ITALIA. TURíN, CAPITAL DE LA UNIDAD
El año próximo, Turín, capital del Piamonte y una de las grandes ciudades del norte de Italia, celebrará durante nueve meses los 150 años de la unidad italiana. Una oportunidad ideal para descubrir esta ciudad situada sobre la llanura del Po, embellecida por palacios y monumentos a lo largo de siglos de historia.
› Por Graciela Cutuli
¡Pero qué ciudad digna, severa! Maravillosa limpidez, colores de otoño, un exquisito sentimiento de bienestar difundido sobre todas las cosas. Turín, amigo mío, es un hallazgo capital... Estoy de buen humor, trabajo desde la mañana a la noche –un pequeño panfleto de tema musical me tiene las manos ocupadas–. Me alimento como un dios, consigo dormir a pesar del ruido de los carruajes que pasan de noche. Y el aire: seco, energizante, alegre, ¡el primer lugar en el que soy posible!”
Así le escribe, en 1888, Friedrich Nietzsche a su amigo Peter Gast. El filósofo alemán no fue, sin embargo, el único entusiasta de esta ciudad que algunos comparan con París por sus plazas, sus callecitas, los cafés históricos y los monumentos: su elegante austeridad también dejó huella en varias generaciones de escritores, desde Edmondo de Amicis y Vittorio Alfieri hasta Primo Levi, Italo Calvino y Alessandro Baricco. Pero Turín fue, además, la ciudad punta de lanza de la larga y trabajosa unidad italiana, con el Conde de Cavour a la cabeza. Por eso el año que viene rendirá un largo homenaje a su historia, a lo largo de nueve meses, con una muestra multiforme llamada Experiencia Italia, que empezará el 17 de marzo y se prolongará hasta el 20 de noviembre. La fecha inicial no es casual: fue el 17 de marzo de 1861, hace casi 150 años, cuando Víctor Manuel II de Saboya se reunió en Turín con los diputados de los Estados que reconocían su autoridad y asumió como rey de Italia. Así quedaba definitivamente atrás un largo proceso de guerras de unificación e independencia; Italia dejaba atrás una larga historia de divisiones para asumir un destino común.
EXPERIENCIA ITALIA Durante todo el año próximo, Experiencia Italia abarcará exposiciones temáticas, espectáculos y congresos orientados a mostrar una imagen nueva del pasado, el presente y el futuro de Italia. Más que una celebración histórica, se busca generar una experiencia integral a través de “momentos” que analicen a Italia y los italianos, con 150 años de historia unida a sus espaldas, y muchos más en su futuro.
Uno de los ejes será la exposición multimedia Fare gli Italiani, un gran relato que contará la historia de la unidad desde las Officine Grandi Riparazioni Ferroviarie (OGR), un complejo construido a fines del siglo XIX que se erige como uno de los últimos y más valiosos testimonios del pasado industrial turinés. Fare gli Italiani, es decir hacer los italianos, incorporará los lenguajes típicos de cada época, desde la pintura hasta la escultura, la gráfica, la fotografía, la radio, el cine, la televisión y las nuevas redes electrónicas. Al mismo tiempo, la Reggia di Venaria –un impresionante conjunto arquitectónico que forma parte de la herencia barroca de la ciudad– será sede de Experiencia Italia con una muestra de más de 300 obras de arte que trazan la historia italiana desde la Antigüedad hasta 1861, a través de las tres capitales pre-unitarias: Turín, Florencia y Roma, y luego Milán, Venecia, Génova, Bolonia, Nápoles y Palermo. La ocasión está servida, entonces, para recorrer una ciudad que se renovó ampliamente para los Juegos Olímpicos de Invierno en 2006, que pronuncia el italiano con un acento que hace pensar en los vecinos franceses, y cuyo carácter tan industrioso como personalísimo la hace única en toda Italia.
PASEO TURINES Quien dice Turín dice Mole Antonelliana. Bien puesto tiene el nombre de mole, ya que el monumento –el gran símbolo turinés– alcanza los 167,5 metros de altura y es el edificio más alto de Italia en absoluto, más alto incluso que la nueva sede de la Región Lombardía en Milán, un rascacielos terminado en 2010.
La Mole Antonelliana, así bautizada en homenaje a su constructor, el arquitecto Alessandro Antonelli, domina el centro histórico de Turín y tiene como telón de fondo el espléndido perfil de los Alpes con sus cumbres nevadas. Toda Europa la conoce porque su imagen figura en el reverso de las monedas de euro acuñadas en homenaje a los Juegos de 2006; además alberga en un espacio de cinco pisos el Museo Nacional del Cine y es uno de los primeros destinos turísticos en la ciudad, porque gracias a un elevador de paredes transparentes permite tener una magnífica vista panorámica sobre toda Turín. Curiosamente, no fue concebida para su destino de monumento-icono sino como sinagoga, un proyecto que nació cuando Carlos Alberto de Saboya concedió la libertad de culto a las religiones no católicas, y la comunidad judía decidió construir un templo y una escuela para celebrarlo. Varios vaivenes terminaron por cambiarle el destino, mientras la construcción a medio terminar pasaba a manos de la ciudad y se la dedicaba al rey Víctor Manuel II.
Pero quien dice Turín dice, también, Fiat. Es decir, Fabbrica Italiana Automobili Torino, la principal automotriz italiana, la que nació en Turín –como la familia Agnelli, esos príncipes sin corona que dominan desde hace décadas la vida social italiana– y le dio para siempre su perfil industrial. Por eso el otro lugar ineludible es el Lingotto, un enorme edificio de la Via Nizza que se inauguró en los años ’20: su estructura en espiral, por la cual iban subiendo los vehículos en construcción hasta terminar en la terraza, donde había una pista de pruebas oval, fue auténticamente innovadora e impresionó al mismísimo Le Corbusier. El Lingotto hizo historia hasta que, a principios de los ‘80, fue convertido gracias a un proyecto de Renzo Piano en uno de los mayores complejos multifunción de Europa. Por allí hay un hotel, negocios, sala de conciertos, un centro de exposiciones, todo lo que requiere la vida social moderna, aunque lo que realmente perdura es el eco de aquel latido de las máquinas que hizo vibrar a toda una ciudad (y no sólo de máquinas automotrices, si se recuerda que también es oriunda de Turín la famosísima Olivetti).
MUSEOS Y PALACIOS Marcovaldo, inolvidable personaje de Italo Calvino, vivía en una ciudad que muy probablemente sea Turín: sólo que tenía un ojo poco adecuado a la vida de ciudad, y “en cambio una hoja que amarilleara en una rama, una pluma que se enredase en una teja, nunca se le pasaban por alto”. El visitante puede también, como él, lanzarse a descubrir en Turín los retazos de naturaleza –esa espléndida naturaleza que la rodea en la campiña piamontesa– que marcan el ritmo de las cuatro estaciones.
Pero la experiencia turinesa es sobre todo urbana y “bellísima”, hoy como ayer, tal como impactó a Mark Twain y a Henry James, sorprendidos frente a esta “ciudad de pórticos, de estuco rosa y amarillo, de incontables cafés, de oficiales de botas azules y señoras envueltas en sus pañoletas”. Es la Turín que asoma, por ejemplo, en el Palacio Real, que data del siglo XVII y fue la residencia de los Saboya hasta Víctor Manuel II, cuando la familia real se trasladó a Roma.
Las fachadas majestuosas rivalizan, una tras otra: el Palacio Madama, también morada de los Saboya, se levanta sobre la Plaza del Castillo e integra el cuerpo de la residencia real; la Catedral, que conserva la famosísima Sábana Santa; el Palacio Carignano sobre la calle Accademia delle Scienze (donde nació la princesa de Lamballe, confidente de María Antonieta). La Turín monumental se muestra también en la Basílica de Superga, en el Palacio Casigliano y, sin duda, en el Museo Egipcio, tan imponente y rico en colecciones que sólo queda detrás de su “hermano mayor” de El Cairo.
El museo surgió a partir de la colección reunida por Vitalino Donati, un profesor enviado a Egipto por Carlos Manuel III de Cerdeña en 1760 con la misión de recoger ejemplares de flora, fauna, manuscritos y momias. Donati cumplió con creces y regresó con tres estatuas de faraones, entre otras trescientas piezas que formarían la base de la institución. Luego se agregó la colección del cónsul francés en Egipto, Bernardino Drovetti, con más de mil objetos que incluían estatuas, estelas, papiros y sarcófagos. Hasta Champollion visitó el museo turinés, cuando recién empezaba a descifrar los jeroglíficos, para estudiar sus papiros...
Así es que a Turín hay que caminarla, recordando no sólo la riqueza que supo conseguir, sino también su papel central en la unidad italiana y, a lo largo de los siglos XIX y XX, en el nacimiento del socialismo y la oposición al fascismo. La antigua capital del reino está en pleno proceso de renovación; los 150 años de la unificación son entonces la ocasión perfecta para pararse en un punto de historia que permite divisar su rico pasado y augurarle un brillante porvenirz
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