Dom 14.10.2012
turismo

JUJUY. LA MANKA FIESTA

De ollas, quenas y trueque

Del 20 al 27 de octubre, la localidad puneña de La Quiaca realiza la Fiesta de las Ollas, o Manka Fiesta, cuyo origen se remonta a tiempos preincaicos y donde en algunos casos se utiliza todavía el trueque. Una feria variopinta de productos locales, artesanías y alimentos, imán para pobladores de toda la región, desde el norte argentino al sur boliviano.

› Por Julián Varsavsky

La Manka Fiesta de La Quiaca es una feria andina, durante la cual los pobladores de diferentes valles de la región puneña intercambian sus excedentes de producción, de todo tipo: manufacturas artesanales, ollas de cerámica, vegetales cosechados y carne. Es quizás una de las ferias más antiguas de la Argentina, cuyos orígenes al parecer se remontan a los tiempos anteriores a la dominación incaica en la zona, a partir del siglo XV.

Su éxito a lo largo del tiempo y su popularidad marcan la pauta de que la Manka Fiesta se hace en el lugar correcto y en la fecha conveniente. La Quiaca está en un punto equidistante entre la Quebrada de Humahuaca, el salar de Uyuni, las Salinas Grandes y los diferentes valles del norte de la Argentina y sur de Bolivia. Siglos atrás, la sal se llevaba en bloques a la Manka Fiesta, no como un simple condimento sino porque era la base de la conservación de la carne. Los puneños contribuían con bloques de sal y los vallistos aportaban verduras, quesos y carne, elementos que escasean en la reseca Puna. En cuanto a la fecha, mediados de octubre se corresponde con las principales cosechas.

Casi sin infraestructura, la Manka Fiesta se desarrolla sobre el suelo de tierra y bajo precarios toldos.

PIEDRA Y CAMINO En la ruta hacia La Quiaca, los paisajes solitarios de la Puna estallan de exotismo al pasar por las serranías del Espinazo del Diablo, una ondulada ladera de montaña con vetas de minerales longitudinales que forman un extraño degradé de colores.

“¿Qué vinimos a hacer nosotros acá?”, se preguntan algunos viajeros al llegar a La Quiaca. Y la respuesta –salvo que vayan en las fechas de la Manka Fiesta– es justamente “nada”. En La Quiaca hay pocas cosas llamativas y no existe un centro muy definido; el polvo remonta vuelo en las calles con facilidad y por doquier se ven cholitas con sombrero negro, coloridas polleras y un aguayo en la espalda envolviendo una guagüita dormida, un fardo de alfalfa o media docena de cueros de oveja. Pero el pueblo en sí no tiene mucho de pintoresco, salvo su iglesia.

La Quiaca es un lugar de fronteras difusas. Cruzando apenas el arbitrario límite político entre la Argentina y Bolivia se desemboca en el pueblo de Villazón. Y si se presta atención a la forma de hablar de las personas y se observa su modo de vestir, el color de la piel, sus comidas, la arquitectura simple de las casas y hasta las ideologías políticas –la foto de Evo Morales se ve bastante–, es evidente que este pueblo está mucho más ligado culturalmente a Bolivia que a la Argentina del paradigma porteño. En el hecho de observar este contraste está precisamente el interés de visitar La Quiaca, en especial durante la Manka Fiesta.

Las ollas de cerámica atraviesan la Puna en camiones y protegidas por embalajes de paja.

EL ORIGEN La feria se fue adaptando a los cambios culturales. Al no estar sujeta a un público turístico, se ve liberada de la premisa de “mantener” su autenticidad, y por eso cambia según las necesidades concretas de su tiempo y los avances tecnológicos. Pero, increíblemente, aún mantiene rasgos propios que se remontan a los tiempos de la colonia e incluso preincaicos. En primer lugar, algunos de los productos en venta son los mismos que hace siglos, ya que muchos de los feriantes han cambiado poco y nada el modo de vida que habrán tenido sus antepasados: viven en casas con paredes de adobe y piso de tierra, no tienen luz eléctrica, beben agua de vertientes y su medio de transporte a veces es el burro o directamente los pies. Por eso en la feria se ofrece charqui (carne salada) y frutos disecados que se conservan sin heladera. Para los techos de las casas de adobe se venden largas cañas huecas; para cocinar hay toda clase de ollas de cerámica fabricadas a mano (nunca en serie), para cazar zorros y palomas se consiguen primitivas hondas, y para la salud hay ungüentos “curalotodo”.

En la feria también se ofrecen objetos industriales como DVD copiados y ropa de marcas a todas luces falsificadas. Pero el encuentro es esencialmente manufactura artesanal y, en muchos casos, de producción in situ: no se trata tanto de artesanías decorativas como de productos sencillos y útiles para la subsistencia en lugares donde no hay shopping ni supermercado y, a veces, ni siquiera un almacén. Además las cosas se venden sueltas, sin packaging, marketing ni factura.

En la Manka Fiesta o Fiesta de las Ollas se pueden comprar cucharones y morteros de madera, quenas, zampoñas para bandas de sikuris, charqui de cordero y de llama, chicha, chicharrón, pan casero, cereal de quinoa, pimientos, sacos de arroz, choclos blancos, amarillos y morados, ananás, ramilletes de bananas, tomates, pollos que cacarean, caparazones de quirquincho que serán charangos, sombrillas, vasijas de cerámica para cocinar, mates con bombilla de caña, hatos de lana de oveja, llama y vicuña en bruto que no servirían en la gran ciudad. También se ven alcancías chanchito, papines multicolores en bolsas de arpillera y cebollas “para los santos y las almas”. Todo a escala microeconómica.

Todavía hay quienes llegan a la Manka Fiesta con una recua de burros acarreando mercaderías, pero la mayoría lo hacen en camionetas y camiones sobrecargados con el excedente productivo de una familia. Generalmente viajan todos sus integrantes, sin olvidar ni a la abuela. Sobre el suelo polvoriento de la feria se puede ver en ciertos casos el proceso productivo completo de alguna mercadería: eso ocurre con las familias de tejedores, quienes compran lana en bruto allí mismo, la hilan, la tejen y finalmente venden sus productos. Las prendas mayores, sin embargo, se traen confeccionadas desde casa.

Unas dos mil personas llegan para ofrecer productos en la feria. Algunos viajan desde La Paz, lo que les lleva al menos un día, y de diversos valles bolivianos. Otros desde pueblitos ignotos de Jujuy como Santa Catalina, Matancillas y Rinconada. Quienes llegan desde el vecino pueblo boliviano de Villazón vuelven a la noche a sus casas, mientras el resto duerme en carpas, camionetas o directamente en el suelo.

La gastronomía es un capítulo aparte, incluyendo una variedad de comidas regionales como asado de cordero, calapurca, lagua (un guiso típico de Bolivia), tamales, chanfaina, api y guisos de quinoa.

La iglesia de La Quiaca sobresale entre las casitas bajas del pueblo.

LAS DISCOTECAS Por la feria se ven ancianas con pocos dientes y el rostro ajado por el viento y la sequedad de la Puna, un cartel que anuncia al grupo de cumbia boliviana Lágrimas con Amor y una calesita manual bajo un toldo de plástico. Pero un sector aparte son las discotecas, situadas una al lado de la otra, bajo la simple estructura de un ranchito con piso de tierra, paredes y techos de chapa. No hay ventanas; la puerta se cubre con una lona y adentro las luces son bajas: suena una cumbia estridente, los hombres beben cerveza y vino en envases de cartón hasta doblegarse, se baila un poco levantando polvo y cada tanto se arma una trifulca poco violenta en la que el exceso de alcohol, además de ser la causa, es el impedimento de que la cosa pase a mayores por el estado calamitoso de los pendencieros.

En el poblado de Purmamarca, en la Quebrada de Humahuaca, también hay un mercado callejero, pintoresco al extremo de una postal, quizá más colorido y tentador que el de la Manka Fiesta (el purmamarqueño es un mercado para turistas, lo que tampoco le quita autenticidad). El de La Quiaca, en cambio, se desarrolla en una polvorienta estación de tren abandonada, sin sombra y con humo de choripán. Pero es un mercado centenario en constante cambio, lleno de cosas muy prácticas y útiles para quienes viven en casitas de adobe en medio de la nada. Allí uno no encontrará muchos elementos decorativos para colocar en un living urbano, sino cosas simples y esenciales para la vida cotidiana en la Puna y los valles.

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