Domingo, 3 de octubre de 2010 | Hoy
BALCARCE. EN LA SIERRA DE TANDILIA
Escenario para la pesca, el camping y los deportes náuticos, la laguna La Brava atesora relatos de una región milenaria y por demás histórica del territorio bonaerense. El encanto de un espejo de agua de más de 400 hectáreas con múltiples actividades a minutos de la ciudad serrana.
Por Pablo Donadio
Bravas son sus aguas golpeando muelles y orillas con furia inusual. Bravo su carácter, su ímpetu de libertad, como si estuviese atrapado en esa hoya de 430 hectáreas de puro oleaje. Bien lo saben nadadores y barcazas aunque “hay días en que ni siquiera uno puede arrimarse”, como explican aquí. Y es que en casi toda su extensión el efecto del viento genera fuertes rompientes, que sumado a la profundidad que tiene justo al pie de la sierra, forman un combo que ha provocado incluso incidentes fatales. Su nombre, entonces, pareciera estar ligado claramente a las condiciones climáticas y geográficas que la describen, como es el caso del “arroyo Pantanoso” o la “sierra Larga” cercanos. Sin embargo, no es su bravura climática la que la ha bautizado, sino que su nombre proviene de uno de sus célebres pobladores originarios, recordado en varios relatos por su entereza y ferocidad luchadora. En realidad, es un lugar único en la provincia, que suma además del espejo de agua natural navegable, un rodeo de sierras curiosísimas, que nacieron en momentos previos a la separación de los continentes, cuando los hoy distantes suelos estaban pegados unos a otros, en esa gran masa de tierra llamada Pangea.
LEYENDAS, Y CERTEZAS Matizada de rasgos mitológicos, verdades a medias y registros históricos manuscritos, se cuenta que por las orillas de la laguna vivía una comunidad de pacíficos indios, trabajadores y con mujeres muy bellas. Ese remanso era para ellos un regalo divino y por eso cada día agradecían a Tupac, su deidad, por tan maravillosas aguas, fuente de vida y alimento. Pero ese tiempo feliz cambió repentinamente cuando una sequía casi la evaporó. Azorado, el cacique reunió a los jefes mientras el brujo partía al cerro a implorar a Tupac para que les enviara lluvias. Al volver, el brujo sentenció: “El Dios pide tres doncellas para la laguna. Con la próxima luna llena, las más bellas de nuestro pueblo deben ser arrojadas al lodazal”. El cacique no tuvo más remedio que aceptar la demanda divina para asegurar la supervivencia de su gente, sin tener en cuenta que entre las jóvenes más hermosas se encontraba su hija. Era su primogénita de catorce años, alegre y con una melena negra angelical que despertaba suspiros en la comunidad. El sacrificio se hizo en una noche extraña bajo un cielo cargado de rayos. A la mañana siguiente, la laguna amaneció con las aguas alborotadas, y la extraña presencia, por primera vez, de cisnes de cuello negro. Desde aquel día, dicen que el espíritu de las doncellas habita en esas aves de La Brava.
Más allá de la leyenda, se sabe con certeza que esta zona fue poblada por comunidades desde tiempos lejanos, y es muy valiosa en términos antropológicos, reconocida también como uno de los frecuentes caminos de la cordillera al mar para distintos pueblos indígenas. Habitada por pampas, querandíes, tehuelches, mapuches y otras culturas, en cuevas de la zona se hallaron restos de actividad humana previa, algunos de 8000 años de antigüedad. Asimismo, los primeros hombres blancos que llegaron fueron los misioneros jesuitas, en el siglo XVIII, quienes dejaron las primeras escrituras sobre la zona, otorgada de mano en mano (con laguna y todo) a varias familias de hacendados en los siglos posteriores. Según testimonios del profesor Pablo Zubiaurre en un trabajo sobre los orígenes de la zona, y en consonancia con el historiador jesuita Guillermo Furlong Cardiff (en ensayo de Revista de Buenos Aires, julio de 1962), el nombre de la laguna es uno de los pocos que han perdurado en la región, ligados a un personaje histórico y por demás relevante: el “Bravo” cacique Cangapol. Como señala el balcarceño Jorge Dágata, Furlong Cardiff había mencionado en trabajos anteriores que los indios de Buenos Aires, Santa Fe, Chaco, Tucumán y Salta, bien podían ser considerados “perfectos caballeros”. Lo habían sido con los españoles de la primera hora, y así se hubieran seguido manifestando si los europeos y los hijos de éstos que llegaron luego “no los hubieran escandalizado y pervertido”. Agregando que “su sentido del bien y del mal, de lo correcto e incorrecto, de lo justo y de lo injusto, era en ellos tan fino como la vista” “Eran sensibilísimos en sus sentidos corporales y no lo eran menos en los espirituales”.
FIN DE LA PAZ Cangapol se manifestó en principio a favor de los misioneros. Realizó viajes con ellos por distintos sectores de su dominio y aceptó que se establecieran reducciones y pueblos en las tierras que dominaba. Los acuerdos marchaban en paz, pero poco a poco algunos hechos iban demostrando que los españoles gobernantes en Buenos Aires no pensaban como los misioneros y detestaban su liderazgo como gran jefe de los pampas. Un día, de visita en lo de su primo Tolmichá-yá, presenció cómo un maestre de campo español disparó su carabina y desplomó a su primo justo frente a él, mientras, curiosamente, éste le mostraba cartas del gobernador Salcedo donde se hablaba de un estado de paz entre ambas comunidades. La guerra fue entonces inevitable, y propia de la bravura que se le atribuía a Cangapol: el cacique envió mensajeros a todos los pueblos aliados, desde el río Salado al río de los Sauces (río Negro), y en poco tiempo un inmenso ejército estuvo a sus órdenes. Algunos relatos explican que para esos tiempos, además de la traición, el caballo y la carabina eran las armas mejor usadas por los conquistadores españoles en su eliminación del indígena. Pero los pampas eran ya jinetes superiores a ellos, y sólo los disparos salvaron a Buenos Aires de ser arrasada como lo fue la campaña, destrozada hasta el arroyo del Medio y con feroces luchas. Tras los tiempos revueltos, se llegó a un acuerdo de paz en el que medió el jesuita alemán Matías Strobel. En ese clima, las tres reducciones desaparecieron, y Cangapol siguió siendo el caudillo de su pueblo, aun con una indiscutida autoridad sobre otros jefes y líderes. “Su actuación, y la de su hijo Nicolás, que le sucedió, estaba en plena efervescencia cuando se produjo la expulsión de los jesuitas en 1767”, continúa en su relato Dágata, autor de A propósito del nombre de la Laguna La Brava. Así, la “Laguna del Bravo” parece ser el primer y casi idéntico nombre del actual espejo de agua, donde el gran pampa tuvo una de sus residencias, sellando tras aquellas luchas su recuerdo en la historia.
A RUCA Ubicada a pocos kilómetros al este de la ciudad de Balcarce, la laguna es el más importante espejo de agua del partido, y brinda variadas posibilidades. Allí se llega de varias maneras, pero una muy usual es entrar por la ruta de entrada a Balcarce, justo en instancias de Ruca Lauquen, el megacamping de la zona, donde también hay hospedaje bajo techo. El predio es un gran atractivo turístico que conjuga belleza natural y actividades al aire libre, todo ello enmarcado por el paisaje de las sierras. La zona es refugio también para especies autóctonas, que se mueven con tranquilidad por la poca llegada de gente y el cobijo que dan sus árboles y pastizales. Se trata de un sistema lacustre abierto, con una profundidad máxima cercana a los cinco metros sobre la costa occidental, exactamente hacia los paredones rocosos que la custodian. Hacia el sur, el río que la alimenta desemboca formando un delta, dando lugar a una zona baja y vegetada, y así en poco espacio todo parece reunirse. Una de las actividades destacadas es la pesca deportiva, con obtención de buenas piezas de pejerreyes, dientudos, tarariras, mojarras y bagres. La navegación a vela, en kayak y canoas, es otro de los recomendados, aunque siempre bajo la supervisión de guías responsables que conozcan el estado de la laguna. A esto se suman distintas disciplinas campamentísticas, picnic, fogones y paseos por las orillas. En los alrededores se ofrecen cabalgatas y trekking por las sierras, con la opción de la escalada y el rapel en esos paredones milenarios, hoy habitados por ciervos, cabras, ñandúes y guanacos, de vez en cuando visibles. Sí, sobre las márgenes de la laguna es posible cruzarse con carpinchos y nutrias, y disfrutar de un safari fotográfico haciendo eje en el sinnúmero de aves (cisnes, patos salvajes, gallaretas, flamencos, gaviotas, garzas) que la nadan a diario, sumado a los visitantes chimangos, teros, aguiluchos y horneros. Tan curiosa es la laguna que una serie de estudios (se hicieron perforaciones sobre una plataforma flotante) ha intentado “correlacionar los eventos registrados en los depósitos de La Brava con los correspondientes de Patagonia y Antártida”, según testimonio de los científicos que elaboraron el trabajo paleoclimático de la región Pampeana en relación a otras zonas. Todo un mundo de vida silvestre, y un libro abierto sobre los orígenes en ese sistema de sierras formada desde cabo Corrientes hasta Olavarría-Azul, con la sorprendente laguna balcarceña como destacado. Cerquita, el encanto de la ciudad, el museo histórico de Fangio y su célebre autódromo, son más opciones para conocer la historia, antigua y reciente, de Balcarcez
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