Domingo, 6 de noviembre de 2011 | Hoy
ITALIA. VERDES SENDEROS DE UMBRíA
Región de historia y de arte en el corazón de Italia, Umbría es también uno de los destinos favoritos para las peregrinaciones “verdes” por senderos sombreados de olivares entre Spoleto y Asís. Iglesias, antiguos pueblos fortificados y una naturaleza de fuerte carácter rural distinguen a esta región de exterior agreste y cálido interior.
Por Graciela Cutuli
Cuando la historia se une con la naturaleza, las colinas del centro de Italia revelan todo el esplendor de sus curvas suaves y su tierra generosa. Para transitar caminos alejados de las rutas turísticas más tradicionales, asomándose al alma interior de la región de Umbría –una de las más pequeñas de Italia y la única sin fronteras terrestres ni marítimas– se puede recorrer el Sendero de los Olivos, que conecta de sur a norte las ciudades de Asís y Spoleto. El trayecto abarca en total 75 kilómetros, que se pueden recorrer en parte combinando distintas formas: en auto, a pie, en bicicleta o a caballo, para descubrir las partes más interiores de esta ruta de arte, espiritualidad e historia.
SPOLETO La antigua Spoletium de los romanos tiene orígenes antiquísimos: habitada desde la prehistoria, fue una ciudad importante ya en la Edad de Hierro, vivió tiempos agitados en la Edad Media y floreció en el Renacimiento, siempre muy vinculada con los vaivenes de la poderosa Iglesia Católica y los Papas.
Hace un siglo Hermann Hesse, escritor y gran caminante, quedó fascinado por la ciudad: “Spoleto es el descubrimiento más bello que hice en Italia... hay una riqueza tal de bellezas casi desconocidas, de montes, valles, puentes, bosques de hayas, conventos, cascadas”. Si la naturaleza fue generosa, la obra del hombre no lo fue menos, sobre todo en materia religiosa: el Duomo de Spoleto conserva frescos de Pinturicchio y Filippo Lippi, la iglesia de San Salvatore es una de las más antiguas basílicas de origen paleocristiano en Italia, y las iglesias de San Gregorio, San Domenico y San Paolo son un tesoro del arte románico. Los historiadores también destacan una curiosidad: el fresco de la iglesia de San Giovanni y San Paolo que representa el asesinato de Thomas Becket en la Catedral de Canterbury, en 1170, es poco tiempo posterior a los hechos, algo casi inédito en épocas medievales, una suerte de “crónica en tiempo real” dadas las distancias y los medios de comunicación de la época. Otros símbolos de la ciudad son la Rocca Albornoziana, sobre la colina que domina los valles de Umbría (cuyos presuntos pasadizos secretos de conexión con la parte baja de la ciudad eran usados por Lucrecia Borgia); el Puente Sanguinario construido por los romanos, que permitía a la Via Flaminia cruzar el torrente Tessino; el Arco de Druso y el monumental Puente delle Torri, de 230 metros de largo, un acueducto romano-longobardo de 82 metros de altura que admiró a otro viajero alemán fascinado por Italia, Johann Wolfgang von Goethe.
Tanta imponencia contrasta sin duda con la etapa siguiente, del Sendero de los Olivos: Campello Alto, un pueblito minúsculo y fortificado que se levanta a 514 metros de altura: “corona” literal de una colina, aunque tiene apenas unas decenas de habitantes es famoso por las imágenes aéreas que muestran toda la belleza de su ubicación en el corazón umbro. Desde la plaza del borgo se tiene la vista inversa, no menos emocionante, hacia los valles inferiores que rodean el pueblo.
LA VIA DE LOS OLIVOS Bajando de Campello Alto los olivares que jalonan los senderos de montaña son la guía natural hacia las fuentes del Clitunno, un río que nace junto al recorrido de la via Flaminia y se extiende a lo largo de unos 60 kilómetros. Los poderes milagrosos de sus aguas –según la leyenda los bueyes destinados al sacrificio en los altares romanos se volvían blancos al bañarse en el río– fueron elogiados por las Geórgicas de Virgilio, el primero de una tradición literaria que incluyó entre los admiradores de este rincón umbro a George Byron y Giosué Carducci.
Poco más adelante se llega a Trevi, una de las capitales del agroturismo italiano. Campos y bosques atravesados por arroyos ponen el escenario perfecto de un paisaje montañoso que está habitado desde hace milenios, aunque los residentes actuales están dejando la zona más alta para trasladarse a las fértiles llanuras inferiores. Nuevamente las iglesias –el Duomo de Sant’Emiliano, la iglesia de San Francesco o el Santuario della Madonna delle Lacrime– se dejan descubrir en el centro antiguo, donde el ex Convento de los Frailes Menores refleja el cambio en la vocación de la ciudad: ahora funciona allí el Museo de la Civilización del Olivo, el cultivo emblema de toda la ruta, donde se estima que crecen al menos 300.000 olivos. En Bovara de Trevi existe el Olivo de Sant’Emiliano, a quien se le atribuye una antigüedad de 1500 años, venerable edad que basta para convertirlo en el más viejo de Italia.
No hace falta decir que Trevi –que se enorgullece de sus títulos de Ciudad Slow y Ciudad Bio– es una meca del turismo enogastronómico, con fábricas artesanales de aceite de oliva que ofrecen degustaciones, hoteles rurales y antiquísimas casas de piedra dispersas en el paisaje rural. La región ofrece todo lo que imagina el arquetipo turístico sobre la buena mesa y los bellos panoramas del centro de Italia, sin contaminarse con propuestas prefabricadas: tal vez porque predominan las tradiciones, que algunos comparan con el arraigo y el crecimiento lento del olivo, tan antiguas como genuinas.
POR LA RUTA DE SAN FRANCISCO Desde Trevi, el Sendero de los Olivos hace escala en Foligno, atravesando colinas con desniveles de baja dificultad, a unos 500 metros de altura, que permiten admirar tanto la belleza natural como el trabajo humano en el aterrazado de las laderas y la provisión hídrica de los terrenos.
A partir de allí se sigue, siempre hacia el norte, para llegar al final del itinerario en Asís: así los olivos se enlazan también con la Ruta de San Francisco, otro itinerario más amplio que se extiende unos 350 kilómetros –desde La Verna hasta Poggio Bustone– y pasa a mitad de viaje por la antigua ciudad de San Francisco y Santa Clara.
Asís, una ciudad que floreció ya desde los tiempos de los umbros y los etruscos, es uno de los lugares más emotivos de Italia. A pesar del intenso turismo no es difícil encontrar en sus antiquísimas calles de piedra un clima de espiritualidad que escapa a los prejuicios y los lugares comunes: todo aquí parece recordar de un modo u otro las enseñanzas del hombre que algunos consideran el primer ecologista de la historia, y otros como un ejemplo de auténtica humildad.
Sus huellas se pueden ver en la Basílica de San Francisco, que comenzó a construirse en 1228 –poco después de la muerte del santo– y alberga exquisitos frescos de Cimabue y Giotto, el genio de la pintura que según Giorgio Vasari era capaz de dibujar a mano alzada un círculo geométricamente perfecto. El complejo está formado por dos iglesias, la inferior y superior, donde se pueden ver los célebres frescos de Giotto que retratan escenas de la vida de San Francisco. El otro paso ineludible es la iglesia de Santa Clara, donde se conserva el cuerpo de la mujer que no dudó en dejar de lado las frivolidades de la vida diaria para seguir los pasos de Francisco, su mentor, con pleno despojo. Finalmente, el triángulo religioso de Asís se completa con la Porciuncula (“pequeña porción de tierra”), una iglesita minúscula dentro de la gran basílica Santa María de los Angeles, que se recuerda exactamente como el sitio donde comenzó el movimiento franciscano. Asís es entonces un punto final, pero también un excelente punto de partida para seguir avanzando por los muchos otros atractivos y lugares de culto –aunque sean a la buena mesa– que ofrece el centro de Italia
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