Domingo, 3 de octubre de 2010 | Hoy
ALEMANIA. VISITA A LA SELVA NEGRA
Bosques de abetos, casas de cuentos de hadas, relojes cucú, lagos de romántico reflejo: un paisaje hecho a medida del senderismo y el turismo rural de montaña. La Selva Negra dibuja uno de los paisajes más bellos y emblemáticos de Alemania, conocido también por exquisiteces como el kirsch y la famosa torta de chocolate con frutos del bosque.
Por Graciela Cutuli
Verde en verano, blanca en invierno. Sin embargo, se la conoce como la “Selva Negra”, y aunque en estas latitudes la selva se asocia más con las forestas tropicales, el nombre enseguida despierta imágenes de bosques de abetos nevados y una iconografía propia del centro de Europa. Es la Schwarzwald, el bosque más escenográfico y turístico de Alemania. Y aunque nadie sabe exactamente por qué mereció el calificativo de “Negra”, se conjetura que se debe a los umbríos senderos que se abren al abrigo de las densas coníferas, el escenario perfecto para imaginar la súbita aparición de un ogro, o de una pareja de niños perdidos en busca de un camino marcado con guijarros.
BADEN WÜRTTEMBERG La Selva Negra se encuentra en el sudoeste de Alemania, en Baden Württemberg (uno de los dieciséis Bundesländer o estados federados), allí donde el mapa dibuja un pequeño triángulo en la frontera con Francia y Suiza. Su encanto está hecho de lo pequeño, las tradiciones, de los rincones íntimos a pesar de la magnificencia del paisaje. Pueblo a pueblo, a lo largo de unos 200 kilómetros Alemania revela aquí mucho de su “pequeña historia”, aquella que se hizo al abrigo del fuego de los hogares, al pie de las ruecas, al ritmo del hacha de los leñadores. Cruzan esta zona de bosque y montaña numerosos senderos ideales para recorrer a pie en verano: todo está perfectamente señalizado para hacer del viaje una agradable experiencia al ritmo de cada uno. Es, de algún modo, la experiencia de una naturaleza dominada por el hombre: las huellas de la cultura y la presencia humana se ven paso a paso, a diferencia de las grandes extensiones montañosas, desérticas y solitarias, que pueden encontrarse en el continente americano.
En toda la región de la Selva Negra existe una fuerte tradición relojera, que se puede descubrir en particular en el pueblo de Schonach, muy conocido porque aquí se encuentra el cucú más grande del mundo. El primer reloj de este tipo se construyó en el pueblo de Schönwald, y aún se conserva en el Museo del Reloj de Furtwangen; también el Museo de la Selva Negra en Triberg tiene una interesante colección de estos curiosos dispositivos que acompañan el paso del tiempo con un pájaro autómata que sale del interior del mecanismo. En este mismo pueblo se visita el taller de Robert Herr, todo un experto que realiza los relojes “personalizados” y especialmente tallados a mano. Pero es difícil sustraerse a la curiosidad de visitar, sobre todo, el cucú gigante de Schonach: construido por el maestro relojero Josef Dold y su familia a lo largo de dos años, fue hecho íntegramente en una escala de 1:50, de modo que tiene 3,6 metros de largo por 3,10 de altura. Lo suficiente como para invertir los roles, por una vez, y sacarse una foto como Gulliver en el país de los relojes gigantes...
ALEMANIA PINTORESCA El circuito que se conoce como la “ruta de montaña de la Selva Negra” sigue a lo largo de unos 70 kilómetros el trazado de la ruta B500, recorriendo caminos sinuosos y paisajes panorámicos entre Baden-Baden y Freudenstadt. Curva tras curva, se pasa por el Feldberg, que con sus 1493 metros es el pico más alto de la región, y se divisan hermosos rincones del valle del Rin e incluso Alsacia, ya del otro lado de la frontera. Quienes quieran hacer esta ruta con su propio vehículo sólo deben tener en cuenta que en verano es muy turística y transitada, pero vale la pena intentarlo... a pesar de la desorientación que provocan a veces los largos nombres en alemán, poco pronunciables para el visitante no familiarizado.
La ruta también llega al pueblo de Titisee, junto al lago glaciario del mismo nombre. Con orgullo, el lugar hace remontar su nombre al mismísimo emperador romano Tito, y se promociona junto con Schaffhausen como el mejor punto de partida para conocer las Cascadas del Rin (Rheinfall, que algunos con cierta grandilocuencia traducen como “cataratas”). El agua cae desde unos 23 metros de altura a lo largo de unos 150 metros, lo suficiente para convertirlas en las más grandes de Europa (con 163 metros de caída, la cascada sobre el río Gutach, también en la Selva Negra, es la más alta de Alemania, aunque no tiene tanta extensión a lo ancho). Las cascadas del Rin se ven desde la margen sur del río, cruzando un puente, y desde el mirador del castillo de Laufen; otra posibilidad es divisarlas desde el agua si se toma una embarcación.
Para combinar paisajes con una incursión en la historia regional, la Selva Negra ofrece –como es habitual en otros lugares del norte y centro de Europa– museos al aire libre, como el Vogstbauernhof, que explora las tradiciones, costumbres y artesanías de los alemanes de la Schwarzwald. Aquí se pueden conocer antiguas razas de ganado, granjas típicas, molinos y tejidos a la usanza tradicional. En Neuhausen ob Eck, cerca de Tuttlingen, hay otro museo al aire libre, que reúne 23 edificios de la Selva Negra y la región en torno del lago de Constanza, incluyendo una granja reconstruida aquí desde su emplazamiento original en Schonach.
KIRSCH Y TORTA Lugares aparte, incluso el más profano –si es lo suficientemente goloso– habrá escuchado alguna vez hablar de la Selva Negra. No particularmente por la región, sino por la famosa torta que es tradicional de esta región de Alemania. Tentadora e imponente, la torta es una de las grandes embajadoras de la de por sí famosa repostería germana: a lo largo de los pueblos de la Schwarzwald, habrá ocasión sin duda de probarla más de una vez para elegir, de las distintas variantes, la favorita de cada uno. Claro que todos respetan las consignas principales: la Selva Negra está hecha a base de un bizcochuelo de chocolate bañado en kirschwasser (licor de cerezas) y separado en capas con crema y cerezas, o en algunos casos frutos del bosque. El secreto es que –a diferencia de la chantilly– la crema no es demasiado dulce, y logra de esta manera un buen equilibrio de sabores. En cuanto al kirsch, tan fuerte como incoloro, su aroma a cerezas y alcohol distingue también otro plato típico de Alemania y sobre todo de la vecina Suiza: la fondue de queso, ideal para combatir el frío del invierno centroeuropeo.
NAVIDAD EN LA SELVA NEGRA En los últimos años, los destinos turísticos tienden a intentar brindar algo más que lindos paisajes, buenas mesas y museos interesantes: el objetivo es lograr una experiencia global que se asocie para siempre con el lugar. En la Selva Negra, lo logra idealmente el pueblo de Triberg durante los días que van del 25 de diciembre al 2 de enero, cuando se realiza el evento llamado Triberg Christmas Magic. Aunque se vale de toda la tradición germánica en la materia, la fiesta se celebró por primera vez hace seis años y resulta atractiva porque no fue pensada sólo para los turistas sino para que la vivan también los habitantes del lugar: al pie mismo de la cascada más alta de Alemania, más de 800.000 lucecitas se encienden y relucen junto con el hielo, la nieve y la espuma para crear una atmósfera mágica acompañada de programas musicales y espectáculos. Para no olvidar, el “camino de las luces”, un túnel iluminado de 26 metros de largo donde brillan más de 50.000 minúsculas lamparitas que parecen titilar al ritmo de los villancicos. Todo se conjuga para que la Selva Negra haga honor a su fama de magia y cumpla con la fantasía de una Navidad blancaz
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