Domingo, 16 de septiembre de 2012 | Hoy
CHILE. SALIDAS ACTIVAS EN EL DESIERTO
El desierto más árido del mundo es fértil a la hora de la aventura. Sus relieves dignos de otro mundo permiten abordar el inhóspito paisaje de muchas maneras, poniéndoles el cuerpo a varias propuestas de trekking, cabalgata, sandboard, ciclismo y hasta una caravana con llamas.
Por Julián Varsavsky
Fotos de Julian Varsavsky
El gran vacío universal que es el desierto de Atacama adquiere, en las horas claras del alba y en los ocasos de fuego, un intenso color rojizo de dolorosa belleza. Se trata del desierto por excelencia de nuestro planeta –más aún que el Sahara y el Kalahari– porque no existe otro más reseco y menos apto para la vida. Hay aquí sectores donde nunca llueve, y en sus salares no hay más vida que la que aportan ínfimas bacterias.
Una vez “aterrizados” en el pueblo de San Pedro de Atacama –cuyos 2500 habitantes viven en un oasis en pleno desierto– hay muchas formas de abordar este singular paisaje. Muchos de los viajeros eligen como opción el alojamiento en hoteles de lujo, cuyos departamentos de excursiones organizan las salidas, y el menú, sin duda, no se queda corto. Por un lado están los paseos clásicos y relajados y, por otro, las alternativas más aventureras que implican un cierto esfuerzo para interactuar con la naturaleza, ya sea a caballo, a pie, en bicicleta, con una llama o sobre una tabla de sandboard. A continuación, cinco excursiones para ingresar a la dimensión rojiza del norte chileno a pura acción.
CON LLAMAS Un trekking con llamas por el desierto revive por un rato el espíritu de las antiguas caravanas con que los pobladores originarios cruzaban vastas llanuras y montañas para comerciar con sus vecinos. Sandra Plaza, cuya familia cría llamas “desde siempre” usándolas como transporte de carga y alimento, guía la expedición.
En primer lugar, se coloca a los viajeros un grueso poncho para evitar que transmitan su olor a las llamas, porque de no hacerse así luego serían rechazadas por su rebaño. Entonces se asigna un animal a cada uno para llevarlo con una cuerda, y al avanzar por un sendero de arena con la Cordillera de la Sal de fondo se va interactuando con la llama, que se deja acariciar, a veces protesta porque quiere comer unos yuyos o se detiene intempestivamente a orinar por largo rato. “La llama hace todo lento”, explica Sandra, agregando que en el corral todas hacen sus necesidades en un mismo rinconcito elegido por ellas para no ensuciar, conducta que repiten en libertad para no alterar su hábitat.
La caminata se interna por un terreno con millones de piedritas negras de origen volcánico, que parecen los restos calcinados de un apocalipsis de fuego. Al fondo se levantan los volcanes Kimal y Licancabur. Luego la caravana con las llamas llega hasta un ayllu aborigen, de los que hay quince en las afueras de San Pedro. Ayllu significa “comunidad” en lengua kunza de la cultura licanantai. Allí el paseo termina con un banquete bajo un cielo límpido brotado de estrellas, al calor de una fogata en el quincho del restaurante Senderos de Coyo, donde se sirve una entrada de maíz tostado con queso de cabra, aceitunas, pan de harina de quinoa y una copita de pisco sour. El plato principal es carne de guanaco con quinoa granulada y se bebe vino chileno y jugo de membrillo. La excursión se contrata en el hotel Kunza.
UN TREKKING En la quebrada Guatin se hace uno de los trekkings más sencillos y agradables de San Pedro de Atacama. Al lugar de la caminata –en plena Cordillera de los Andes– se llega en camioneta para internarse por un angosto cañón que surca el arroyo Vilama. Al caminar entre sus dos paredes brotan los alargados arbustos “cortadera cola de zorro”, que alcanzan los dos metros de alto. El lugar es un oasis en el desierto, gracias al arroyo. Y se camina por un sendero que históricamente fue surcado por caravanas de llamas transportadoras de mercaderías, por los mismos senderos donde hoy andan los pastores con sus ovejas.
Mientras tanto, los cactus proliferan en las laderas, con esas espinas que –con la punta cortada– se usan para hacer guantes, medias y gorros entretejidos. Algunos alcanzan venerables siete metros de altura, es decir que tienen 700 años de vida, a razón de un centímetro de crecimiento por año. Pero no es toda la vida del desierto: entre las aves aparecen el chirigo verdoso, el churrete de alas blancas y la golondrina dorso negro. Al salir del cañón el paisaje se abre en todo su esplendor desértico, y al fondo se levanta la cordillera Domeyko, cubierta de oscura lava desde hace 40 millones de años. Allí la humedad anual es del 5 por ciento y por eso casi no hay vegetación ni vida animal.
A CABALLO El Valle de la Muerte, aun en su desolación, es un lugar de intrigante belleza, con laberintos por los que se cabalga entre paredes rojizas que fueron el fondo de un lago hace millones de años. Los caballos caminan con mansedumbre mientras el guía explica que los cortes verticales de las paredes son resultado de la elevación de la Cordillera de los Andes. El Valle de la Muerte está dentro de la Cordillera de la Sal, donde el viento y las pocas lluvias modelaron algunos cerros a su antojo dándoles una curiosa forma piramidal.
Luego de cruzar varios valles se llega a una duna gigante que sirve para practicar sandboard. Se puede alquilar una tabla y llevarla en el caballo o directamente contratar una excursión completa con vehículo e instructor y pasarse el día tirándose desde los 120 metros de altura de la duna –como un surfer sobre las olas– por una arena suave como talco.
EN BICI A LA LUNA Allí donde el salar de Atacama se encuentra con la Cordillera de los Andes, hay en el terreno una gran depresión formada hace 22 millones de años, donde alguna vez existió una laguna salada que al evaporarse dejó a la vista un salar. El extraño paraje, ubicado a 13 kilómetros de San Pedro, es el Valle de la Luna. Allí se puede llegar con una excursión en auto, caminando con un trekking de 30 kilómetros o en bicicleta.
La excursión en bicicleta parte desde los hoteles para cruzar el cañón de la Sal y pasar de costado por la Laguna Mayor. Luego se atraviesa el Llano de la Paciencia para llegar al Valle de la Luna. Hasta aquí son nueve kilómetros, y si todavía hay resto conviene seguir hasta la formación Las Tres Marías y la Duna Mayor, para sumar ida y vuelta 40 kilómetros pedaleando en subidas, bajadas y segmentos arenosos.
La singularidad del Valle de la Luna es su susceptibilidad a los efectos del viento, cuya erosión produce una serie cambiante de extrañas formaciones con escarpes rojizos, amarillentos y azulados. Lo ideal es llegar al Valle de la Luna al atardecer, reservando para el momento cumbre la Duna Mayor. A medida que el globo naranja se hunde en el horizonte, los cerros y desfiladeros se encienden de rojo por unos segundos y el cielo pasa del color rosa al púrpura, y luego del malva al negro. Allí un observador agudo descubrirá una estrella solitaria por encima del horizonte, apuntalando al volcán Licancabur. Es el planeta Júpiter, visto desde esta “luna” chilena.
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