Dom 28.11.2010
turismo

DIARIO DE VIAJE. BAKú, LA ANTIGUA CAPITAL DE AZERBAIYáN

Ciudad de maravillas

El periodista polaco Ryszard Kapuscinski recorrió durante años decenas de miles de kilómetros de las repúblicas que conformaban la Unión Soviética, retratando con su particular visión las raíces de la caída del gigante ruso. En 1993, finalmente publicó El Imperio, la larga crónica y reflexión surgida de esos viajes, que incluye su paso por Bakú, la capital azerbaiyana.

› Por Ryszard Kapuscinski *

El Bakú más viejo es el más pequeño. No sólo es pequeño, sino que además es tan abigarrado y está tan repleto que cuando entro en él, instintivamente aspiro una buena bocanada de aire para comprobar si tendré con qué respirar. Si uno se planta aquí en medio de la calle con los brazos abiertos, puede acariciar con una mano al bebé que duerme en la casa de la izquierda y con la otra coger la pera que nos han ofrecido de la mesa de la casa de enfrente. La gente camina aquí en fila india, pues una pareja sola crea sensación de multitud. Por añadidura, la Ciudad Vieja de Bakú no obedece a ningún plano o, tal vez, obedezca a alguno, pero de ser así, éste es tan surrealista que una cabeza normal es incapaz de comprenderlo. Nunca se sabe cómo salir de ella. He estado aquí con Valeri, que nació y se crió en Bakú; hemos intentado varias estratagemas, así y asá, y ninguna nos ha dado resultado. Estábamos ya al límite de nuestras fuerzas cuando unos niños nos han sacado del apuro.

Esta parte de Bakú se llama Icheri-Shereh, que significa Ciudad Interior. El barrio ha dado origen a muchas leyendas, y gran número de baladas urbanas ensalzan sus encantos. Para los habitantes del gran Bakú, el Icheri-Shereh siempre ha sido un lugar de lo más exótico, donde la gente ha hablado una lengua propia y ha vivido como bajo un mismo techo, sin secretos. Hoy, el Icheri-Shereh está desapareciendo poco a poco bajo palas mecánicas; lo sustituirá un barrio moderno.

En los extramuros de la Ciudad Interior se extiende el Bakú propiamente dicho, grande y poco esnob, pues es una ciudad hecha por encargo para dueños de empresas, para acumuladores de fortuna, para los reyes del petróleo del lugar. Bakú siempre ha hecho carrera gracias al petróleo. Ya en el siglo X lo mencionan autores árabes como el lugar del cual se trae petróleo. Y cuentan auténticas maravillas. Adjaib ad Dunia, un tratado persa del siglo XII, dice que “durante las noches Bakú arde como el fuego. Colocan un caldero sobre la tierra y así hierven el agua”. El viajero turco Evli Chelebi también habla, en 1666, de esta manera de cocer: “En Bakú hay muchos lugares yermos. Si un hombre o un caballo se detiene en ellos durante un rato, empezarán a arderles los pies. En estos lugares, los guías de las caravanas hacen hoyos en la tierra, colocan allí las ollas y el puchero hierve en seguida. ¡Es extrañísima la sabiduría de Dios!”.

El petróleo de Bakú llegaba a todos los rincones de Asia en caravanas. Marco Polo escribe que era, sobre todo, un remedio infalible para las enfermedades de la piel de los camellos. De manera que, en cierto modo, el transporte en la Asia medieval dependía del petróleo de Bakú. Debido a la tierra ardiente, Bakú también fue La Meca de los adoradores del fuego hindúes, que llegaban hasta aquí desde la India para calentarse junto a sus dioses ardientes. Se ha conservado un templo suyo, Ateshga, con cuatro chimeneas apagadas (...)

La lujosa arquitectura musulmana de Azerbaiyán.

EL GRAN AZERBAIYAN Le pido disculpas, pero hablaré de una manera un poco nacionalista.

Resulta muy divertida esta azerbaiyana respondona que sabe que el nacionalismo es una fruta prohibida y que, sin embargo, no consigue resistir la tentación. Estamos contemplando un mapa de Asia Central y la azerí quiere mostrarme lo grande que había sido Azerbaiyán (es esto precisamente lo que considera su unpoconacionalismo). Le digo que su afán de mostrarme un Gran Ayer es una postura universal hoy en día. Vayamos donde vayamos, las gentes de todos los países se enorgullecen de lo lejos que habían llegado a parar sus antepasados. Por lo visto, la gente necesita tener esta conciencia, quizás incluso la necesita cada vez más. Le digo que seguramente debe de actuar aquí una especie de ley de compensación. En los viejos tiempos, el mundo vivía mucho más desahogado, y si algún pueblo acusaba de pronto una imperiosa necesidad de expandirse, podía llegar bastante lejos. Tomemos como ejemplo la imponente expansión de los romanos. Miremos lo magníficamente lejos que se expandieron los mongoles. Cómo se expandieron los turcos. ¿Acaso puede dejarse de admirar hasta dónde se expandieron los españoles? Incluso Venecia, tan pequeña al fin y al cabo, mire qué éxitos a la hora de expandirse.

Hoy la expansión resulta difícil y arriesgada; por regla general, acaba en un estrechamiento, por lo que los pueblos deben compensar el instinto de la amplitud con el sentido de la profundidad, es decir, que para demostrar su fuerza y su importancia deben sumergirse en el fondo de su historia. Esta es la situación en que se han encontrado todos los pueblos pequeños que aman la paz. Por suerte, si echamos un vistazo a la historia de la humanidad, veremos que cada pueblo tuvo en una u otra época su período de expansión, algún que otro desahogo patriótico que hoy permite conservar un equilibrio psíquico –aunque relativo, a decir verdad– del género humano, pues la sensación de la profundidad permite a los pueblos conservar su dignidad sin la necesidad de dar rienda suelta al instinto de la amplitud.

Ni tan siquiera sé cómo se llama esta azerí. Aquí los nombres de las muchachas siempre están cargados de significados; los padres dan mucha importancia a la elección del nombre. Gulnara significa flor; narguis, narciso; bahar, primavera; aydyn, clara. Sevil es el nombre que se pone a la muchacha que ha enamorado a alguien. Después de la revolución, me dice Valeri, la gente empezó a poner a las niñas nombres de las cosas modernas que llegaban al campo. De ahí que haya muchachas que atienden a nombres de Tractor, Naranjada, Chofer... Un padre, contando seguramente con una rebaja en los impuestos, puso a su hija el nombre de Finotdiel, que no es sino la abreviatura el Departamento de Finanzas (Finánsovy Otdiel).

Pues, como digo, me encuentro, junto con la azerí sin nombre, delante de un mapa de Asia, y miro lo grande que fue Azerbaiyán: desde el Cáucaso hasta Teherán y desde el mar Caspio hasta Turquía. El Azerbaiyán soviético constituye la parte más pequeña de aquel Azerbaiyán. El resto pertenece a Irán, donde vive la mayoría de los azeríes, unos cuatro millones, frente a los tres y medio de la Unión Soviética.

En el pasado, Azerbaiyán fue más una noción geográfica y cultural que política. Nunca hubo un Estado centralizado de Azerbaiyán, factor que distingue su historia de la de Georgia y Armenia. Hay más puntos de divergencia. Georgia y Armenia, a través del mar Negro y de Anatolia, mantuvieron contactos con la antigua Europa y después con Bizancio. De allí tomaron el cristianismo, que en sus territorios resistió la expansión del Islam. Por el contrario, la influencia de Europa sobre Azerbaiyán fue bastante más débil y, como mucho, indirecta. Azerbaiyán, separado de Europa por los muros de contención del Cáucaso y la meseta de Armenia, por el este desciende formando una gran llanura, por lo que resulta abierto; fácilmente accesible.

Azerbaiyán no es sino la antesala del Asia Central. En cuanto a la religión dominante, primero fue el zoroastrismo y después el Islam, pero cuando leo Esbozos de la historia y la filosofía de Azerbaiyán de Ocho Autores, me sorprende el número de herejes, cismáticos, renegados, sectarios, heterodoxos, místicos, gnósticos, eremitas e infieles de todos los pelajes que encontraron aquí refugio y púlpito. Pasaron por estas tierras matacilíes, batiníes, ismailíes, mazdacos y maniqueos, así como monofisíes, sufíes, hurramitas, hermanos puros, aparte de hurifíes, llamados también místicos de la cifra; serbedarios, cadiríes y suníes. Frente a los principales centros de Oriente, estas tierras debían de ser unas provincias remotas y conocerse como lugares donde refugiarse para sobrevivir, aunque esto último no siempre fue verdad: en 1417 despellejan vivo al filosofo herético Imadeddin Nezimi, y unos años más tarde muere a manos de la Inquisición musulmana el jefe de los hurufitas, Shijabedin Fazullah Naimi Tebizi Azterabadi al Hurufi.

Los discípulos de este mártir, los hurifitas, místicos de la cifra, cabalistas y adivinos, creían que el origen del mundo se encerraba en los números 28 y 32. Que con la ayuda de estas cifras se podía desentrañar el misterio de todas las cosas. En su manera de ver el mundo, Dios se manifestaba a través de la belleza. Mientras más bella era una obra, en mayor medida se revelaba Dios en ella. Este era el criterio con que valoraban cualquier fenómeno.

Buscaban a Dios en el rostro humano. Aunque musulmanes, veían a Dios en el rostro de las mujeres hermosas

* Autor de El Imperio. Anagrama, 1994.

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