Dom 14.11.2010
turismo

CHUBUT. TEMPORADA EN PUNTA TOMBO

Pingüinos al por mayor

La mayor pingüinera del continente, sobre un cabo rocoso que ingresa unos tres kilómetros en el mar de Chubut, ya se pobló de simpáticos pingüinos magallánicos, de andar chaplinesco, recién llegados de las cálidas aguas de Brasil. Las parejas están en pleno proceso de apareamiento y en un mes alcanzarán casi medio millón de ejemplares.

› Por Julián Varsavsky

Un primer vistazo a la pingüinera de Punta Tombo sugiere que estamos en una superficie lunar, rodeados de miles de cráteres que señalan los nidos de nuestros pequeños anfitriones. Alrededor hay centenares de miles de bulliciosos pingüinos, a razón de casi un nido por metro cuadrado. Cada mañana y cada atardecer surgen de estos nidos subterráneos fabulosas muchedumbres de pingüinos de Magallanes, avanzando como en procesión hacia el mar o regresando de allí con la pesca en el buche para compartir con sus pichones. Claro que las disputas territoriales son entonces violentas, ya que para cada pingüino llegar al agua implica pisar territorios ajenos y sufrir un constante asedio de picotazos.

En Punta Tombo hay una saliente de piedra rojiza que ingresa en el mar, desde la cual algunos pingüinos hacen clavados de baja altura. Luego se los ve nadar dando saltos sobre las aguas, como los delfines, para respirar. Suelen ir en grupos de caza y nadan hasta los 24 kilómetros por hora, alcanzando profundidades de 80 metros. El cuerpo de los pingüinos es hidrodinámico y sus “alas” son en verdad aletas: de hecho, se trata de aves primitivas que perdieron la capacidad de volar. Y por muy vistos que uno los tenga en los documentales, no deja de ser algo desconcertante estar frente a esas aves que caminan contoneándose, que nadan como los peces y que tienen alas, pero no pueden volar. Y que para colmo andan entre la gente como si nada.

HABIL EN EL MAR, TORPE EN TIERRA El denso plumaje de los pingüinos está dispuesto a la manera de escamas; además tienen patas muy atrás para favorecer el nado, mientras la cola oficia de timón. El cuerpo está cubierto por una capa de aceite producida por una glándula ubicada en la parte trasera para mantener el calor en las frías aguas del Sur. En conclusión, son verdaderos animales del mar que viven en el agua y salen a tierra solamente para cumplir con el ritual de la reproducción.

Fuera del agua tienen una torpeza absoluta. A veces se los ve parados cerca de la costa –como a la expectativa– hasta que de repente uno de ellos inicia un correteo desaforado y el resto del grupo lo sigue para lanzarse todos de panza sobre una ola. Pero lo más complicado para un pingüino es salir del agua, porque el regreso del oleaje los lleva mar adentro. Se acercan entonces a la costa, nadando como patos, y aprovechan las olas como los surfistas para llegar a la parte baja, donde quedan varados en el pedregullo tratando de levantarse lo más rápido posible. Claro que a veces la traición llega desde atrás: una nueva ola los vuelve a tumbar de bruces y vuelta a empezar.

DELICIAS DE LA VIDA CONYUGAL Al recorrer una pingüinera, el bullicio de graznidos es constante y ensordecedor. Las parejas se llaman continuamente cuando uno de ellos se ha ido al mar. Siempre uno se queda empollando en el nido –unas veces el macho y otras la hembra– mientras el otro sale a buscar comida. Su vocalización parece un rebuzno y la propalan de manera repetitiva extendiendo las aletas con el cuerpo arqueado hacia atrás. Los pichones hacen su aporte al alboroto y emiten un piar sibilante y continuado reclamando alimentación. También se escucha a los pingüinos estornudar muy seguido, aunque en realidad están expulsando bolitas de sal producidas por una glándula de la nariz que les permite beber agua de mar.

Los pingüinos son seres muy confiados. Si uno se acerca lentamente, puede permanecer a un metro de ellos. A esa distancia comienzan a mover la cabeza en zigzag, una señal de alerta para el intruso. Porque no están jugando, sino que nos enfocan alternadamente con cada ojo lateral mientras preparan el picotazo. Y no hace falta decir que nunca se los debe tocar.

A veces también pareciera que nos persiguen. Pero no es exactamente así, sino que anhelan nuestra sombra. El principal problema de los pingüinos es el sol –su cuerpo está preparado para retener el calor– y, como en las pingüineras hay poca sombra, se acercan jadeantes a nuestro contorno dibujado en el suelo para refrescarse un poco.

Otro aspecto interesante es la interacción de los pingüinos con el resto de la fauna de la reserva. En general ñandúes y guanacos son bien recibidos en la pingüinera y se los ve pasear a sus anchas por la playa ante la indiferencia total de los dueños de casa. Pero un ave como el petrel les pone a los pingüinos “las plumas de punta”. No es para menos: vuelan a baja altura, al acecho de cualquier descuido, con la intención de robarse algún pichón. Cuando aterrizan en la playa, entre la multitud, los pingüinos huyen en estampida empujándose unos a otros y cayendo al suelo. Sin embargo, los petreles casi nunca se salen con la suya porque no están en condiciones de enfrentar a un grupo de pingüinos, que en última instancia se guarecen en las aguas, donde son amos y señores.

LAS AVES MAS QUERIDAS Existen restos fósiles que certifican la presencia de pingüinos en la Patagonia hace ya 35 millones de años. Antonio Pigafetta –tripulante de la expedición de Magallanes– los llamó “extraños gansos”. Más tarde fueron víctimas de los barcos balleneros que los faenaban para obtener su aceite. En cierta ocasión una flota inglesa sacrificó 1,3 millón de pingüinos con esa finalidad... Hoy en día, su peor enemigo son las manchas de los barcos petroleros –este año llegaron 200 pingüinos empetrolados a la reserva– que ocasionan la muerte de millares de ejemplares por año. Al atravesar una mancha de petróleo las plumas pierden su función térmica y eso obliga al animal a buscar refugio y calor en la playa, donde muere de inanición.

Con esos riesgos, los pingüinos parecían destinados a la extinción, pero la subsistencia de la especie está fuera de peligro gracias a la política de preservarlos en reservas. ¿Qué los salvó? Según los naturalistas, fue su popularidad, debido a que no hay otras aves de comportamiento más aparentemente humano sobre la faz de la Tierra. No hay relato de viaje o documental que no se refiera con ternura y emoción a estas pacíficas aves de gracioso andar chaplinesco consagradas al cuidado de los hijos. Todo esto produce un efecto que hace felizmente difícil atreverse a matar de un palazo –como se hacía en el pasado– a estos “locos bajitos”.

Lo más admirable de estos habitantes de Liliput es que disfrutan de una vida en pareja ejemplar y armoniosa, como no lo logra la mayoría de los seres humanos en su complejo mundo. En el “planeta pingüino” la monogamia es ley natural y además se cumple. Se han comprobado incluso parejas de hasta quince años de antigüedad –es decir casi toda la vida– que cruzan el océano por separado hasta las costas de Brasil, donde pasan el invierno retozando dentro del mar. Luego regresan al mismo nidito de amor que armaron el verano anterior en la Patagonia. Sin embargo, hay que rendirse a la evidencia científica de que algunos ejemplares se hacen sus escapaditas entre la multitud y rompen por un momento el eterno pacto de amor. Se ha observado que suelen ser las hembras las más propensas a tirarse una “plumita al aire”, aunque al fin y al cabo ellas y ellos siempre regresan sanitos al hogarz

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