CHINA. EL LEGADO ARTíSTICO DE LOS MING
El período dominado por la familia Ming marcó para siempre el poderío estético y comercial del arte chino. Sus trabajos en porcelana son un tesoro que sólo posee un puñado de privilegiados museos y coleccionistas: la historia de un tiempo cuyo lujo y prosperidad fueron el último paso antes de la decadencia.
Penúltima familia en gobernar la legendaria China, los Ming fueron centrales en el desarrollo del país, la región y el mundo. Tras una larga campaña que expulsó a los mongoles e impulsó políticas y obras como la reconstrucción de la Gran Muralla, le devolvieron a China su esplendor abriendo una era de paz y prosperidad. Pero los Ming fueron mucho más que hábiles constructores: sus emperadores dominaron la época en que los barcos imperiales navegaron los mares asiáticos, el golfo Pérsico y el Pacífico Sur, llevando a India, Java, Persia, Madagascar, Japón y otros destinos cargas con seda, especias y una nueva moda: la porcelana. China se convirtió así en un poder económico mundial, privilegiando la intelectualidad y el arte. Gracias al comercio internacional, Occidente pronto se enamoraría no sólo del té sino también de sus eximios trabajos de alfarería y la cerámica de lujo conocería uno de sus períodos más representativos.
NUEVAS RUTAS Hacia el siglo XIII China sufría hambre y era gobernada por un gobierno dictatorial. La figura de Zhu Yuanzhang, un monje budista de origen campesino que encabezó la revuelta contra la dinastía mongol de los Yuan, cobró entonces importancia. Después de una campaña de trece años, sus tropas tomaron Pekín y se hicieron del trono, fundando la dinastía Ming (“brillante”). La nueva dinastía se esforzó por reestablecer las tradiciones, protegiendo el confucionismo. Atenta a los asedios mongoles, se decidió trasladar la capital a la ciudad fortificada de Nankin.
Zhu gobernó durante treinta años, protegiendo, restaurando y reorganizando la administración del país. Entre otras medidas, creó colegios para formar mandarines como funcionarios civiles, estableciendo exámenes de literatura y filosofía para los candidatos. Así comenzó un período de triunfal armonía, seguido por otros integrantes de la familia. Bajo el mandato de Yong-lo (1403-1424) se reconstruyeron carreteras, pueblos y canales, se realizaron los tramos más sobresalientes de la Gran Muralla y la capital volvió a ubicarse en Pekín. El país volvió a ser espejo de grandes construcciones: así llegaría la Ciudad Prohibida. Durante catorce años, unos 200.000 hombres levantaron 17 palacios y el extravagante número de 9999 estancias “y media”, ya que 10.000 era el número divino de la infinitud, sólo posible en el cielo. La “media estancia” era acaso una suerte de escalera a ese cielo sagrado.
El apogeo chino marcó su influencia sobre Mongolia, Indochina y el Indico. Pero además de las cuestiones decididamente políticas, el período Ming se relacionó estrechamente con la producción artística y el conocimiento. Así subrayó como una de las prioridades del reinado la reorganización de la industria alfarera, lo que suponía no sólo la reactivación de una de las fuentes de ingresos más importantes del Imperio, sino un símbolo del nuevo poder. Se estimuló la industria y muchos chinos se instalaron en el sudeste de Asia dedicados al comercio, entendiendo que en el exterior había mucho más que enemigos. China registró un siglo de permanente crecimiento, sobre todo hacia el siglo XVI con la llegada de los portugueses, que abrieron las puertas de sus mercancías a Occidente. Se despertó un aumento de la demanda de porcelana, inmediatamente buscada en Europa, y la seda fue cediendo espacio y hasta su propia ruta, sustituyendo en parte los cargamentos por piezas de alfarería.
EXPERTOS La producción de porcelana Ming se hallaba bajo control estatal, concentrada en fábricas de la provincia de Jiangxi. Oficiales de la corte, en su gran mayoría eunucos, estaban a cargo del diseño de estrategias de fabricación y distribución, ya con problemas para satisfacer la importante demanda. Se impuso la especialización del trabajo y se comenzó la formación de operarios destinados exclusivamente a las pastas, los colores y la cocción, camino a una verdadera ciudad alfarera en Jingdezhen.
Durante el reinado de Wan-Li (1573-1620) el período de florecimiento cultural se acentuó e incluso se permitió la instalación en China de los primeros misioneros jesuitas, que adquirieron influencia en la corte por sus conocimientos de las técnicas occidentales. Los estilos y formas decorativos fueron cambiando con cada nuevo emperador Ming, pero la calidad de las porcelanas a lo largo de todo período es considerada la mejor de todas las épocas por muchos expertos.
Una de las claves estuvo en sus científicos, que habían realizado muchos descubrimientos acerca de las calidades del glaseado de la cerámica, dando mayor vuelo y calidad a un oficio preexistente, pero que supo alcanzar su techo. Se cree que estos maestros fueron incluso los inventores de la rueda de alfarero; asimismo el desarrollo de hornos especiales de alta temperatura les permitió producir porcelanas de calidad y terminación exquisita. Pero sus hornos no sólo fabricaron para la corte y las ventas foráneas, sino también para el creciente mercado interno, debido al ascenso de la burguesía mercantil y urbana, que requería platos, fuentes, jarras y tazas de té. Asimismo se comenzó a utilizar piezas como regalo para premiar a candidatos a exámenes de la corte y como ofrendas religiosas.
En general la porcelana estaba decorada con escenas características de la vida cotidiana china, y su pintura a mano con azul sobre blanco fue un sello en el comercio exterior, doblando el precio de cualquier otro tipo de porcelana. Grandes y furiosos dragones, plantas y animales orientales, junto a escenas típicas de jardín, decoraron artículos que se tornaron un lujo. La pintura también se desarrolló notablemente en ese siglo y aparecieron coloridos rojos, amarillos y verdes sobre jarrones y potiches. La forma y variedad, la terminación y decoración detallista, y sobre todo la elegancia de la porcelana Ming se instalaron tanto en la historia del arte chino como en el mundo europeo, convirtiendo a su nombre en sinónimo del esplendor de todo un país.
Pero todo acaba, y varios razones se argumentan para explicar la caída del Imperio Ming. Algunos sostienen que los últimos gobernantes fueron corruptos y malgastaron las arcas del gobierno. Otros cuentan que, a pesar de los logros políticos y económicos de más de un siglo, China seguía enfrentando ataques en sus fronteras a manos de tunguses manchúes, mongoles y piratas japoneses, de modo que los permanentes gastos militares habrían ocasionado la bancarrota. El mal clima social por el aumento de impuestos, sumado a las malas cosechas, habría sentado los focos de rebelión que los manchúes aprovecharon para cruzar la Gran Muralla hacia Pekín en 1644. Tomada Beijing y derrocado Chung-Chen, último emperador Ming, sepultaron la incipiente Dinastía Shun y las pequeñas resistencias, estableciendo el reinado manchú de los Qing. Hoy en el Museo Nacional de Taipei se conservan las más importantes colecciones correspondientes a la época imperial de China, ente las que brilla soberbia la porcelana Ming
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