Domingo, 12 de julio de 2009 | Hoy
CORDOBA > EN EL VALLE DE TRASLASIERRA
El Museo Polifacético Rocsen, en la localidad cordobesa de Nono, valle de Traslasierra, posee una gran colección de las piezas más diversas y curiosas de distintas épocas. Testimonios de culturas y costumbres del mundo entero en un insólito rincón serrano.
Por Guido Piotrkowski
“Un misil cuesta un millón de dólares. Con el 5 por ciento del presupuesto bélico mundial no habría problemas de hambre, salud, ni habitacionales en la Tierra. ¿Qué mundo les estamos dejando a nuestras hermosas criaturas? El planeta está enojado, nos está enseñando el camino, si no lo seguimos va ser grave”, alerta apocalípticamente Santiago Bouchón, fundador del Museo Polifacético Rocsen, curioso lugar escondido en Nono, al pie de las Sierras Grandes en Traslasierra, Córdoba.
Inaugurado en 1969 y abierto “los 365 días del año desde las 9 de la mañana hasta la puesta del sol”, este museo tan peculiar alberga diversas salas y rincones temáticos. La entrada está custodiada por 49 figuras que el mismísimo Bouchón esculpió pacientemente. Son personajes que representan la “evolución del pensamiento” según este hombre, desde el Africanus hasta Martin Luther King. “Es una línea eminentemente pacifista y humanista, aquí hay solamente místicos, filósofos, pensadores, artistas y científicos. No quiero armas, ningún César ni Napoleón, ninguna matanza, nada de sangre. Quiero la mayor luz posible”, escribe en los folletos del museo, casi como en una prédica, este hombre llegado de Francia en 1950.
Rocsen significa roca santa en celta. El nombre proviene de una antigua propiedad que la familia de Bouchón tenía en Francia y que perdió durante la Segunda Guerra Mundial. Entrar en este universo de unas 29 mil piezas es trasladarse a otros tiempos y lugares distantes, al mundo animal, humanístico, científico y mineral. Aquí se puede encontrar desde un enorme cóndor disecado hasta una máquina de linotipo, pasando por antiguas cámaras fotográficas y fílmicas, mapas viejos, ostras gigantes de Australia y diversos corales del resto del mundo, juguetes de antaño, fonógrafos y vitrolas, diversos tipos de carruajes, grabados, molinos, vestidos, lacrimatorios de los tiempos de Cristo, alfombras persas, estatuas de Buda y Krishna, un caballo tibetano de barro cocido, una lámpara griega arcaica, máquinas de coser... La lista es interminable y de lo más variada. El lugar, que comenzó como una pequeña casa de unos cien metros cuadrados, hoy ocupa una superficie de dos mil metros, y está en constante expansión. La parte más nueva es la recientemente construida capilla, en cuya entrada se puede leer: “Mismo si no cree, entre y descanse”.
Uno de los rasgos más interesantes del Rocsen son los “rincones”, reconstrucciones de ambientes típicos de diferentes épocas, lugares y niveles socioeconómicos determinados. Así se van sucediendo a lo largo del recorrido el rincón de la mujer, el rincón criollo, el rincón del burgués, el rincón del marginado, el europeo y el francés. También hay otros sitios muy bien recreados, tales como la antigua peluquería de damas con su correspondiente sillón, secador de pelo, bacha de madera y hasta viejas tinturas y revistas; o el salón de caballeros también perfectamente ambientado; y una vieja confitería con un “salón para la familia”, una antiquísima y hermosa maquina de café plateada, piano y fonola.
“Junto elementos desde los tres años, siempre andaba con cosas en los bolsillos, caracolitos, piedritas, hasta un lagarto o un sapo vivo podía tener”, recuerda con un dejo de acento francés este hombre que hoy tiene más de ochenta años y seis hijos, la menor en la temprana adolescencia. “A los ocho años, cuando encontré un soldadito de barro cocido de unos dos mil años en una playa de Normandía, se me ocurrió esta idea del museo polifacético, que nunca abandoné. Al principio uno tiene una obsesión, después transforma esa obsesión en vocación, y la tercera elaboración es el desprendimiento de la posesión del bien terrenal. O sea que no siento posesión con esto, ¿para qué? No quiero poseer nada”, dice el hombre a modo de declaración de principios.
Bouchón estudió Bellas Artes, la escuela de artes aplicadas a la industria y realizó cursos de antropología durante su juventud en París. Por aquellos tiempos, durante las vacaciones, se embarcaba como empleado en algún barco carguero y así llegaba hasta el continente africano con el firme propósito de investigar y recolectar objetos. Años después llegaría a la Argentina con un cargamento de 23 contenedores, unos 8 mil kg en total.
“No estoy aquí al azar, o por no poder estar en otro lugar, ya que he tenido ofrecimientos de varios sitios. Me instalé mediante un estudio previo, y uno de los motivos fundamentales por los que estoy en Nono se debe a la poca humedad del lugar, que es del 24 por ciento en promedio –explica Bouchón–. Las colonias de hongos que se instalan en los elementos comienzan a desarrollarse a partir de un 28 por ciento de humedad, y la conservación se hace extremadamente difícil y costosa por la gran diversificación de cosas que hay aquí. No es lo mismo el hongo que se instala en la momia que el de la mariposa o el del libro. Pueden pasar mil años sin novedades y accidentalmente aparecer humedad; es ahí cuando se forma la colonia de hongos y destruye. Es uno de los graves problemas que tenemos en este momento, a raíz de los grandes desequilibrios climáticos mundiales de los que no podemos escapar”, alerta una vez más don Santiago.
El creador de este museo se define como “totalmente feminista”: “Si no retornamos a la estructura matriarcal de la familia, como lo era inicialmente, las cosas no van andar bien. Por eso la tercera estatua que hice para la fachada es la mujer del Paleolítico”.
Hasta hace diez años, Bouchón viajaba por Sudamérica montado en una pick–up para investigar y traer elementos a este pequeño pueblo en Traslasierra. Muchas de las cosas fueron conseguidas también mediante intercambios, pero don Santiago dice que hoy resulta imposible tanto viajar como intercambiar “debido a las condiciones económicas”, aunque cada tanto recibe alguna pieza por donación. Cuenta que el museo se mantiene con el aporte de los visitantes que pagan su entrada y se queja, con un dejo de orgullo, de que nunca recibió “ni un peso” de organismos del Estado, ni de ningún privado.
“Para mí todos los elementos tienen la misma importancia, no tengo preferencias por una pieza, ni por una disciplina. Todo encierra una enseñanza, nada es separado de nada, todo es parte de un todo, y está mucho más intercomunicado de lo que se cree. En ese sentido, mi museo es un intento de sincretismo, la unión de todas las disciplinas”, filosofa don Santiago. Y enfatiza: “La cultura es nuestro derecho más absoluto, no puede ser sectorial. Y el museo polifacético es lo más diversificado posible con el fin de llegar a un máximo de sensibilidades”.
En la puerta del museo, Bouchón habla dirigiéndose al público que lo rodea: “Todos podemos hacer algo por la paz, no es cierto que no podemos hacer algo individualmente; si todos limpiamos nuestro jardín, el pueblo va estar limpio. Creo únicamente en el amor, la paz y la cultura para solucionar los problemas de los seres humanos”.
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