Domingo, 5 de diciembre de 2010 | Hoy
ECUADOR. VIAJE A LOS COLORES TROPICALES
A poco más de dos horas de Quito, un pequeño pueblo de ambiente tropical y selvático da vida a innumerables especies de flora y fauna. Allí lo eco-turístico es parte de la vida cotidiana, que atrae cada vez más a visitantes nacionales y extranjeros para explorar una naturaleza pura, entre mariposas y quetzales.
Por Pablo Donadio
El paso por Quito implica adentrarse en sus casi tres mil metros de altura, algo nada sencillo para quien viene del llano y pretende correr un bus, por ejemplo. Ese clima y esa altitud son para los visitantes toda una invitación a contemplar y hacer, a ritmo calmo, aquello que hayan pensado a velocidades extranjeras. Y es mucho lo que hay para hacer en la extensa meseta de más de 12.000 kilómetros cuadrados donde se asienta la capital ecuatoriana.
Como toda gran metrópoli, es cada vez menos fina la mixtura entre lo antiguo y lo moderno, entre lo contemporáneo y lo colonial, y también entre lo natural y lo creado por el hombre. Un ejemplo claro son los racimos de torres y edificios céntricos clavados por delante de los picos de la cordillera andina, que envuelven el valle ante la imponente mirada del Pichincha, el Antisana, el Cotopaxi y el Cayambe, sus cuatro volcanes más salientes. Allí, en pleno centro, además de los sabores de los bastones de yuca o los aguacates a la serrana, y la música folklórica donde sobresalen los ritmos de los sanjuanitos, se oye cada vez con más fuerza el nombre de una pequeña ciudad ubicada poco más de dos horas camino hacia el noroeste: Mindo.
PRIMARIO Y SECUNDARIO Fundamentalmente pequeño y tropical, pero con horizontes que lo abarcan todo, el pueblo de Mindo es un reducto que poco a poco se está transformando en una de las principales atracciones del turismo ecológico de la región. Si se lo mira desde arriba, se halla literalmente clavado en medio de un valle fértil, parte de las estribaciones que descienden a la costa desde el macizo de la cordillera occidental. Esa zona abarca nada menos que 19.200 hectáreas del Bosque Protector Mindo-Nambillo, que envuelve al pueblo o, mejor dicho, en el que éste se inserta de manera natural, ya que los alrededores del centro, los hospedajes y la vida diaria están en contacto permanente con la selva. Llamada técnicamente “pluviselva subtropical húmeda”, se extiende hasta las paredes empinadas del Guagua (pequeño, en voz originaria) Pichincha, vigía de 4700 metros de altura que emergió tras el colapso y posterior extinción del Rucu (padre) Pichincha.
A decir de los científicos, el bosque primario sería la expresión de algo virgen, original, que no ha sido modificado por las actividades humanas. Es el caso de los bosques lluviosos normalmente tapados con por un tapiz cerrado, con algunas capas de sotobosque (que pueden ser ocasionales, por ejemplo cuando cae un árbol y el “claro” permite el crecimiento de especies del suelo). Su suelo se encuentra generalmente con poca vegetación densa, debido a la escasa luz que entra, y en sí el bosque primario es biológicamente más diverso que el secundario, aunque este último tenga artificialmente incorporadas otras especies de árboles y plantas más pequeñas, posiblemente de un bosque talado o donde se dan prácticas agrónomas. Ambos escenarios conviven en Mindo por igual, y bien lo celebran sus más de 40 tipos de mariposas, todo un record continental para una región tan pequeña. Su flora, fauna y botánica, donde sobresalen las 170 especies de orquídeas, hacen de Mindo uno de los territorios con más alta plantación endémica del mundo. Acompañadas por bromelias, heliconias, helechos, vides, musgos y líquenes, las orquídeas son un paisaje natural dentro del creciente desarrollo del eco-turismo o de turismo ecológico de Ecuador, aunque sus pobladores también viven de la tierra a través de la agricultura (con frutos de maracuyá, bananas y guayabas, producción de caña de azúcar, café y cacao) y algo de cría ganadera. Estos ambientes increíbles también dan vida y hogar a una diversidad impresionante de especies, con más de 500 aves, entre las que sobresalen los tucanes, búhos, papagayos, colibríes y los coloridísimos quetzales. Basta con suponerlo, claro, pero además de los ritmos tropicales y andinos aquí la música la aportan los pájaros, y a la sensación de calma permanente se suma un aire realmente puro naciente de la energía de la naturaleza. A disfrutar de este entorno llegan turistas que andan de mochilas por el mundo, pero también muchos ecuatorianos y sobre todo quiteños, que aprovechan las fiestas locales o los fines de semana y se hacen una escapada cercana a un ambiente muy distinto al que propone su capital.
A LA CASCADA Trekking, rapel, canopy, tirolesa, cabalgatas, bicicleta y rafting por las aguas del río Mindo son algunas de las propuestas para quien cree que llega sólo a mirar y contemplar. Los deportes son, más que una actividad de recreación, otra de las maneras de sacar provecho de los hermosos paisajes. De movida, lo primero que se ofrece como turismo aventura es una buena caminata hasta llegar a una cascada. Para los que quieren el ribete más aventurero, el camino tiene postas que generan adrenalina y diversión: hay que pasar algunos obstáculos y bajar laderas selváticas cortando la montaña sostenidos de una soga, en algo similar al rapel, y que demanda fuerzas de las manos para afirmarse a las sogas, y piernas firmes para no caerse. Para quien no lo desea, la opción es seguir el sendero, algo más largo pero a prueba de raspones y algunos resbalones. Poco después llega el canopy, que cruza un tramo del suelo robusto y tupido por medio de una cuerda de acero, en la siempre curiosa experiencia de pasar por encima de los árboles. Los prestadores turísticos han preparado allí una pequeña pista para correr y lanzarse al vacío, que genera una sensación de mucha adrenalina al momento de tirarse, como si se tratara de un parapente. “Sólo hay que tener ganas para largarse. A veces llegan niños súper contentos, pero sus padres no se animan, un poco por ellos y otro poco por los niños. Yo los tranquilizo y les digo que es seguro, desde los ocho años que estoy aquí”, afirma José Merelos, uno de los tantos que trabaja en la zona con estas disciplinas.
El camino signado por los guías presenta un paso final antes de la cascada, que implica el balanceo a lo Tarzán con una soga, para llegar al otro lado del sendero, una práctica un tanto infantil pero a la que ningún adulto se niega. Ahí nomás llega el puente colgante del correntoso río homónimo del pueblo, que atravesaba nuestro camino y parece apenas sostener las dudas de estos circunstanciales transeúntes. Nada malo ocurre, más allá del crujir de las maderas, y el final es anticipado por los oídos que oyen el golpe creciente de las aguas al caer, antes de que los ojos se regalen esa imagen fabulosa. No hace tanto calor, pero quién puede negarse al chapuzón después de semejante travesía, en uno de los tantos balnearios naturales que el río deja en su trazado. Dicho y hecho, la espuma blanca caída desde 15 metros es al instante una pileta de dimensiones considerables, a la que algunos se animan desde lo alto. Luis, guardavidas local, es uno de los que hace la prueba de clavadismo para el público que llega: a él la frase “si lo piensas mucho, no lo haces”, le va de maravilla. Unos mates bien argentinos y la jornada llega a su fin tras varias horas entre caminata y actividades complementarias. Resta el regreso a la “city”, el paseo por la iglesia y la compra de souvenirs en el mercado local, para llevar de regreso a Quito, junto con la experiencia selvática de altura, uno de los lujos ecuatorianos a los que invita Mindo, ese oasis cercanoz
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