turismo

Domingo, 16 de septiembre de 2012

BRASIL. FRENTE A SALVADOR DE BAHíA

Islas de placer

Viaje al Morro de San Pablo y su vecina Boipeba, preciosas islas enclavadas frente a Salvador de Bahía. Playas de ensueño para descansar o explorar la exuberante naturaleza brasileña, acompañada de los tradicionales cultos religiosos del paraíso bahiano, la tierra donde arraiga el candomblé.

 Por Guido Piotrkowski

Fotos de Guido Piotrkowski y gentileza Bahiatursa

“Me enamoré de la naturaleza, pero antes que nada de los nativos y su forma de vida, tan simple. Sin embargo, hay algo más que no puedo explicar, algo que me caló hondo, mágico e infinito. Algo que me tocó el alma.” Así define Cristina Cianciarelli, una fotógrafa italiana que vive en Boipeba desde hace diez años, su amor incondicional por esta isla del estado de Bahía, en el nordeste de Brasil.

Boipeba se encuentra en el archipiélago de Tinharé, frente a la costa bahiana y a unos 60 kilómetros de Salvador. El pueblo más conocido de la región es el Morro de San Pablo, “descubierto” por el turismo en los ’80, mucho antes que Boipeba, aldea que hace una década comenzó a recibir visitantes en busca de nuevos destinos más allá del famoso Morro. “Hace veinte años, Morro era como Boipeba, pero ahora es demasiado turístico”, observa con agudeza Cristina.

Sin embargo, el Morro no dejó de ser un paraíso, ni mucho menos. Por el centro ni siquiera circulan autos, y aún se pueden encontrar playas semidesiertas. Es cierto que tuvo un desarrollo turístico importante: una amplia gama de posadas y restaurantes con gastronomía bahiana e internacional –como la agradable Vila dos Corais– y una calle principal con muchos locales de ropa, artesanías y souvenirs en general sorprenden si uno espera una isla desierta. Pero la sorpresa es grata, el pueblo es apacible y la gente amable. Entonces, este rincón bahiano resulta un buen punto de partida para conocer los alrededores y dividir una estadía entre el concurrido Morro y la tranquilidad de Boipeba.

MORROS EN LA COSTA En el Morro las playas no tienen nombre propio, sino que se las identifica por número, y cada una es diferente de la otra. La primera es la elegida por los amantes del surf, mientras la segunda es para los que gustan de la fiesta, bien a la brasileña: bares con cervezas y caipirinhas y música a orillas del mar. La tercera es la más tranquila, ideal para caminar y nadar; desde aquí también parten los paseos turísticos. En la cuarta están las piscinas naturales, deliciosas para el relax, y la quinta es la única con nombre propio, Praia do Encanto. Bien ganado lo tiene, ya que ostenta un paisaje exuberante.

Para llegar al Morro hay que tomar un catamarán en el puerto de Salvador hasta la isla de Itaparica, luego hacer un tramo por tierra para embarcarse una vez más y quince minutos después amarrar en el muelle. Como no hay autos y la cuesta es empinada, un grupo de jóvenes fornidos aguarda con una carretilla listos para subir el equipaje por unos pocos reales.

En el Morro no todo es playa: el paraíso también atesora bellos rastros de la época colonial, como la fortaleza con su muralla kilométrica o el antiguo portal de acceso en la entrada de la villa. También la iglesia Nossa Senhora da Luz, la Fuente Grande y el Farol del Morro, bellos testigos de tiempos remotos.

Gamboa es otro pueblito de este hermoso archipiélago, casi un anexo del Morro. Tan cerca está que se puede llegar en unos veinte minutos andando a paso lento desde el centro, saltando olas y esquivando piedras que contribuyen a embellecer el paisaje durante la bajamar. Durante la pleamar, o simplemente para aquellos que no quieran andar, se puede tomar un barco que por un par de reales y en diez minutos llega hasta esta playa vecina.

En esta otra porción del Edén viven Zulima y Anzur Zapico, dos hermanos españoles que llegaron aquí hace unos cinco años, se apasionaron por el lugar y se quedaron para siempre. Pusieron una rústica y cálida posada que llamaron Morada de Yemanjá. “Lo que me atrapó del Morro es su belleza. Es un archipiélago espectacular de aguas turquesas, un sitio donde tienes un mar de posibilidades a tu alcance para disfrutar: buceo, snorkel, tirolesa al mar, caminatas por la isla, salidas en barco entre los manglares –dice Zulima, de cara al mar, en el balcón de su posada–. Hay buena vida nocturna, puedes practicar capoeira y bailes tradicionales africanos en la calle. Y además es un lugar cosmopolita, donde puedes encontrar gente de países diferentes. El Morro es muy divertido”, asegura esta española de pura cepa, sin perder ni una pizca del acento ibérico.

Junto a su hermano Anzur recorrió cada rincón de este conjunto de islas. Ambos recomiendan especialmente dar la vuelta al archipiélago, para conocer sus “maravillas”. Zuli, como ella misma se presenta, destaca los manglares, los ríos y una “naturaleza espectacular plagada de animales exóticos”, invitando a todo el que pase por allí a darse un baño de barro en la Pared de Arcilla, un acantilado amarilloanaranjado ubicado a metros de la posada. “Hay que untarse el barro y dejarlo secar al sol”, indica, asegurando que tiene propiedades curativas. Para esta simpática y hospitalaria joven, las bondades del lugar no terminan aquí: “Hay que probar una clase de capoeira y sambar al atardecer frente al mar, tomarse una buena caipirinha, bañarse a la luz de la luna y pasear por las preciosas calas”.

SANTOS EN EL PARAISO Boipeba parece conservar ese espíritu nativo del que tanto habla Cristina. Para llegar hasta aquí hay que tomar una embarcación desde el Morro a través del Rio do Inferno, que de infierno tiene poco y nada. Manglares y aves, pescadores en canoas tradicionales y corrales de pesca, pequeñas aldeas a la vera del río. El atardecer, en el punto donde el agua dulce se esfuma en el mar, es sencillamente imperdible.

Una vez en Boipeba sólo se puede pensar en descansar, relajarse en una hamaca con un buen libro y tomarse las cosas con calma. Cristina, en un entrevero de portuñol, italiano e inglés, dice a TurismoI12: “Hay que dejarse llevar por el ritmo de la naturaleza y las mareas. Dejá que tu estrés se vaya, relajate, respirá profundo, limpiá tu cabeza y tu cuerpo en el mar”.

Después recomienda darse un buen baño en las piscinas naturales ubicadas en Ponta dos Castelhanos y la Cova da Onça. “Pero la mejor excursión es ir a los manglares con las canoas indígenas. El paseo te traslada a otro tiempo, sumergido dentro de esa naturaleza intacta. Y no podés dejar de ir a la pequeña aldea de Canavieiras, a comer las ostras que ellos mismos crían.”

Si hay algo que despierta curiosidad en Bahía es el culto del candomblé, la religión de origen africano que llegó de la mano de los esclavos. Teñida de cierto oscurantismo –en ciertos círculos no se deja acceder a cualquiera–, el candomblé, sin embargo, tiene una buena cuota de sincretismo. Hay iglesias en las que está incorporado, como la Iglesia del Divino Espíritu Santo en Velha Boipeba, la aldea principal de la isla. Boipeba es uno de los primeros lugares que fueron colonizados en Bahía. En 1537 los jesuitas fundaron la Aldea y Residencia de Boipeba y alrededor de 1610 construyeron el santuario.

Hasta aquí llegamos para el día de “lavagem”, un rito de purificación que se hace una vez al año. Bajamos de la lancha que nos transportó desde el Morro en el mismo instante en que la procesión, un precioso cortejo de bahianas negras de punta en blanco, estaba por comenzar. La hilera de mujeres desfila por las calles de tierra y adoquines, cargando jarrones con flores amarillas sobres sus cabezas. Un hombre sesentón, moreno y fornido, comanda la procesión. Vocifera unos cánticos, mientras el resto repite o responde a esta suerte de plegaria. Una anciana pequeña lo secunda, es “Mae Dalva”, la Mae de Santo (sacerdotisa del candomblé) del terreiro local, el sitio donde se realizan los rituales y al que no todo el mundo está autorizado a acceder.

Ingresamos al antiquísimo santuario del Divino Espíritu Santo, donde la ceremonia, abierta a todo el mundo, se va a extender por más de una hora. Hay cantos, rezos, inciensos, flores, velas encendidas y sobre todo sonrisas. Una inmensa felicidad sobrevuela los rostros de los presentes. Aquí no hay solemnidades, nadie se perturba por una foto.

Al término de la ceremonia, Mae Dalva saluda y bendice a los feligreses en la puerta del santuario. Cuenta que lleva veinte años “comandando” la ceremonia. “Hoy el candomblé es parte de la iglesia, ya fue liberado. Aunque algunas personas todavía no lo aceptan –señala la mujer de sonrisa serena–. El candomblé es algo que viene de las raíces. Quienes no lo aceptan piensan que es algo malo”, agrega, con un hilo de voz agudo. Una joven que está escuchando le pregunta cómo puede saber su Orixá (Dios). “Voçe e Iemanjá”, le responde inmediatamente, con determinación y una amplia sonrisa. Según el candomblé, a cada persona le pertenece un Orixa. Iemanjá es la reina del mar, una de las deidades más populares. “Es el santo el que escoge a la gente ¿no?”, pregunta un fotógrafo atento a la charla. “La gente nace con un santo”, responde, serena pero tajante.

Cristina es “Filha do Santo” (hija de santo) de Mae Dalva, quien asegura tener filhos (hijos) por todo el mundo. Aunque la señora no quiere revelar cómo es posible transformarse en uno de ellos, deja algunas pistas: “Primero, hay que ver cuál es el santo que le corresponde. Luego hacemos la confirmación y otro ritos. Es todo un procedimiento del que mucho no se puede contar”. Pero Cristina sí puede contarle a TurismoI12 cómo fue que se acercó al candomblé: “Me invitaron a ver una pequeña ceremonia, y cuando entré sentí como si siempre hubiera participado. Los tambores, las danzas, el aroma de las plantas y el incienso eran parte mía. Fue una sensación muy fuerte”, rememora. Enseguida se puso a investigar y más tarde participó como una “externa”, asistiendo a las ceremonias, pero aún sin tomar parte. “Luego de un tiempo, la Mae de Santo me dio permiso para fotografiar las ceremonias. Fue un privilegio, el primer paso para ingresar al candomblé. Finalmente, me dijo que había llegado el momento de ser hija de santo.” La religión, asegura Cristina, es abierta para todo el mundo, “pero no todo el mundo está abierto al candomblé”. Lo primero que me dijeron fue: “Uno no elige entrar en el candomblé, el candomblé lo elige a uno”.

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Azul y verde, los colores que distinguen a Boipeba y Morro de San Pablo, en el archipiélago de Tinharé.
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