Domingo, 16 de septiembre de 2012 | Hoy
SUIZA. FUENTES Y PASEOS DE LUCERNA
Un centro de arte, amante de la música y guardián de sus edificios históricos, nacido junto a un lago que es el punto de partida para explorar varios rincones de los Alpes. Lucerna, a pie o desde el agua, es la emblemática “ciudad del puente”, una pequeña joya que supo albergar a Wagner y Goethe.
Por Graciela Cutuli
Las maderas del puente crujen bajo los pies. Es como si siglos de pisadas decidieran hacer oír sus ecos a los transeúntes distraídos: sin embargo, es más bien el fruto de la imaginación de los turistas y peatones que lo cruzan, porque el puente de madera de Lucerna –el más famoso de Suiza y uno de los más conocidos de Europa– todavía no cumplió 20 años. ¿Por qué extraño fenómeno parece, sin embargo, cruzar el río Reuss desde la noche de los tiempos, desde las oscuras épocas de los caballeros medievales y los mercaderes de telas florentinos? Sus tablones parecen haber sido tallados hace siglos, y bajo el techo los retablos muestran escenas de una vida tan antigua que casi parece fantasía. Pero hay una explicación, como (casi) siempre: una vez más las apariencias engañan, porque el Kapellbrücke –el Puente de la Capilla, en alemán– es a la vez antiguo y nuevo. Siempre estuvo, pero cumplirá dos décadas el año que viene. La paradoja se debe a que en realidad el puente que hoy se transita en el centro de Lucerna fue construido en tiempo record en 1993, luego del incendio y la destrucción del original: un record que no le impidió ser tan minuciosamente idéntico al antiguo que desconcierta y logra una ilusión perfecta.
Sin embargo, no todo es ilusión: una vecina que sale de la Oficina de Correos, justo enfrente de la Torre que se yergue en medio del puente, conoce bien la historia verdadera. Y recuerda que vio llorar a su padre por primera vez en la noche del 17 al 18 de agosto de 1993, cuando en pocas horas Lucerna vio esfumarse el puente abrasado por las llamas.
El Puente de la Capilla es más que una postal o una imagen turística. Es un símbolo, una suerte de Torre Eiffel o de Obelisco, que se supone estará para siempre. Por eso para Lucerna reconstruirlo implicaba una necesidad mayor que su simple atractivo turístico: era volver a poner un pie en su historia. Como ahora, que sigue brillando bajo los últimos soles del verano en Europa e invita a atravesar sus siete siglos.
DE BUENAS FUENTES Hay que remontarse entonces hacia el siglo XV, cuando Lucerna era una escala importante entre Flandes e Italia –los dos principales polos económicos de la Europa medieval– situada sobre la vía que cruzaba el paso alpino del Gotardo. Y como desde 1332 formaba parte de los Waldstätten (los primeros cantones confederados que fueron al origen de Suiza), era una ciudad independiente que podía gozar libremente de su riqueza y sacar a relucir hermosos edificios junto a las aguas del río Reuss y del lago. Su aspecto de postal data ya de esas remotas épocas, aunque los edificios históricos del centro sean más bien renacentistas.
Lucerna está en la desembocadura del lago que durante mucho tiempo llevó su nombre, pero que hoy oficialmente en Suiza llaman Lago de los Cuatro Cantones. El responsable de turismo local explica que la denominación fue cambiada para ser más “políticamente correctos”, aunque sea en términos geográficos, ya que se trata de una cuenca compartida. Nombre aparte, es un lago de silueta complicada que se pierde entre los relieves de los Alpes. En uno de sus pliegues llega hasta Altdorf, el pueblo donde vivió el legendario Guillermo Tell, héroe de la independencia suiza. En otro, baña los pies de la pradera del Rütli, donde los confederados estrecharon su alianza para echar a los Habsburgo de sus montañas. Es el lago por excelencia de la historia suiza. Y Lucerna, en su desembocadura, resulta así una suerte de clase a cielo abierto volcada sobre el pasado.
A simple vista surge que el centro de la ciudad conservó muchos edificios renacentistas, de fachadas ricamente decoradas e insignias doradas. Como aquella donde se lee Wolfgang von Goethe lugierte hier 1779 (Goethe se alojó aquí en 1779): está en una esquina de la Hirschenplatz, la “plaza del ciervo”, enteramente bordeada de casas históricas y fachadas pintadas.
Otras dos plazas históricas, la Wainmarkt (Mercado de los Vinos) y la Kornmarkt (Mercado de los Granos), tienen sus propias fuentes donde hacer un alto durante la visita: en los Alpes, estos manantiales urbanos suelen adornarse y se consideran elementos fundamentales de cada espacio público. Lucerna tiene varias; las más lindas incluyen estatuas y elementos esculpidos de cobre o latón para dejar escurrir el agua. Otras son más sencillas, talladas directamente en la piedra. Pero todas tienen su historia y su carácter: como la Fritschibrunnen, la Fuente del Fritschi, con su alegoría del personaje que simboliza el carnaval de Lucerna desde el siglo XV. Se levanta en la Plaza de la Capilla, a metros de uno de los extremos del puente. La fuente del Mercado de los Vinos es otra de las más lindas de Lucerna y representa a guerreros de armadura con su santo patrono, San Mauricio, por encima de ellos. Como en el caso del puente, esta fuente también engaña, ya que las esculturas originales se encuentran en el Palacio del Gobierno y lo que se ve al aire libre es una réplica. Un poco más lejos, otra fuente más sencilla evoca al “hombrecillo de los gansos”, el personaje de un cuento popular alemán.
RESISTENCIA CATOLICA La orilla derecha de Lucerna concentra la mayor parte de los edificios históricos en torno de sus plazas y sus fuentes. La caminata desemboca en el Spreuerbrücke, el Puente de los Molinos. Es “el otro” puente cubierto de la ciudad, habitualmente eclipsado por el de la Capilla. No es que no sea fotogénico, ni que le falte antigüedad. Tal vez pasa más desapercibido por su ubicación, aunque su capillita de madera pintada de rojo, en medio del río, sería el orgullo de cualquier otra ciudad de Europa. El Puente de los Molinos fue construido en 1408 y los vecinos lo conocen también como Puente de la Danza de los Muertos, a raíz de una serie de tablas de madera pintadas por un artista del siglo XVII sobre la temática de la danza macabra. ¿Esta protección de calaveras y de esqueletos festivos le aseguró quizá asistir al fluir de los siglos bajo sus pies sin temer los incendios como su famosísimo hermano? ¿O será la capilla, que fue emplazada en un pequeño torreón, colgando sobre las aguas del Reuss? Agregada en 1568, hoy encierra una estatua de la Virgen y el Niño Jesús.
Porque curiosamente en Lucerna la población permaneció católica, en tiempos de la Reforma y en medio de una Suiza que se convirtió en gran parte a los nuevos credos protestantes de entonces. Más aún, la ciudad fue la cabecera de la resistencia católica en los tiempos de la Reforma, y en 1574 recibió a los jesuitas, que fundaron allí su primer colegio en Suiza germánica.
Hoy día la iglesia de los jesuitas, Jesuitenkirche en los carteles indicativos, es la más visitada de Lucerna. Fue construida entre 1660 y 1670. Muy cerca está la iglesia de los franciscanos, cuyas partes más antiguas se remontan al siglo XIII, aunque fue varias veces restaurada y modificada. ¿Y la capilla que dio su nombre al puente? Es la que se encuentra en el extremo de la margen derecha del río, junto a la Fuente del Fritschi. Si se quiere completar la galería de iglesias, vale la pena alejarse un poco del centro histórico para conocer la Horfkirche, dedicada a San Léger. Quedan en pie algunas de sus bases, que datan del año 735, aunque el edificio actual es del siglo XVII. Está rodeada por un claustro atravesado por una calle, y como ese claustro sirvió antaño de cementerio, se da la particularidad de que una calle peatonal cruza el camposanto. Las flores y las plantas le dan un aspecto bucólico y romántico que seguramente apreció Goethe durante su estadía en Lucerna, si el lugar era ya como hoy. Además esta parte de la ciudad ya se encuentra sobre las lomas que dominan el lago y ofrece hermosas vistas sobre los alrededores.
Otros paisajes espectaculares se pueden apreciar desde los ventanales de los restaurantes de la zona, como el Montana, cuyas letras se destacan bien grande sobre la fachada (en toda Lucerna hay una competencia entre hoteles y restaurantes a orillas del agua, para saber cuál tendrá el letrero más grande por encima de su fachada). Desde ahí se ve el centro histórico y una buena parte del lago hasta la localidad vecina de Weggis.
LA ROCA MAS TRISTE Además de Goethe, Lucerna tuvo otro huésped destacado de las artes alemanas. Se trata de Richard Wagner, que vivió un tiempo en una casa alejada del centro, a orillas del lago. Se puede llegar a pie o en barco para visitarla, ya que fue convertida en museo para revivir los años en que alojó al compositor del El anillo de los nibelungos. Wagner recibió a Nietzsche en esta casa y escribió aquí algunas de sus obras más emblemáticas, como El crepúsculo de los dioses.
Lucerna es una ciudad del agua, como se puede comprobar en sus fuentes y cruzando el río Reuss por los dos puentes históricos. Pero es también un puerto sobre el lago, desde donde hay un vaivén incesante de embarcaciones hacia los desembarcaderos cercanos: algunos desembocan en diferentes ciudades o pueblos, y otros en sitios históricos como el que permite llegar hasta las praderas del Rütli.
Casi todos los barcos para excursiones lacustres, como el Stadt Luzern, son históricos. Los hay de vapor o de rueda de paleta, pero todos exhiben con orgullo una gran bandera en la popa y un mascarón de hierro forjado en la proa. El punto de partida es el Bahnofquai, a pasos de la estación de trenes y el Centro de Congresos. Uno de los paseos más populares es el que llega hasta el Monte Rigi, combinando casi todo el transporte público suizo: barco, tren de cremallera, teleférico o tren. Y para los más entrenados, queda siempre la opción del trekking o la bicicleta.
Desde el centro de la ciudad hay carteles amarillos que indican el camino y el tiempo que se tarda, sea caminando o pedaleando, para ir a distintos lugares de la región. Estos carteles existen en toda Suiza, que a pesar de su geografía accidentada tiene los más variados medios para moverse y todo tipo de senderos si se prefiere disfrutar el paisaje a pie: los interesados en el tema tienen justamente en Lucerna el Museo Suizo de los Transportes, que funciona desde 1959 a orillas del lago. Es un complejo enorme de doce edificios, con restaurantes y jardines, donde hay locomotoras y vagones, barcos y autos, y hasta aviones y cápsulas espaciales. Más de 3000 piezas en total para descubrir la historia del transporte en el país, incluyendo los buses postales, que alcanzan incluso los sitios adonde no llegan los trenes. Estos colectivos de color amarillo llevan gente y correspondencia hasta los pueblos más remotos de los Alpes. En el Museo de los Transportes hay también un cine Imax y un Planetario, de modo que termina por convertirse en una suerte de parque de atracciones para todas las edades.
Lo mismo pasa en Lucerna, que merece detenerse para algo más que admirar el puente. ¿Qué decir por ejemplo de la colección Picasso, en un edificio renacentista del centro? Aquí se exhibe la donación de un marchand de la ciudad. ¿Y qué contar del Altes Rathaus? Es el antiguo Ayuntamiento, otro edificio bellísimo del Renacimiento sobre la Plaza del Mercado de los Granos. Fue construido entre 1602 y 1606 a orillas del río y su silueta es una de las más admirables desde la orilla opuesta. ¿Y el León de Lucerna? Es una roca tallada en la plaza Löwen, uno de los lugares más visitados de la ciudad. Sobre todo por los norteamericanos, quienes recuerdan que Mark Twain la describió como “the saddest piece of stone in the world”, la roca más triste del mundo. Se trata de un león moribundo, traspasado por una lanza. Es una evocación de los guardias suizos del rey y la reina de Francia, masacrados por la muchedumbre de París el 10 de agosto de 1792, durante la toma del Palacio de las Tullerías. Buena parte de los soldados eran de Lucerna, y 700 de ellos murieron aquel día para defender los apartamentos del rey francés.
Si bien hay muchos más paseos, hay que reconocer que todos los caminos vuelven al Puente de la Capilla, que cambia con cada hora del día, pero siempre late junto a la maciza torre con el vaivén incesante de la gente. Que pasa, feliz de haberlo recuperado y sin preguntarse ya por qué el puente eligió un camino en diagonal sobre las aguas, en lugar del trazado recto que hubiera permitido hacerlo más corto, pero no más bello.
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