A finales de agosto arriban al continente los primeros machos de pingüino magallánico. Tratan de ocupar la misma cueva del año anterior y por eso se desatan violentos combates a picotazos, ya que cada cual desea conseguir las viviendas más cercanas al agua, algo fundamental para bien seducir a las hembras que llegan días después. Antes de aceptar un desafío amoroso, el sexo débil observa las comodidades del nido que se le ofrece –casi siempre al pie de un arbusto– y si parece lo suficientemente cómodo comienza el ritual del cortejo. La seducción mutua implica golpeteo de picos y lentas danzas circulares, con la pareja colocada frente a frente, provocándose con el cuello arqueado.
La hembra pone dos huevos a fines de octubre, con un intervalo de cuatro días, y ambos integrantes de la pareja se turnan para empollarlos por cuarenta días. A comienzos de noviembre ocurre la eclosión de los huevos y nacen unas “bolitas” de pluma gris de 80 gramos similares a un peluche. Los pichones dependen de sus padres hasta los dos meses y medio. Luego se dirigen al océano rompiendo el lazo familiar. Durante diciembre y enero la playa rebosa de ejemplares jóvenes amontonados en la orilla del mar. En marzo comienza la migración y a fines de abril las colonias quedan desiertas. Durante los ocho meses restantes del año los pingüinos viven en el mar –su lugar predilecto– en las cálidas aguas de la costa sur de Brasil.
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