paso con regios glaciares (España, Romanche, Alemania, Italia, Francia y Holanda). Cuando dejamos atrás esta peculiar avenida comenzó la charla sobre el Cabo de Hornos que visitaríamos, si el clima lo permitía, a la mañana siguiente. Este cabo es el punto más austral del mundo, aunque algunos dicen que el más austral está en las islas Diego Ramírez. Varios pasaron por aquí pero fue a principios del siglo XVII cuando recibió su nombre definitivo. La Compañía Holandesa de las Indias Orientales tenía el monopolio del Estrecho de Magallanes y del Cabo de Buena Esperanza para el comercio holandés hacia Lejano Oriente. Para sortear el monopolio, Jacob Le Maire buscó otro paso para unir los océanos y zarpó de Hoorn en 1615. En enero de 1616 divisó tierra al sur, vio un cabo al que llamó Kaap Hoorn y por deformaciones del idioma la denominación se cambió por el término “horno”.

CABO DE HORNOS Y BAHIA WULAIA “La tarde está admirablemente tranquila y nos deja gozar del grandioso espectáculo que ofrecen las islas inmediatas. Pero parece que el Cabo de Hornos exige que le paguemos su tributo, y antes de cerrar la noche nos envía una espantosa tempestad, que nos sopla precisamente de cara.” *

El desembarco en el cabo fue temprano, ya que hay mejor clima a la mañana. Este promontorio de 425 metros está cubierto de hierba, no tiene árboles y lo azotan ráfagas de 100 km/h. Durante años fue, pese a sus peligrosas aguas, el paso clave de las rutas comerciales de navegación, pero al abrir el Canal de Panamá el tráfico se redujo. Sin embargo, llegar al cabo sigue siendo uno de los mayores retos náuticos.

La excitación se sentía en el aire. El día estaba ventoso y con una llovizna constante. Una vez en la playa subimos una empinada escalera de madera donde un hombre elegantemente vestido de militar nos recibió con una sonrisa en el rostro: Héctor San Martín, el farero del Cabo de Hornos. El, su mujer Carmen Leiva y su hijo Héctor, de 6 años, estaban allí desde mayo sin haber salido ni un solo día. “¿Qué se siente vivir acá?”, preguntamos. Y Héctor respondió, con total naturalidad, que les gustaba y que nadie los había mandado sino que ellos se presentaron por concurso. Sin embargo, admitió que faltaban pocos días para que llegara su relevo y, por qué negarlo, eso lo ponía contento. A lo lejos se veía el Albatros, escultura en honor a los marinos que murieron aquí y, al otro lado, la capilla Stella Maris, junto a la casa para el farero y su familia. En el faro había fotos, remos y banderines firmados por aquellos afortunados que lograron llegar a este mítico lugar. Finalmente volvimos exhaustos a desayunar.

Bahía Wulaia fue, antiguamente, uno de los asentamientos yámanas más grandes de la región. Aquí llegó Fitz Roy en 1829 (en la expedición hidrográfica de King), quien al volver a Inglaterra llevó a cuatro yámanas a los que llamó York Minster, Fuegia Basket, Boat Memory y Jemmy Button.

Nuestro grupo se dividió en dos, uno caminó por la costa y otro fue hasta un mirador. Desde allí comprendimos por qué Wulaia significa “bahía bonita”: bosques, islas y montañas forman la perfecta armonía. Al volver al muelle visitamos una estación de radio abandonada donde hoy hay un museo de Cruceros Australis sobre indígenas locales. La última excursión había terminado y esa noche fue la cena de despedida. En la costa se veían las luces de Ushuaia donde el barco atracaría y pasaríamos nuestra última noche en el fin del mundo.

SIGUIENDO A CHARLES DARWIN

Del 10 al 13 de octubre, Crucero Australis hará dos salidas temáticas que pasan por varios puntos de la travesía que hizo Charles Darwin en el HMS Beagle como Bahía Wulaia, Glaciar Holanda, Islas Wollaston, Glaciar Italia, entre otros. Además habrá interesantes charlas sobre el viaje de Darwin. Más información: www.australis.com/minisitio/darwin/es/index.aspx

DATOS UTILES

La temporada es de septiembre a abril.

En el crucero está todo incluido: desayuno, almuerzo, cena y bar abierto para vinos, cervezas y licores. El menú combina comida internacional y gastronomía regional acompañada por vinos chilenos y argentinos.

Importante: llevar ropa abrigada e impermeable. En el barco no entregan, venden alquilan capas ni trajes de este tipo.

En la web: www.australis.com

* Charles Darwin en Diario de la Patagonia. Notas y reflexiones de un naturalista sensible, Ediciones Continente.

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Desde un mirador de la isla Navarino, se ve el crucero navegando por las aguas del fin del mundo.

Sorteando témpanos a bordo de un zodiac, en las cercanías del glaciar Pía.
Imagen: Mariana Lafont
 
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