turismo

Domingo, 25 de noviembre de 2012

CHACO: TURISMO RURAL EN LA COMARCA DEL BERMEJO

Profundidad de campo

Una serie de establecimientos rurales chaqueños abre sus puertas al turismo, para conocer la verdadera vida diaria en esta región agrícola y ganadera donde la vida transcurre a otro ritmo. Visita a la finca Doña Elda, en la pequeña localidad de Gral. José de San Martín, a puro tereré, cabalgata y descanso bajo la sombra de los ombúes.

 Por Graciela Cutuli

Salimos temprano, bien temprano, porque en Chaco es la temperatura quien manda: ya en la primavera el calor aprieta, y la luz del sol invita entonces a abrir los ojos con las primeras horas del día. Ya habrá tiempo, es sabido, para recuperar sueño en la sacrosanta hora de la siesta, costumbre que los recién llegados tal vez desdeñen con la inconsciencia del principiante, pero a la que nadie deja de plegarse una vez lograda la adaptación al ritmo provincial. Como compensación, es un mundo en flor el que recibe a los visitantes en ese Chaco mítico por el Impenetrable, pero acogedor en muchos otros sitios diseminados por su territorio, dedicado sobre todo a la producción agrícola-ganadera y ahora también cada vez más tentado por la apertura al turismo.

Gran productora de algodón (Chaco exporta el 59 por ciento del total del país), la provincia es tercera en cultivo de arroz y girasol y cuarta en soja, maíz y tabaco. Durante la visita, esas cifras se traducen en paisajes concretos, en verdes, amarillos y ocres que matizan los campos a ambos lados de esas rutas casi siempre rectas, pero nunca solitarias. Siempre hay alguien al lado del camino, siempre hay un pueblo, un paraje, un lugar donde detenerse un rato, donde convidar un tereré que refresque la tarde. Cerca de Resistencia, el Parque Nacional Chaco invita a una inmersión en la naturaleza, en un área protegida donde el avistaje de fauna es una experiencia cotidiana y palpable. Pero esta vez, la propuesta es explorar el otro costado, el que ofrecen los establecimientos chaqueños que poco a poco van abriendo sus puertas al turismo rural.

COMARCA BERMEJO

La tónica de este turismo rural saltará a la vista enseguida, no tiene nada que ver con el ofrecimiento de algunas estancias de Buenos Aires, La Pampa o Entre Ríos donde la vida de campo tiene aires de lujo. Pero gana por eso en autenticidad, en contacto con la gente, en la palpable invitación a acercarse a esta tierra a la vez difícil y generosa. Aquí además se borran las fronteras provinciales: a medida que nos alejamos de Resistencia hacia Gral. José de San Martín –a unos 130 kilómetros– nos adentramos en la Comarca Bermejo, denominación de un territorio turístico que abarca diez localidades. Seis están en Chaco (además de Gral. San Martín son Pampa del Indio, Presidencia Roca, La Eduvigis, Selvas del Río de Oro y Pampa Almirón) y cuatro en Formosa (Villa Dos Trece, El Colorado, Colonia Mayor Villafañe y Misión Laishí). El Bermejo es el río que comparten, un curso de agua que nace en Bolivia, cruza por el norte de Salta y divide Chaco y Formosa: pero lejos de la frialdad de las líneas celestes de los mapas, sus aguas rojizas son un oasis de vida y también la cuna de una cultura que da origen a la fuerte identidad local. Este río no separa: el Bermejo une.

“A través de su programa Cambio Rural –explica Mercedes Sampayo, una de las impulsoras de los programas turísticos en la Comarca Río Bermejo y quien nos acompaña en el día de campo– el INTA incentivó la formación de grupos en varias localidades de Chaco, destinados a fomentar el turismo rural como actividad complementaria a las tradicionales agrícolas.” Se busca así lograr el arraigo de las familias en la zona, preservar los recursos naturales y fortalecer la identidad cultural.

En Gral. José de San Martín son ocho los productores que se sumaron a la iniciativa: entre ellos Miguel Cabral, del campo “Doña Elda”, que abarca unas 2500 hectáreas. Allí nos da la bienvenida, junto a un palo borracho y un ombú que brindan oportuna sombra a la vera de su casa. Entre una cosa y otra, ya se pasó la media mañana y los caballos están listos para salir a dar un paseo acompañados de don Miguel y sus baqueanos, mientras en la casa –que está preparada para recibir y alojar hasta a seis visitantes– otro grupo queda encargado de ese ritual sin el cual el campo no sería campo: un buen asado.

Bien protegidos baja el ala del sombrero, avanzamos al paso lento de los caballos por esta región que los manuales de geografía clasifican como “llanura chaqueña húmeda”, una zona donde el pastizal se alterna con los palmares, esteros, lagunas y cañadas. Don Miguel y Mercedes van contando los detalles que afloran en el paisaje, como esas palmeras caranday que los aborígenes entretejen con maestría –igual que las totoras– en canastos moldeados, sombreros y pantallas. Aquí y allá, vamos aprendiendo a distinguir el timbó (el popular e inconfundible “oreja de negro”), el algarrobo, el quebracho, ese triángulo de árboles que matizan gran parte del paisaje. Queda también en el campo, y lo vamos viendo, el testimonio de la habilidad de los hacheros, que “pelan” trabajosamente a puro filo el durísimo tronco del quebracho. “Aquí en verano se trabaja –explica don Miguel, mientras sus perros lo siguen al trote– de cinco a diez de la mañana, y después en las dos últimas horas de la tarde. El calor no permite que sea de otra manera”. En este paisaje de monte, la intervención humana no es fácil, y además se aprecian a simple vista las consecuencias de los últimos años de sequía.

Además de los loros que, cuándo no, acompañan el paseo, aparece una lechuza ñacurutú bien despabilada y alguna urraca. Algo más allá, el Petiso Pampa –mi caballo por hoy, que anda con ganas de que le suelten la rienda para volverse solo a casa– y el resto del grupo se acercan hacia un sector de lagunas, donde pasta un grupo de búfalos. Pero hay otra presencia, advierte don Miguel en un susurro bajísimo: es que aquí, en el reino del silencio, la brisa más mínima transporta los sonidos y advierte a los yacarés de la laguna la presencia de intrusos. A pesar de las precauciones, nos oyeron llegar hace rato: y por eso, aunque no se escondieron del todo, apenas dejan sobresalir sus ojos inmóviles y un poco escalofriantes de las quietas aguas de la laguna.

VIDA DE CAMPO

Poco a poco hay que emprender el regreso a la casa, donde espera el almuerzo. Casi sinónimo de asado, por supuesto, por estas tierras. Y naturalmente seguido, en las horas en que el sol más aprieta, por una merecida siesta. Pero en “La Elda” hay mucha más actividad para conocer de primera mano: los trabajos de corral, el arreo del ganado, el manejo del ganado en el corral (castraciones, curaciones, pasarlo por el brete), la visita a los típicos ranchos de los peones de la estancia. También se puede conocer la cría del “rubiecito” o “yateí”, unas abejas que no pican y producen una apreciada miel medicinal: durante la recorrida del monte, de hecho, han aparecido varios nidos de yateí en estado silvestre. Y se pueden pescar tarariras en la laguna, o hacer paseos a pie o en camioneta cuando acompaña en la noche la mágica luz de la luna llena. “La Comarca Bermejo –resume Mercedes, cuando se va acercando la hora de la despedida– ofrece la posibilidad no sólo de ser espectador, sino de participar en las actividades del campo, alojándose en ranchos o en estancias grandes, asistiendo a la doma, la yerra, las fiestas tradicionales. Hay paseos en sulky, hay cabalgatas, hay avistaje de aves, paseos en bicicleta y también canotaje en los ríos de esta región. Cada uno puede elegir una cantidad de días, e ir visitando las diferentes localidades de Chaco y Formosa que forman parte de esta iniciativa”. El proyecto del INTA comenzó en 2005; apenas un año después se formó en Gral. José de San Martín el primer grupo, llamado “Chaco: aventura y campo” e integrado por ganaderos, baqueanos y expertos en turismo activo, para consolidar el turismo rural en la región. En 2009 se formó otro grupo, “Buena Aventura Rural”, formado sobre todo por trabajadores rurales, artesanos y baqueanos. Hoy los resultados están a la vista: el Chaco más profundo se está poniendo en el mapa del turismo rural con una autenticidad que atrae y una fuerza que logra, paso a paso, revalorizar los pueblos y retener a sus pobladores más jóvenes.

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Don Miguel Cabral, gaucho y centauro del monte chaqueño, a caballo por el campo.
Imagen: Graciela Cutuli
 
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