Domingo, 13 de noviembre de 2011 | Hoy
CHUBUT. UN LUGAR CON HISTORIA
Hace tiempo que Trelew dejó de ser el “pueblo de Luis” –tal el significado de su nombre galés– para recibirse oficialmente de ciudad. Una ciudad de importante vida administrativa pero que tiene también un interesante patrimonio de museos, curiosidades como el Touring Club y servicios para los turistas que parten desde allí a visitar Península Valdés y la Chubut costera.
Por Graciela Cutuli
Unos 100.000 habitantes hacen de Trelew mucho más que ese “pueblo de Luis” que bautizaron los galeses, allá lejos y hace tiempo, cuando se instalaron en el valle inferior del río Chubut en busca de una nueva vida en la remota Patagonia. Hoy la ciudad es uno de los principales centros de la provincia: en materia de intercambios, es donde se industrializa y comercializa el 90 por ciento de la lana argentina, con salida al exterior por los puertos de Madryn y Deseado. Pero el turista no suele ver demasiado de este aspecto: la atención del viajero se enfoca en la cercana reserva de Punta Tombo, en el Dique Ameghino, en la Península Valdés —”estrella” de la región– y en localidades cercanas y más pequeñas como Gaiman y Dolavon, herederas de la colonización galesa. Aunque no tiene el encanto marítimo de Puerto Madryn, extendida frente a las playas del Golfo Nuevo, Trelew puede ser una alternativa de alojamiento ya que dispone de todos los servicios de una ciudad grande. Y si se viaja en busca de huellas del pasado, es una opción que suma y sorprende.
ANTAÑO EN TRELEW La Estación Trelew, o Punta de Rieles, fue antiguamente la principal de la línea ferroviaria que unía la costa norte de Chubut con Las Plumas, en el interior provincial. Hoy está en el centro de la ciudad, sin huellas del complejo que fue en el pasado, cuando había depósitos de materiales, casitas y oficinas: todo eso se transformó hoy en la estación de ómnibus, la Plaza Centenario, la Universidad de la Patagonia y el Museo Paleontológico Egidio Feruglio. Pero la estación propiamente dicha fue destinada a otro museo, el Museo del Pueblo de Luis, nombre que recuerda a Lewis Jones, uno de los primeros pobladores en la zona. Jones fue el pionero que viajó a la Patagonia, en 1862, para estudiar la posibilidad de establecer una colonia galesa: con optimismo probablemente exagerado, pero al fin y al cabo efectivo, impulsó la llegada de sus compatriotas y realizó un trabajo gigantesco que ayudó a retenerlos a pesar de las difíciles condiciones iniciales.
El edificio de la estación-museo es el segundo más antiguo de Trelew: el honor de ser el más antiguo le corresponde a la Capilla Tabernacl, una de las dos que forman parte en la ciudad del circuito de capillas galesas. Sus siete salas de exposición recuerdan la historia de Trelew desde los tiempos de los pobladores tehuelches hasta la llegada de los galeses, el nacimiento del Ferrocarril Central del Chubut y los testimonios de los primeros exploradores que recorrieron las costas patagónicas desde el siglo XVI. Paso a paso, se van evocando a través de objetos cotidianos, cartas y muebles el primer encuentro con el indio, los libros que llevaron consigo desde la lejana Gales, los retratos de los primeros tiempos y los utensilios que se usaban en las tareas diarias de agricultura. La fe y la religión, siempre presentes, recuerdan que los galeses buscaron aquí la libertad religiosa que no tenían en su patria: por eso no hay que dejar de visitar las capillas Tabernacl (hoy a cargo de la Iglesia Presbiteriana) y la cercana capilla Moriah, contigua al cementerio donde fueron sepultados los primeros colonos: entre ellos, el propio Lewis Jones.
UNA NOCHE CON DINOSAURIOS Hace pocos años Trelew renovó completamente la institución que es su pasaporte al mundo de la paleontología y los dinosaurios: el Egidio Feruglio, o MEF para los amigos, que justo enfrente del Museo de Luis invita a realizar un viaje mucho más lejano. Se trata de una incursión en la tierra de los dinosaurios, que comienza hace unos 230 millones de años, en las épocas en que apenas empezaban a formarse Laurasia y Gondwana: por aquel entonces la Patagonia era cálida y húmeda, y andaban por ahí los tigres dientes de sable, los antepasados de los cangrejos y los primeros caballos del continente americano. Moderno y bien organizado, el recorrido se desarrolla en dos plantas y permite descubrir también curiosas piñas petrificadas, plantas fósiles y, por supuesto, los huesos de gigantescos dinosaurios. El hit, entre grandes y chicos, es fotografiarse entre las patas del Argentinosaurus, el más grande de los dinosaurios herbívoros conocidos: la silueta de su corpachón está pintada en negro en una de las paredes, y es capaz de empequeñecer cualquier altura humana. También impresionan los restos del Epachtosaurus, un tiranosaurio al que se considera el más completo hallado hasta ahora, descubierto en los años ‘80 en la provincia de Chubut. El MEF permite también observar a través de una vitrina, “en tiempo real”, el trabajo de los expertos que rescatan y acondicionan los huesos destinados en el futuro a su exhibición: y para los chicos, permite convertir en realidad la película Una noche en el museo, gracias al programa Exploradores en Pijamas, creado para que duerman al lado de los dinosaurios, realicen réplicas de fósiles guiados por especialistas y recorran los pasillos del MEF a la luz de sus linternas. También es interesante visitar el Geoparque Bryn Gwyn, muy cerca de Gaiman, pero conviene informarse primero: los horarios informados en el MEF no coinciden con los que proporcionan in situ, de modo que se corre el riesgo de realizar el trayecto en vano y perder la oportunidad de recorrer las bardas con fósiles, en grupo y con coordinadores del Museo.
VISITA AL TOURING CLUB A pesar del crecimiento, Trelew tiene felizmente lugares con memoria. Y entre ellos, hay que pasar y visitar el imperdible Touring Club, esos lugares que nacen y se hacen con el tiempo, porque han visto pasar todas las vicisitudes de la vida local: desde las políticas hasta las sociales, es desde hace décadas el testigo discreto y privilegiado de encuentros, desencuentros, acuerdos, visitas fugaces y hasta filmaciones para la pantalla grande. Luis Fernández, el dueño del lugar, se encarga personalmente de hacer el recorrido para los interesados y señalar los hitos del Touring: su antiguo reloj detrás de la barra de mármol y madera, el aparador con aperitivos de antaño como el Pineral, y luego los pasillos, escaleras y habitaciones del hotel que forma parte del conjunto (y que es oficialmente, desde hace unos 15 años, parte del patrimonio de Trelew). El establecimiento original fue levantado por el español Agustín Pujol, que hizo importar la mayoría de los materiales de Europa y construyó un hotel digno de alojar a las grandes figuras de su tiempo: entre ellos Alfredo Palacios, Juan Manuel Fangio, Antoine de Saint-Exupéry y, según se dice, Butch Cassidy y Sundance Kid, en plena fuga de la justicia por las tierras patagónicas. Luis Fernández se explaya en la historia de ambos bandidos, que atrae a no pocos visitantes seguidores de sus huellas, desde Cholila hasta la costa de Chubut: y sobre todo muestra un cuarto decorado tal como lo estaba en aquellos tiempos, con un toque de imaginación y una buena producción. Aquí hay viejos trajes, una valija de cuero como las que se usaban hace décadas, un rifle oportunamente colocado sobre la cama, fotos de época, recortes de diarios... todo como para completar el vaivén temporal que ofrece el Touring, exactamente como si el tiempo nunca hubiera pasado.
FINAL CON TONINAS Como la fauna es la gran atracción de la zona de influencia de Trelew, no hay que desaprovechar la oportunidad de ir hasta Rawson –hay menos de 20 kilómetros entre ambas ciudades– y Playa Unión para realizar un avistaje de toninas overas, que puede ser a lo largo de todo el año. En verano, por supuesto, el movimiento es mucho mayor: Playa Unión es de hecho uno de los balnearios más concurridos de la región, a pesar de la latitud, y buscado por muchos practicantes de surf y windsurf.
De allí salen también las excursiones en lancha en busca de toninas, que tienen dos particularidades: por un lado no son avistajes “garantizados” (como sí sucede con las ballenas), ya que dependen mucho de las condiciones climáticas y el desplazamiento de los animales; y por otro son en mar abierto, de modo que las condiciones de navegación pueden ser un poco más difíciles que en lugares como el Golfo Nuevo. Los pasajeros se embarcan en las lanchas después de haberse calzado los chalecos salvavidas y, a lo largo de una hora y media aproximadamente, pueden disfrutar de la visión de estos delfines ágiles y juguetones que se acercan sin temor a la lancha y son un auténtico desafío para fotografiarlos, ya que se mueven como flechas. Toda una experiencia, y además en alta mar, para ponerle el broche a la incursión en la tierra de los pioneros galeses y los exploradores de la infinita naturaleza del océano y la estepaz
© 2000-2022 www.pagina12.com.ar | República Argentina | Política de privacidad | Todos los Derechos Reservados
Sitio desarrollado con software libre GNU/Linux.