COSTA ATLANTICA. INVIERNO EN EL PARTIDO DE VILLA GESELL
El invierno planta bandera para actividades que reconcilien el cuerpo con el alma y pongan freno al trajín cotidiano. Ideal por belleza y proximidad, la escapada a Mar de las Pampas combina las bondades del spa, la buena gastronomía y algunas salidas por costas solitarias.
› Por Pablo Donadio
El agua del mar mojando los pies puede ser un bálsamo reparador, aun en invierno. Su sonido, extrañamente monótono, pero siempre atrapante, es el primer eslabón de una escapada que conduce, indefectiblemente, al relax. “Turismo salud” le llaman aquí, en Mar de las Pampas, a la visita que propone unos días de spa en cercanías de una costa desierta, combinando paseos poco exigentes a Villa Gesell, Mar Azul y Las Gaviotas, el tridente de localidades que integran el partido y seducen a los visitantes en contratemporada.
SALUD POR EL AGUA ¿El pueblo belga de Spa, o las iniciales de salutem per aquam (“salud por el agua”)? Nadie lo sabe, pero el significado de la sigla es igualmente bienvenido. Sobre todo cuando el spa se toma en serio, alejándose de la frivolidad de las modas. Buscar la salud a través del agua puede ser una propuesta de reconciliación verdadera con el cuerpo. “La verdad es que no hemos inventado nada, ésta es una actividad antigua como la historia misma, que demuestra la capacidad de alivio corporal y mental que el agua, a través de sus distintas formas y tratamientos, genera en nuestro organismo”, cuenta Gabriel Hadad, responsable del Complejo Altué, emplazado en el límite sur de Mar de las Pampas, a un par de cuadras del mar. Allí el día comienza inmerso en una filosofía similar a la del slow, o el “vivir sin prisa”, que flota en el aire entre los aparts construidos en las propias pendientes de los médanos, entre bosques de pinares y arenas. En el centro está el spa, único en la región por sus servicios, con pileta climatizada cubierta, sauna seco y húmedo (baño turco), jacuzzi y tratamientos faciales y corporales complementarios, como la masoterapia.
Según lo que este cronista pudo comprobar, la cosa es así: hay que hacer un circuito de tres pasadas por la pileta y los saunas, de unos 15 minutos cada una. Entre una y otra se impone el mismo tiempo de descanso, complementando con aguas y jugos, para volver a empezar la rueda. Pero a la salida de cada sauna –aquí el desafío es para los valientes– hay que meterse en la pileta helada del jardín (sí, en pleno invierno) para que la circulación se active como en un motor. Si no, la otra alternativa es darse una ducha fría. “Hay que hacerlo sin pensar, porque si dudás, sonaste. La idea es de Sabina, mi mujer, que como buena alemana es capaz de meterse a una pileta con hielo; pero la verdad es que, además de hacer muy bien, la sensación posterior es tan placentera que vale la pena”, explica Gabriel, y cuenta que desde hace unos meses han incorporado también el Circuito de Vinoterapia, que invita a introducirse en una barrica de roble (como la del Chavo del 8) llena de vino y otros aditamentos, y con un sistema similar al del hidromasaje. La invitación de Altué suma, como último peldaño, sus comidas sanas y bien gourmet, donde aparecen las exquisitas fondues y raclettes, infusiones y tortas germanas. Y así pasan las horas, hasta que la relajación es tal que el cuerpo adquiere la necesidad de la siesta, para comprender aquello del día en dos partes iguales.
PASEO GASTRONOMICO La zona propone otras alternativas en materia de buena mesa, con una irresistible cocina de autor donde el lenguado, el tiburón y el salmón se presentan en distintas cocciones para saborear lo que el agua, dulce y salada, también aporta aquí. Esa es la propuesta nocturna del centro de Gesell en plena barra de Sutton 212, resto-bar con espectáculos musicales en vivo y algunos tragos regionales.
A unos 20 minutos de allí, y con una carta muy distinta especializada en pastas, la visita nos lleva a Don Rogelio, uno de los paradores insignia de Las Gaviotas, región discreta que crece a paso lento pero firme en el extremo del partido. “Don Rogelio es para mí mucho más un lugar donde uno come bárbaro y es bien atendido. Esta gente soporta la contratemporada haciendo un gran esfuerzo, de alguna forma haciendo patria en su lugar, algo que los turistas no ven, pero que como vecinos nosotros no podemos pasar por alto”, afirma Jorge Cocco, hombre del turismo local. Si había una forma de completar la jornada de la mejor manera, la posta siguiente gana en sabor y curiosidad, y conduce al incipiente negocio que ya está desarrollando su ruta propia en la zona: el de la cerveza artesanal. Hacia allí partimos, específicamente a la Cervecería Artesanal Meulén, donde la familia Girgenti trabaja hace dos años para obtener el sabor de caseras rubias, morenas y coloradas, distribuidas en restaurantes y bares de Villa Gesell y parte de la región. “La familia siempre trabajó con balnearios, pero al vencerse la concesión iniciamos este emprendimiento, que es muy sacrificado sobre todo en el tiempo que demanda: uno vive para esto. Pero lo vemos como una apuesta a la producción familiar y a un producto siempre noble”, asegura Matías, el hombre polifuncional que nos enseña los detalles del proceso: “Bueno, aquí el encargado del embolse, que soy yo, lleva los productos hacia el sector de carga y... De este lado, el supervisor de temperatura, que soy yo, controla que la malta... Y acá está el control de marca, que lo hago yo, donde se ponen una a una las etiquetas”, completa a las carcajadas.
EN LAS CERCANIAS Un axioma gesellino sostiene que no se puede pasar cerca de estas dunas y médanos sin surcarlos de alguna manera. A caballo, en 4x4 o en los clásicos cuatriciclos, el extenso terreno ondulante y semidesierto es una invitación a la aventura apta para todo público. En Gesell se puede hacer un entretenido circuito por el bosque y el faro Querandí. La travesía dura casi tres horas y parte hacia la Reserva Dunícola, con paso por una costa despoblada, visita a la playa nudista y llegada a la imponente torre de iluminación de 54 metros de altura, cuya lámpara vigila este recodo del Atlántico, internándose 18 millas mar adentro. Las alternativas invitan al picnic y a circuitos de caminata por el viejo cementerio de caracoles, propuesta que quedará pendiente para la próxima visita.
Nuevamente es la ruta de regreso a Buenos Aires la que guía el camino, pero esta vez no hacia el mar sino hacia la laguna Salada Grande. Allí está el Club de Pesca y Náutica de General Madariaga, donde atiende Natalia, con la ayuda de algunos guías y su hijo mayor, en un sitio repleto de pescadores y poseedor de pejerreyes de tamaños considerables. “Ese que ves ahí colgado de dos kilos y 65 centímetros lo sacó un grupo de pescadores de Buenos Aires, que encontraron un hoyón entre los juncos donde había pilas de esos bichos. Al llegar nos lo donaron y lo disecamos. Todo el mundo les preguntó dónde quedaba el lugar, pero nunca lo revelaron. Desde ese entonces se sacan buenas piezas, pero nunca se encontró aquel lugar”, cuenta la coordinadora como uno de los tantos misterios que encierra este excepcional lugar para desarrollar pesca deportiva, embarcada y con línea de flote. Además de pejerrey, el sitio en época de crecientes se llena de tarariras, bagres, dientudos y chanchitas. El club posee dormis para alquilar y un amplio sector para colocar carpas, con servicios de parrillas y sanitarios, con servicios de guiado para pasar el día dentro y fuera del agua. Una relación que por estos pagos es más que saludablez
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